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Veinte años sin Valente

Hoy hace dos décadas de la muerte del poeta gallego. No hay excusa para ignorar el valor ético de su palabra en este siglo hipócrita

Veinte años sin Valente
Jesús García Calero el

Así que han pasado 20 años y no hay otro compromiso más actual en este siglo hipócrita -que conserve intacto su valor ético- salvo el compromiso con la palabra. No cualquier palabra en el mundo de las noticias falsas, donde las jaurías emplean palabras mendaces y retorcidas para sus linchamientos, donde los políticos aprendieron a ponerse a salvo de sus propias mentiras y de la insolidaridad sectaria. La palabra poética, fidedigna, la palabra indómita, la palabra que desterramos y de vez en cuando aparece y se disuelve en la realidad que nombra, que diría José Ángel Valente (1929-2000). Ese fue su compromiso, plena está su vigencia de sentido.

Galaxia Gutenberg publicó sus obras completas, y después su «Diario anónimo» y «El ángel de la creación», un volumen de diálogos y entrevistas. Es decir que su palabra sigue ahí, perfectamente editada y disponible. No hay excusa para ignorarla y quizá sea una buena tentación o un buen espejo, como aquellos armarios de luna que le reflejaron de niño, para nosotros hoy.Ya no está Valente y tenemos sus fragmentos.

El autor, en los años setenta guardaba un aire a Carl Sagan

Falta su mordacidad demasiado punzante para el solar patrio y su exigente crítica de la que dan testimonio sus ensayos con «Las palabras de la tribu» al frente. Hay una tumba en Orense -sin su nombre la última vez que estuve- en la que yace junto a su hijo Antonio, cuya temprana muerte ensartó vida y obra y redobló las batallas del lenguaje y el silencio dentro de su corazón -sufrió un infarto, a poco «No amanece el cantor»- y cuya memoria volvía como un obstinato cada primero de mayo en poemas dolientes cuando entraba en barrena (May Day…).

 

Ya no tienes figura: la tuviste

cuando andábamos juntos contra el viento

que ya me amenazaba con tu ausencia.

Y ahora el día

de atenuada luz como tímida noche

apaga lentamente mi mirada.

La sombra.

Otra vez en su seno somos uno.

 

Tenemos una poesía que adelgazaba como él e impugnaba paso a paso el yo autoral. Siempre un pie en la experiencia de decir extremo, llevando al lenguaje al borde de la luz donde todo aparece o desaparece (desde su segundo libro, el cernudiano «Poemas a Lázaro») y empujando el pensamiento al fondo del origen (como en «Tres lecciones de tinieblas»). El otro pie de su poesía comprometida opera a través de referentes de la realidad (llanto por los indios kaiowá masacrados en Brasil, o el poema a los hibakusha de la bomba atómica, con el imperativo ético como un compromiso radical con la palabra).

 

¿Nacer al reino

de la calcinación?

Cuerpo del hombre

más alto que los cielos.

¿Qué hiciste de ti mismo?

Dibujo de Julián Grau Santos para ABC Cultural

Tenemos un lenguaje convertido en ceniza «a modo de esperanza» y ofrecido una y otra vez con cierto empeño místico, pero de carácter agnóstico. Místico en sentido paradójico, de misterio o razón oculta (DRAE) y de experiencia trascendente sin un dios referencial. Esta veta cobra importancia en su obra final y merece una pequeña explicación. Recordemos que San Juan de la Cruz utilizaba la poesía amatoria para sondear el más allá cristiano como metáfora de salvación. El encuentro del Alma y el Amado «más adentro en la espesura», era experiencia poetizada en vida de la muerte y de la eternidad.

Valente se adentró en ese camino con toda lógica y escribió en su última obra «Fragmentos de un libro futuro» poemas de amor en los que él ya está ausente, habla desde esa espesura, textos en los que muestra su propia, indeclinable desaparición. La enfermedad que le consumía iba intensificando ese deslizarse hacia las sombras:

 

Me cruzas, muerte, con tu enorme manto

de enredaderas amarillas.

Me miras fijamente.

Desde antiguo

me conoces y yo a ti.

 

Hay muchos más aspectos actuales de su obra, pero lo fundamental es esto: tenemos los fragmentos que nos dejó este poeta. Han pasado veinte años desde su muerte. De Valente, la palabra queda.

 

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