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La ‘asociación prioritaria’ entre China y Rusia y la seguridad de Occidente

La ‘asociación prioritaria’ entre China y Rusia y la seguridad de Occidente
Xi Jiping (i) y Vladimir Putin (d)
Jorge Cachinero el

Rusia estrechó sus relaciones con China después de las sanciones que Occidente le impuso en 2014, tras el putsch en Kiev y el derrocamiento del gobierno de Viktor Yanukovich, tras la guerra civil entre el este de Ucrania y el nuevo gobierno del país y tras la recuperación, por parte de Rusia, de la soberanía sobre la península de Crimea.

Inicialmente, Rusia buscaba ayuda económica de China para hacer frente a aquellas sanciones.

No obstante, con el paso del tiempo y con la profundización de estas relaciones, Rusia está, en la actualidad, utilizando el poder de China como una palanca con la que hacer presión en sus relaciones con Occidente.

A cambio, China se beneficia del apoyo que Rusia le presta a su ambición de retar y confrontar el orden liberal internacional liderado, desde el final de la II Guerra Mundial, por Estados Unidos (EE. UU.).

Dentro de este marco de relaciones, debe señalarse que China y Rusia han ampliado significativamente sus capacidades y activos militares y han encontrado un terreno de cooperación militar fértil y profundo en el que Rusia se ha convertido en un gran proveedor de bienes, de servicios y de conocimiento para China.

Por darle un orden de magnitud a la afirmación anterior, habría que recordar que, desde el comienzo del siglo XXI, mientras China ha incrementado su gasto militar un 528,6% y Rusia, un 175,5%; EE. UU. lo ha hecho un 54%, el Reino Unido y Francia, un 11,3%, y Alemania, un 14,3%.

La consecuencia de lo anterior es que China y Rusia, por una parte, se proveen mutuamente de reaseguro estratégico en sus retaguardias respectivas y se apoyan y se permiten, por otra, buscar y reforzar las esferas regionales de interés y de influencia para cada una de ellas.

El mayor impacto para Occidente, en general, y para EE. UU., en particular, de esta asociación prioritaria entre China y Rusia es la complicación que les supone para mantener y garantizar su seguridad.

En el caso de EE. UU., su Estrategia de Defensa Nacional de 2018, vigente actualmente, prioriza su preparación para la guerra de acuerdo con tres principios.

Así, EE. UU. debe tener, simultáneamente, la capacidad de derrotar una gran potencia, solo una, y disuadir a otras -“(i)n wartime, the fully mobilized Joint Force will be capable of: defeating aggression by a major power; deterring opportunistic aggression elsewhere (…)”-; debe hacer frente a un solo conflicto bélico en una sola región del mundo, en cada ocasión; y, por lo tanto, debe evitar, en cualquier caso, a cualquier precio, un escenario de dos guerras contra dos potencias al mismo tiempo.

Con todo y con ello, EE. UU. es consciente de que China sería capaz de presentar un reto militar -de difícil resolución para los estadounidenses-, específicamente, en términos regionales, en Asia.

Por ejemplo, China podría ser un desafío militar para EE. UU. en Taiwán, en el Mar del Sur de China, en el Mar del Este de China o por sus capacidades para denegar el despliegue aéreo de EE. UU. en toda la región del Asia-Pacífico.

En el caso de Europa, en cambio, la asociación prioritaria entre China y Rusia representa un reto de seguridad para Occidente en formas diferentes y no, necesariamente, coordinadas.

Mientras el riesgo de Rusia para Europa es una amenaza de carácter tradicional, ya sea convencional, nuclear o híbrida; el de China no se manifiesta en amenazas militares tradicionales, sino que presenta, en cambio, retos en los ámbitos del cíber, de la penetración tecnológica o de las operaciones psicológicas o de influencia.

Entre ellos, los riesgos de seguridad más probables que las relaciones entre China y Rusia representarían para Europa serían los derivados de una posible cooperación de ambos países en el ámbito de los métodos híbridos.

