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Esopo, xenófobo

¿Es «La cigarra y la hormiga» una fábula racista, como dijo un diputado esta semana en el Congreso?

Esopo, xenófobo
Jesús García Calero el

En este tiempo de fábulas que nos ha tocado vivir no resulta tan extraño que los animales hablen, incluso que debatan y se presten, como en los cuentos de los tiempos grecolatinos, o en el célebre parlamento cervantino «El coloquio de los perros», a enseñarnos unas cuantas lecciones. Otra cosa es que aprovechen. Tal vez no, si atendemos literalmente a lo escuchado en la tribuna del Congreso a un señor diputado que profirió esta semana una crítica literaria de una de las humildes y seculares obras de Esopo en términos tan peyorativos que prácticamente le acusó de xenófobo por haber escrito «La cigarra y la hormiga».
Decir que la cigarra, que canta sin pensar en los derechos de autor, y la hormiga, que acumula trabajosamente su alimento, muestran un conflicto racista es torcer demasiado las cosas, para simplificarlas.

Esopo pintado por Velázquez, en el Museo del Prado

Tal vez lo que se trasluce sea una lucha de clases -y de especies- fabulosa. Pero ni la cigarra es metáfora de España ni la hormiga es trasunto de Alemania, ni el motivo de la posible negativa a compartir la comida acumulada era la xenofobia. ¿Se pueden resumir las complejidades del Banco Central y las pugnas en el seno de la Comisión y del Consejo de la UE ante la crisis en una fabulita para que «la gente» nos entienda (guiñamos un ojo)?

Ahora que los niños vuelven a pasear por las calles, solos o en compañía de mascotas, hacen falta nuevos cuentos, en los que algunos animales adopten virtudes humanas y algunos políticos también. Esperemos que los países no empiecen a protagonizar las fábulas ¿Pero qué les habrá hecho Esopo a algunos líderes? ¿Será que se sienten retratados en el cuento del escorpión y la tortuga, aquel en el que el arácnido mata al quelonio y ambos se hunden?

Adelanto moraleja: al llegar esta crisis tan grave estamos hartos de que nos den gato por liebre. Y aunque no guste, confesamos que -por malos que fueran- cada día echamos más de menos a los viejos zorros de la política.

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Jesús García Calero el

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