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Balance de los ‘Acuerdos de Abraham’

Balance de los ‘Acuerdos de Abraham’
Jorge Cachinero el

Los Acuerdos de Abraham son el acontecimiento más significativo y de mayor capacidad transformativa que ha sucedido en el Próximo Oriente desde la firma del Tratado de paz entre Jordania e Israel, de 1994, también llamado Tratado Wadi Araba.

Los Acuerdos de Abraham fueron firmados, el 15 de septiembre de 2020, por los Emiratos Árabes Unidos (EAU), Bahréin, Israel y Estados Unidos (EE. UU.).

Oficialmente, son la combinación del Acuerdo de paz de los Acuerdos de Abraham, Tratado de paz, relaciones diplomáticas y plena normalización entre los Emiratos Árabes Unidos (EAU) y el Estado de IsraelAbraham Accords Peace Agreement: Treaty of Peace, Diplomatic Relations and Full Normalization Between the United Arab Emirates and the State of Israel, en inglés-, por un lado, y de los Acuerdos de Abraham: Declaración de paz, cooperación y relaciones amistosas y diplomáticas constructivasAbraham Accords: Declaration of Peace, Cooperation, and Constructive Diplomatic and Friendly Relations, en inglés- entre Bahréin y el Estado de Israel, por otro lado.

Ceremonia de firma de los Acuerdos de Abraham, 15 de septiembre de 2020, Bahréin (i), Israel (2i), EE. UU. (2d), EAU (d)

Con la firma de estos tratados de paz, los EAU y Bahréin se convirtieron en el tercer y en el cuarto país árabe que reconocen a Israel -como ya hicieran Egipto y Jordania en 1979 y en 1994, respectivamente- y los dos primeros Estados del Golfo Pérsico en hacerlo.

Estos fueron seguidos, con iniciativas similares, por Sudán, en octubre de 2020, por Marruecos, en diciembre de 2020, y por Omán, en febrero de 2021.

Por ayudar a visualizar lo que los Acuerdos de Abraham han supuesto, en la práctica, para sus firmantes, desde entonces, se podría subrayar, por ejemplo, que, en el caso de Bahréin, han servido para que el país, que tiene una comunidad judía importante, se haya reencontrado consigo mismo y se haya acercado, gracias a esta oportunidad, a los EAU, además de a Israel, mientras que, para los EAU, éstos fueron recompensados por EE. UU. con la instalación de una base militar estadounidense en su territorio y han mejorado sus relaciones comerciales, científicas, tecnológicas o médicas tanto con Israel como con EE. UU.

Además de todos estos retornos tangibles, Bahréin y los EAU se han beneficiado del efecto disuasorio que los Acuerdos de Abraham han jugado en sus relaciones frente a Irán.

Es destacable que nadie supiera anticipar la celebración de un hecho tan extraordinario, a no ser que se reconozca la existencia de prejuicios muy arraigados, durante décadas, en la región y entre los observadores y los analistas de ésta.

Desde la creación del Estado de Israel, el conflicto árabe-israelí ha sido, en general, exageradamente palestino-céntrico por razones interesadas obvias.

John Kerry, secretario de Estado de EE. UU., desde 2013 a 2017, bajo la presidencia de Barack Obama, afirmó, a finales de 2016, cuando se terminaba el tiempo del gobierno Obama, que “no habrá una paz avanzada y separada con el mundo árabe sin el proceso palestino y sin la paz palestina. Todo el mundo tiene que entenderlo” -“there will be no advanced and separate peace with the Arab world without the Palestinian process and Palestinian peace. Everybody needs to understand that”, en su literalidad-.

Kerry fue quien no lo entendió.

John Kerry

Las consecuencias que se derivarían de aquella premisa de Kerry serían que, sin progreso en la negociación entre los líderes israelíes y palestinos, el Estado de Israel acabaría convirtiéndose en un paria internacional y que el statu quo entre Israel y la Autoridad palestina no sería sostenible en el tiempo, por lo que conduciría, de manera inevitable, a una guerra, que acabaría siendo regional.

