Hacer las preguntas adecuadas, aportando miga, es un arte en el que no muchos españoles destacan. Sobre la presencia española en América se ha escrito ya y sigue el debate. Pero sobre el impacto de América en nuestra conciencia se dice siempre menos, entre las nostalgias de conquistadores en la derecha atávica, las peleas de sogatira por la leyenda negra y el cultivo orgánico del «nada que celebrar» de nuestra izquierda postrimera.
La verdad es que sin América nuestra conciencia no se completa. Pero llega el día en que un ministro va y viene -semiclandestino- del aeropuerto y le pillan y dispara su versión incierta, con retroceso de culata, yerra el tiro y vuelve a disparar versiones en ráfaga a ver si una compensa el retroceso de la otra. Al contemplar cómo la política venezolana empapa nuestra vida parlamentaria, desde antes del «Delcygate», podríamos dudar si es un síntoma de que España recobra su conciencia americana.
Acaba de reeditarse en Cátedra el Ocnos de Cernuda junto a Variaciones sobre un tema mexicano. Ahí, como siempre en Cernuda, encontramos las preguntas adecuadas. Desde el exilio se pregunta por qué ni Larra ni Galdós, relatores del siglo emancipador, se (pre)ocuparon jamás por «estas tierras de raigambre española». ¿Por qué? Buena pregunta.
El poeta sevillano nos conocía desollados y se extraña de que un país tan bronco no protestara como siempre hizo el español: «Si entonces no dijo ni palabra es que nada le iba en ello». Quizá los americanos se dieron antes cuenta de que para nosotros España era la península sólo, dice Cernuda, que venera el esfuerzo y la obra de los españoles en esas tierras. Exiliado, se pregunta: ¿Qué virtud puede tener tu tierra, tan caída?. Y se responde: La de haber puesto el espíritu antes que nada.
Pero no hablan de esto en España, ni en el Congreso. Aquí se invoca América para injerirse, así bien escrito -o mal, con h intercalada, hiriente tras la j.
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