Ojalá todo gran creador tuviera una exposición tan hermosa como la que la Biblioteca Nacional de España ha dedicado a Delibes. ¿Quién era ese hombre que mandaba hacer cuartillas del sobrante de papel prensa para escribir sus libros, que creaba novelas con letra clara sobre las sobras, sobre lo que no habían manchado con la tinta del periodismo diario las rotativas del “Norte de Castilla”?
Todo lleva al mismo lugar en Delibes, todo lleva a pensar en un mismo carácter -castellano, sí- o un mismo Norte. Una mirada franca a la naturaleza, pero también a la naturaleza humana y a la de la sociedad política. La de un cazador que escribe. Así cabe entender su aproximación al periodismo y su pulso decidido contra la censura. Siempre pisando líneas rojas, los límites de lo permitido. Eran tiempos recios para hacerlo. El consejo del diario recibía un goteo de quejas e imprecaciones contra su labor. Convocado por las autoridades de prensa (es decir de censura), viajaba a Madrid continuamente para dar explicaciones de lo que a esas alturas resultaba tan evidente como imparable, gracias a hombres como él. Y cuando llegaban las derrotas, porque siempre se suceden en toda lucha contra un poder superior, era la hora de la gran literatura para contar lo que las prensas periodísticas tenían prohibido imprimir. Así surgió, por ejemplo, “Las ratas” tras la imposibilidad de publicar reportajes sobre el abandono de la Castilla profunda. Pero queda claro que , en su pugna con los censores, siguió librando batallas hasta los años setenta, cuando le arrancaron una frase de “El príncipe destronado”. Ciegos.
La voz de Delibes se escucha muy clara en la Biblioteca Nacional. Uno puede seguir los hilos de ese carácter, las fibras fuertes que sostienen una mirada sobre el mundo que todavía nos interesa hoy. Lealtad, dignidad, calidad, ironía, pasión y libros son algunos de los hitos de la vida que nos resume tan maravillosamente la muestra de la que ha cuidado Jesús Marchamalo. De la exposición se sale emocionado, si se sigue con atención cualquiera de esos hilos, o se deja uno prender y trenzar entre ellos.
Delibes emerge en esas salas con una voz, una paciencia y un sigilo de cazador, suena quizá grave en nuestros días porque era un hombre de letras y de campos, de memoria sin rencor y de generosidad sin bandera, de metáforas y bandadas. Justo lo que no abunda hoy. Es imposible no pensarlo. La incertidumbre en la que vivió, las dificultades -por decirlo suavemente- para defender la libertad y el criterio frente a un poder con doble vara de medir, que quería administrar tanto la ofensa como la risa en la vida pública y en la esfera íntima. Y su manera de mantenerse siempre firme, moderado, tolerante, inteligente nos habla con mucha claridad. Son valores que hoy, a pesar de vivir en democracia, pero rodeados de nuevas incertidumbres -sanitarias, políticas- y nuevas redes donde cada vez se ve más claro que hay poderes empeñados en imponernos lo que podemos o no podemos expresar, cómo vivir, a quién creer y a quién repudiar por lo que piensa, esas virtudes delibesianas están más de actualidad que nunca.
Uno tiene edad para recordar lo que algunos dijeron cuando publicó “El hereje”, su última novela sobre el núcleo luterano que surgió en la Valladolid que fue corte de Felipe II, que menuda fábula. No entendían un Delibes metido en novelas históricas como si fueran camisas de 11 varas. Él, que se las cortaba más grandes contra la censura…. Esa última novela es sin duda una gran historia humana e intelectual que supuso además toda una lección de estilo, de novelística, para aprender a disolver en una narración un tomo ensayístico sobre otro tiempo y otras creencias que permita a los lectores comprender perfectamente los contextos y el significado de la peripecia de aquellos personajes. Ahí es nada.
Pero hay algo en “El hereje” que me sigue llamando la atención, un peso añadido que tiene ese libro como testamento. Uno sale de la Biblioteca Nacional, como digo, emocionado y recordando tantas facetas de un tiempo distinto y difícil, donde luce la honradez de alguien tan comprometido con su presente como Delibes. Lo que pensaría de tanto tahúr de feria como tenemos hoy en el espacio público cada uno puede pensarlo libremente.
Yo me quedo con su dignidad y su camino recto hasta convertirse en alguien a quien admirar porque supo ser un “hereje” cabal, o al menos tuvo madera más que de héroe de hereje contra la intolerancia y la estupidez elevadas a credo, esas que hoy nos acechan y nos polarizan, y que desgraciadamente son compatriotas nuestras y se multiplican. Supo ser distinto. Estuvo a la altura.
Delibes, hombre y escritor, vida, caza y ficción, gran historia de la literatura española y voz todavía relevante para nuestro tiempo, dijo en una entrevista con Juan Cruz: “He sido fiel a un periódico, a una novia, a unos amigos, a todas las cosas en las que me he metido, a la pasión periodística, a la caza. Con mayor sensibilidad o mayor mala leche”. Esa frase despide al visitante de la exposición de la BNE.
Y me doy cuenta que ese tipo de perseverancia es heroica y heterodoxa entre nosotros. Aunque no debería. Pero lo es, sin duda. Lo fue en el cazador que escribía o el escritor que cazaba. Un hombre, una historia, un paisaje. No se pierdan la exposición.
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