Kerry demostró, con afirmaciones tan solemnes, que no cualificaba para el puesto 49 en la lista de los profetas de Israel y se quedó, más bien, relegado a la categoría de un falso profeta más.

Todas esas asunciones, plagadas de sesgos y de prejuicios, de las que las declaraciones de Kerry fueron su mejor representación, resultaron ser fallidas.

Desde entonces, Israel ha expandido notablemente su influencia en el mundo, en concreto, en Asia, en África y en América Latina, en gran medida, gracias al liderazgo de Benjamin Netanyahu.

En paralelo, muchos países árabes parecen haber llegado a la conclusión de que Israel no sólo no será un paria internacional, sino que, incluso, prefieren relacionarse directamente con Israel porque, entre otras muchas cosas, ese vínculo trae, también, beneficios para todos ellos.

En realidad, los Acuerdos de Abraham reflejan un cambio sustancial en las prioridades regionales del Próximo Oriente para los países árabes que los han firmado.

La aprensión al crecimiento de la proyección de poder y de fuerza de Irán, la preocupación por la influencia de los yihadistas sunitas, la frustración y el hartazgo de los países árabes del Golfo Pérsico con el asunto palestino, el deseo de obtener ventajas a través de una relación más cercana a EE. UU. y el miedo a que los estadounidenses rebajaran la prioridad del Próximo Oriente en su política exterior, incluso, que se desengancharan completamente de la región, fueron las razones del realineamiento de fuerzas que los Acuerdos de Abraham han representado.

El contexto surgido del Próximo Oriente que fue sacudido por la llamada primavera árabe también contribuyó a ese reajuste en la zona.

Durante aquellos años de revueltas, de cambios de gobierno y hasta de guerras civiles, países tradicionalmente poderosos dentro del Próximo Oriente, como Siria, como Irak o como Egipto, pasaron por dificultades internas muy serias.

Para el resto de los países del área que no sufrieron ese tipo de escollos, o no, en tanta intensidad como los anteriores -Arabia Saudí o los países del Golfo Pérsico-, sí obtuvieron de esas dificultades regionales una suerte de oportunidades inesperadas, que aprovecharon al máximo.

Entre ellas destacaron un nivel diferente de interlocución con EE. UU., desde la llegada al poder del presidente Donald J. Trump, o de relaciones nuevas y prácticas con el Estado de Israel, en un momento en el que los tres países no árabes de la región -Irán, Israel y Turquía- mantenían su fortaleza, su estabilidad política y su influencia en el mundo, independientemente de todos los problemas a los que los tres han tenido que hacer frente, mientras el mundo árabe salía debilitado del fenómeno de aquellos años de protestas.

Aquellas oportunidades fueron aprehendidas, también, por el presidente Trump, quien, desde 2017, reforzó sus relaciones con el Reino de Arabia Saudí -su visita a Riyad fue la primera desde su llegada al poder, algo extraordinario para la política exterior estadounidense, hasta ese momento, fue seguida de la de Israel y, sólo, a continuación, por la que realizó a sus socios europeos- y con los EAU, a quienes ofreció un marco transaccional de entendimiento, favorable a ambos, a cambio de aceptar la invitación estadounidense de acercarse a Israel y de oponerse a Irán.

Donald J. Trump realizando una danza tradicional, con sable, en el Palacio Murabba, Riyad, 20 de mayo de 2020

En definitiva, el nuevo alineamiento estratégico y mental que EE. UU. propuso, a través de su presidente Trump, con esta maniobra, era salir, de una vez para siempre, del marco-trampa tradicional, incuestionado durante siete décadas, de la solución de los 2 Estados para aceptar un nuevo referente, más ambicioso, más global e inspirador, de la solución de los 20 Estados, es decir, los 16 del Próximo Oriente, propiamente dichos, más Afganistán, Egipto, Libia, Pakistán y Sudán.

En la actualidad, en la región se especula sobre cuáles serían las posibilidades de continuidad de los Acuerdos de Abraham dado el reemplazo del presidente Trump por Biden y su equipo.

