La noche de clausura de los Proms es a Gran Bretaña lo que el concierto de Año Nuevo a Viena. Después de un festival que es, con todas las letras, una verdadera fiesta-estival de la música, promovido y difundido por la BBC y cada año con una programación tan variada y de tanta calidad que da mucha envidia de la sana (y tal vez un poco de la otra), llega la velada con la que concluye el ciclo. Es ya toda una tradición. Popular en el más amplio sentido. En el mejor. Un tanto hortera y un punto patriotera, pero ¡qué demonios! es una celebración mixta de cultura, música, símbolos y unión alrededor de todos ellos. La Noche concluye habitualmente con los “himnos” de un país al que le sobran y los derrama generosamente en esta ocasión, un país que muchas veces nos parece antipático pero cuyo humor nos desternilla, himnos que que no se limitan al himno nacional.
Dicen las crónicas que la directora finlandesa Dalia Stasevska -encargada de dirigir a la Orquesta de la BBC en este último concierto- estaba «dispuesta a modernizar el repertorio de la noche y reducir los elementos patrióticos». Se puede estar dispuesto a todo y dispuesto a nada. Pero tratar de emborrachar el pastel con la moralina del Black Live Matters no tiene ni pies ni cabeza. ¿Anularemos toda la música de la era de la esclavitud? ¿La filosofía y la ciencia nacida en países esclavistas, empezando por Grecia y Roma? ¿Cualquiera de las manifestaciones positivas de la humanidad en cualquier tiempo o nación debe ser tiznada por el barro de las peores manifestaciones? ¿Nuestra época tan alta en causas no tiene mierda bajo la alfombra, comercios de personas y armas, abusos y iniquidades, violencia machista o racista como la que más, multiplicados en las redes como el degüello de los rehenes y las amenazas cumplidas que nos hacen víctimas de los atentados? Claro que sí y no por eso debemos “cancelar”, como dicen ahora los que no se atreven a llamarlo por su nombre al acoso, al linchamiento y la barbarie, ni silenciar la historia y la cultura de otros tiempos.
Además, en el caso de los Proms y de la batuta finesa “dispuesta a modernizar”, ¿de qué estamos hablando?
“Rule, Britannia!” fue compuesta en 1740 para señalar un triunfo y tapar un desastroso bloqueo naval a Portobelo, en Panamá, que la Royal Navy bajo el mando del almirante Francis Hosier había tratado de hacer en 1726-27. Ya poco después, en 1739, mandaron al almirante Edward Vernon a bombardear la ciudad española del istmo. La incursión se convirtió en una victoria tan ansiada que a Vernon le dieron las llaves de la Ciudad de Londres y se mandó entonces componer esa canción patriótica, en 1740, con un poema de James Thompson y la música de Thomas Arne: “Rule, Britannia! Britannia, rule the waves!
Britons never, never, never shall be slaves…” que celebra el dominio de los britones sobre las olas del mar.
Si a alguien deberían molestar esa canción y esa letra debería ser a los españoles, puesto que recuerda el bombardeo de nuestra ciudad y el ataque a nuestra hegemonía naval de entonces. No atañe desde luego al movimiento Black Lives Matter, a pesar de que la canción rime esclavos (slaves) con olas (waves). Hasta ahí llega la incultura y la barbarie que supone silenciar esa canción. El furor de los censores errados de causa, que están pidiendo a gritos su drama a lo Nicholas Ray.
Pero, claro, donde las dan las toman, y la alegría por el himno no les duró ni un año porque en 1740 volvieron a mandar a Vernon (y a Anson) un ataque combinado a Portobelo y Panamá. De Anson no hablaremos mucho porque se perdió en el Pacífico sur por calcular mal la longitud y perdió naves y hombres en tal número que ya no pudo llevar a cabo su prevista misión y realizó acciones muy limitadas que se lavaron la cara con el bonito nombre de “la vuelta al mundo” chupando rueda de Elcano (y hasta de Drake y algunos otros más), 220 años después. Y también en 1741, el impaciente Edward Vernon, harto de tanto esperar a Anson, decidió pasar de Portobelo y entretenerse atacando con su poderosa flota Cartagena, donde le esperaba Blas de Lezo, con el resultado que todos ya conocemos: uno de los mayores desastres navales ingleses de todos los tiempos en los que la superioridad numérica no sirvió para nada ante la determinación de don Blas. En el pecado de la canción llevaron la penitencia… podríamos decir.
Y eso es historia pura, han pasado tres siglos. Hay que pasar página. No es lógico que a los amantes de la música y la noche final de los Proms, entre los que me incluyo con entusiasmo, le pongan braghettones antirracistas al momento. Es mezquino e indigno incluso de los muy motivados activistas del Black Lives Matter. ¿Nadie puede decírselo? Ver un teatro rebosante y el Hyde Park hasta arriba de gente y las plazas de muchas otras ciudades con pantallas enormes y multitudes asistiendo al final del verano en forma de conciertazo y fiesta musical popular es algo tan grande que la presencia de banderas y letras patrióticas no puede disipar de un plumazo.
Se canta sobre la música de Pompa y Circunstancia, de Elgar, con la dicha letra de “Land of hope and glory”. Sin la letra queda la pompa, sola, y la circunstancia, fúnebre. Después se canta el Jerusalén, poema inigualable de William Blake que funciona como himno alternativo desde los oscuros días de la I Guerra Mundial y ha acompañado a Gran Bretaña durante el sangriento siglo XX, ganándose el derecho de figurar en una noche de evocación como esta, legítima, añadiríamos, además de cultural. ¿No se atreven a silenciar a Blake? Blake Words Matter da para un movimiento.
La noche se cierra -esta vez sí- con el himno nacional, el “God Save the Queen”, porque ellos lo valen, porque les sobran himnos y banderas y las comparten y agitan en buena disposición, confraternizan. Se ven incluso banderas de otros países. Antes incluso alguna de Europa… Vamos, como en España cuando ganamos la copa del Mundo de Fútbol pero añadiendo música clásica y otras manifestaciones culturales, y la comparación viene al caso porque de letras en los himnos nosotros no podemos dar lecciones: lo lo lo lo lo lo lo… y a mucha honra.
Lógicamente, para los nuevos censores sin fronteras, era insoportable. O mejor, intolerable. Había que “modernizarlo”. No sé si podrá ser igualmente popular a partir de ahora. Pero será, casi seguramente, de un popular más de diseño, impostado.
(Nota bene: Los más susceptibles que haya entre los lectores deberán perdonarme que haya puesto el vídeo de cuando la letra se cantaba)
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