En este tiempo de fábulas que nos ha tocado vivir no resulta tan extraño que los animales hablen, incluso que debatan y se presten, como en los cuentos de los tiempos grecolatinos, o en el célebre parlamento cervantino «El coloquio de los perros», a enseñarnos unas cuantas lecciones. Otra cosa es que aprovechen. Tal vez no, si atendemos literalmente a lo escuchado en la tribuna del Congreso a un señor diputado que profirió esta semana una crítica literaria de una de las humildes y seculares obras de Esopo en términos tan peyorativos que prácticamente le acusó de xenófobo por haber escrito «La cigarra y la hormiga».
Decir que la cigarra, que canta sin pensar en los derechos de autor, y la hormiga, que acumula trabajosamente su alimento, muestran un conflicto racista es torcer demasiado las cosas, para simplificarlas.
Tal vez lo que se trasluce sea una lucha de clases -y de especies- fabulosa. Pero ni la cigarra es metáfora de España ni la hormiga es trasunto de Alemania, ni el motivo de la posible negativa a compartir la comida acumulada era la xenofobia. ¿Se pueden resumir las complejidades del Banco Central y las pugnas en el seno de la Comisión y del Consejo de la UE ante la crisis en una fabulita para que «la gente» nos entienda (guiñamos un ojo)?
Ahora que los niños vuelven a pasear por las calles, solos o en compañía de mascotas, hacen falta nuevos cuentos, en los que algunos animales adopten virtudes humanas y algunos políticos también. Esperemos que los países no empiecen a protagonizar las fábulas ¿Pero qué les habrá hecho Esopo a algunos líderes? ¿Será que se sienten retratados en el cuento del escorpión y la tortuga, aquel en el que el arácnido mata al quelonio y ambos se hunden?
Adelanto moraleja: al llegar esta crisis tan grave estamos hartos de que nos den gato por liebre. Y aunque no guste, confesamos que -por malos que fueran- cada día echamos más de menos a los viejos zorros de la política.
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