De forma contraria a lo que pudiera imaginarse intuitivamente, los Acuerdos de Abraham tienen un pronóstico de supervivencia bastante positivo.

En el Cercano Oriente hay una aspiración creciente y compartida por muchos actores nacionales de generar seguridad colectiva, en beneficio de todos, y de crear condiciones para la paz en todos los países.

Asimismo, las naciones firmantes de los Acuerdos de Abraham están alejadas físicamente de Israel y de los territorios palestinos -por lo tanto, no son fronterizos con ninguno de ellos-, disfrutan de sistemas políticos estables y son poco aficionados a los dramas internos, a pesar de que siguen siendo regímenes no democráticos y autoritarios.

Por si fuera poco, la sorpresa del momento presente reside en el hecho de que Biden y su equipo hablen con admiración de los Acuerdos de Abraham, forjados por el que es el objeto favorito de su odio político, el presidente Donald Trump, aunque quieran, según sus manifestaciones, virarlos hacia una iniciativa que no sirva necesariamente para la disuasión de Irán.

Biden aspira, de hecho, a transformar estos Acuerdos para convertirlos en un mecanismo para la cooperación regional y en asuntos de seguridad, económicos y de derechos humanos.

Los ganadores de los Acuerdos de Abraham fueron los EAU y Bahréin, Marruecos y Sudán, el presidente Trump e Israel.

Los EAU y Bahréin obtuvieron aviones de combate F-35 de EE. UU., sistemas de defensa antiaérea, en este caso, según se dice, de Israel e infinidad de oportunidades en los sectores de la ciencia, de la Inteligencia, de la cooperación en seguridad, del comercio y del turismo llegado desde Israel, cuyos ciudadanos ya están reemplazando a Turquía por estos países del Golfo Pérsico como destino preferido de sus vacaciones.

Marruecos consiguió que EE. UU. reconociera su soberanía sobre el territorio disputado del Sahara Occidental y Sudán obtuvo de EE. UU. la retirada de su país de la lista de países que patrocinan el terrorismo internacional.

Por su parte, el presidente Trump obtuvo un grandísimo éxito diplomático, evitó que estallara una crisis en el Próximo Oriente durante su mandato y la naturaleza de los acuerdos tuvo una recepción generalizada muy positiva no sólo entre la base electoral republicana, sino, además, entre parte de la demócrata.

Sin duda, el gran ganador fue Israel.

Sello del Estado de Israel

El Estado de Israel consiguió formalizar, oficialmente, reconocimientos y relaciones que llevaban años desarrollándose por debajo de la línea de visión de la diplomacia, como sucedía con Marruecos, con Bahréin o con EAU.

Los Acuerdos de Abraham supusieron un cambio radical para Israel al pasar a ser considerado como un socio regional por muchos de esos países, cuando no, un aliado de primer nivel para muchos de ellos.

Asimismo, Israel sabe y está dispuesto a entregar mucho más de lo que va a recibir en el intercambio material con sus nuevos socios -aunque los Estados del Golfo ya han comenzado a hacer llegar sus inversiones a Israel- porque es consciente de que el valor del reconocimiento que ha obtenido para el Estado de Israel es incalculable.

Por último, el hecho de que Israel haya sido reconocido como Estado legítimo por dos Estados suníes incrementa el campo regional anti-Irán.

Todos estos beneficios para el Próximo Oriente han sido conseguidos por los Acuerdos de Abraham -a pesar de las falsas profecías de John Kerry y de sus seguidores- sin necesidad de hacer concesiones a los palestinos y sin que Israel tuviera que hablar o negociar sobre sus fronteras, sobre refugiados -reales o ficticios- o sobre Jerusalén.

Tras la firma de los Acuerdos de Abraham, la ecuación-fetichetierra a cambio de paz” ha dejado de ser intocable.

Como es obvio, los perdedores de los Acuerdos de Abraham fueron el Frente Polisario y los que lo apoyan, en África o en Europa, Irán y la Autoridad palestina, cuyo dirigente, Mahmoud Abbas, expresó sus sentimientos con claridad: “ha sido una puñalada por la espalda”.

 

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