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En Albanta o al este del Edén

En la muerte de Luis Eduardo Aute

En Albanta o al este del Edén
Jesús García Calero el

Para quienes tenemos fe en las palabras hoy se ha apagado una voz libre y sensible, se ha evaporado una armonía indómita que no sé si figura en el centro de la banda sonora de nuestras vidas solamente o hemos descubierto más adentro aún, al conocer la muerte de Luis Eduardo Aute, vibrando como un bordón olvidado en el recuerdo de varias generaciones.

Sus canciones nos reflejan como un espejo familiar y nos reconocemos en el amor y el desamor que nos cantaba, en la protesta y la antiprotesta, en la filosofía y la poesía de un mundo hecho de paradojas que merece, no obstante, de vez en cuando, un himno. Aute nos llevó a un lugar imaginado por su hijo, Albanta, y por el camino se quiso Espuma, Rito, Sarcófago -nombres de aquellos primeros discos nunca del todo descubiertos-. Sonaba estravagario y nerudiano en «Pétalo», se compadecía en el desgarro de las víctimas de la represión franquista en «Al alba» -su mayor éxito-, y a pesar de todo, o por encima de todo, lo que cantaba eran poemas con peso propio, historias humanas y con vida propia, himnos que no se doblegaban a disciplinas ni a ideologías.

Como los metales nobles vibra esa voz que, fuera del tiempo encanallado, reclama hoy nuestra atención cuando cumplimos cuarentena con el aire de las ciudades más limpio, los pájaros resonando en las calles como un concierto y los aplausos en las ventanas, todo un poco surrealista porque esperamos aquí, tu ya lo ves, como Albanta al revés.

Aute se sintió más pintor que poeta y más poeta que cantautor, pero a su pesar nos ganó con el susurro de aquellas canciones en las que también gravitaban su pintura y su poesía. Él abjuraba a veces: «Qué me dices cantautor de las narices, que me cantas con ese aire funeral», pero siguió llevándonos de la mano desde el amor primero al desamor después, desde el «Lecho de amor y muerte» en «Lentamente» al hecho inexorable de que «de alguna manera tendré que olvidarte». Y cuando todo importó menos entonó el «siento que te estoy perdiendo».

Toda la vida ha estado ahí. Y hoy recuperamos su sonido porque no tenemos más que la poesía, que para él «es palabra que vela despierta… que mece a las piedras… que debe alumbrar». Su timbre varón está a salvo en la memoria de todos. James Dean seguirá tirando piedras al este del Edén. Ya no hay prisa, aunque sean las cuatro y diez. En sus versos siempre andaba acechando la muerte, y todavía…

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