Sin embargo, estos riesgos podrían no limitarse a la utilización de los métodos híbridos y tener un alcance aún mayor.

Por citar dos ejemplos de estos últimos, uno sería el que China usara su influencia en Europa para apoyar a Rusia en un hipotético conflicto armado en el continente europeo y otro, el que China utilizara los puertos que ha comprado durante los últimos años en Europa para complicar la logística de cualquier posible despliegue militar de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) en el Viejo Continente.

A pesar de todo lo anterior, la hipótesis de que China y Rusia planeen y ejecuten, coordinadamente, operaciones militares en Europa es altamente improbable.

No debe olvidarse, en cualquier caso, que China y Rusia han realizado maniobras navales conjuntas en el Mar Mediterráneo, en 2015, y en el Mar Báltico, en 2017.

Aún más, de manera muy especial y extraordinariamente llamativa, a comienzos de agosto de 2021, China y Rusia realizaron, de forma combinada, ejercicios terrestres y aéreos, tanto estratégicos como tácticos, bajo mando conjunto, en el noroeste de China, por lo tanto, dentro del territorio de esta, con la participación, por primera vez en la historia, de las Fuerzas Armadas de un país extranjero, es decir, Rusia.

Además de los fines de entrenamiento y de estrechamiento de la cooperación militar entre Rusia y China, a todas estas maniobras militares subyacían, fundamentalmente, los objetivos geoestratégico y político de mostrarle a Europa y a EE. UU. el alcance del apoyo mutuo que ambas naciones se prestan una a otra.

En particular, al término de los ejercicios de agosto de 2021 celebrados en el noroeste de China, la prensa oficial china definió la relación entre Rusia y China como de “mejor que la de entre aliados”.

Todos los riesgos descritos obligan a Europa a pensar y a planear cómo hacerles frente.

¿Debería Europa mejorar sus relaciones con Rusia como palanca para hacer frente a los desafíos que representa China?

¿Debería Europa hacer un esfuerzo de contención simultánea de Rusia y de China?

¿O debería Europa definir una estrategia que incluyera a las dos potencias anteriores?

Lo cierto es que este debate es imprescindible para Europa en un momento en el que, mientras esta sigue necesitando el compromiso continuado de EE. UU. con su seguridad, éstos están virando el foco de su atención estratégica hacia Asia.

La conclusión debiera ser que Europa asumiera un papel y unos compromisos mayores con respecto a su seguridad, dentro de la OTAN o desde fuera de esta.

Sin embargo, no parece que Europa avance en esa dirección y, por ello, su autonomía estratégica y de seguridad sigue siendo una quimera.

La pregunta sobre si la asociación prioritaria entre China y Rusia es duradera en el largo plazo es pertinente, si se toman en cuenta algunos de sus desequilibrios.

Es seguro, sin embargo, asumir que, mientras Vladimir Putin sea el presidente de la Federación Rusa, como mínimo, esa asociación prioritaria se mantendrá.

Si bien China podría ser un reto para Rusia en el largo plazo, no lo es en el corto o, por lo menos, los riesgos potenciales que China podría generarle a Rusia no son comparables a los que representa Europa para esta última.

Solamente si Rusia llegara a la conclusión de que China significara un riesgo mayor que el de Europa o el de Occidente, esa relación estratégica entre China y Rusia podría cambiar.

No es un secreto el que han existido en el pasado divergencias entre China y Rusia en Asia Central, en el Ártico, sobre armas nucleares o por el deseo de Rusia de mantener relaciones muy cercanas con naciones de Asia, como es el caso de India, de Japón o de Vietnam.

A pesar de todas esas fricciones, el vínculo actual entre China y Rusia es muy fuerte.

La mejor prueba de lo anterior es que ambas potencias han demostrado, hasta el momento, mucha madurez para solucionar muy bien sus diferencias.

La asociación prioritaria entre China y Rusia es sólida.

Europa y EE. UU. no deberían hacerse ilusiones sobre lo contrario.

 

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