Hay pocas historias tan novelescas como las peripecias de las herencias de los grandes coleccionistas. Normalmente no acaban saltando a la prensa, pero cuando lo hacen, hay material para escribir en varios géneros. Aún recuerdo el reportaje que hicimos en ABC sobre un niño pintado por Goya que vive en el altillo de una cámara acorazada desde hace 24 años, desde que en el Museo del Prado empezaron a dar pábulo a quien arroja dudas sobre cuadros muy conocidos, soslayando el hecho de cómo influye eso en el mercado. Por no hablar de historias tan rocambolescas como la de Cornelius Gurlitt o los procesos de devolución de obras de arte confiscadas por los nazis, que acabaron en medio mundo y que han dado lugar a batallas legales, como la ganada recientemente por el Museo Thyssen.
Pero hay ocasiones especiales. Hay veces que la trama es una saga completa de cuadros fugitivos y obras perdidas en el limbo de los inventarios que nunca se hicieron, de los herederos que silbaban mientras las autoridades investigaban, de los sabuesos de Hacienda apretando los ojos delante de un perfume confuso como un rastro de infracción mezclado con Chanel nº5.
A veces la cosa es demasiado grande, como la noticia que saltó ayer en Barcelona, cuando el ayuntamiento ofreció la rueda de prensa en la que se hizo pública la operación de la Sección de Patrimonio Histórico de la UCO de la Guardia Civil que ha permitido cerrar uno de los más antiguos y complicados litigios de la Ciudad Condal. Operación “Mecenazgo” la llamaron, y está muy bien dicho, porque el resultado es que Barcelona gana una colección de gran nivel, digna de un museo. Parte de 1991, cuando Julián Muñoz Ramonet legó a Barcelona sus dos fincas con todo su contenido. La familia hizo como que no sabía y desde 1994, avisado por el antiguo secretario del señor Ramonet, el Ajuntament supo que le habían birlado un museo.
Porque el legado es un verdadero museo, tal y como contaba brillantemente David Morán hoy en ABC: 376 pinturas y dibujos, 87 miniaturas, cuatro esculturas, cuatro marfiles y tres tapices. Entre las piezas recuperadas destacan tablas góticas de los siglos XV y XVI, pintura de la escuela española del renacimiento y e barroco, pintura catalana del siglo XIX y obras de Lucas Giordano, Mariano Fortuny, Eugenio Lucas, Frederick Morgan y Franz Xaver Winterhalter… La crónica merece una atenta lectura.
Cómo han sido capaces los agentes de la Guardia Civil de levantar las coartadas y barridos que ocultaban las pocas pistas que quedaban del traslado de las obras -empresas desaparecidas, almacenes innominados, dos domicilios en Madrid capital, otro en Algete, otro en Denia y otro en Mataró. Más locales de empresas, en Madrid y Barcelona- es la parte central de la novela. Ha pasado demasiado tiempo y eso añade algunas incertidumbres de qué habrá ocurrido con las obras principales durante tantos años, si serán las que parecen o quedará aún alguna sorpresa.
Solo con las imágenes de los coches de la colección Ramonet -no se sabe si estaban en las fincas de la Ciudad Condal y por tanto no puede probarse que deban ser entregados al ayuntamiento barcelonés- y los cuadros que rodean el “garaje” ya se puede hacer uno a la idea. Domicilios hasta los topes, sótanos con humedades donde algunas piezas han sido dañadas, almacenes de empresas y algunas pistas que no llevaron a ninguna de las obras dan forma a las peripecias de los investigadores. Las autoridades barcelonesas y la ayuda del Instituto de Patrimonio Cultural de España, con sus expertos, podrán estudiar el valor definitivo de todas estas obras.
Creo que es de agradecer la diligencia lograda, en el momento en el que apareció la primera pista, en febrero pasado. En marzo ya estaba el trabajo hecho. Los jueces del caso no cabían en sí de satisfacción por ver resuelto un litigio tan alambicado y desagradable. Luego vino la pandemia y todo quedó congelado hasta ayer, cuando se presentó. En fin, no tantas veces resulta tan visible y evidente el buen funcionamiento de las instituciones del Estado, que no saben de fronteras, partidos en el gobierno ni sueños húmedos con las republiquetas. Por eso merece la pena dar relieve al trabajo bien hecho de quienes, tan normalmente, están siempre sirviendo a la sociedad.
Por eso llama también la atención que la señora alcaldesa Ada Colau no haya encontrado un hueco en su apretada agenda de Twitter, en la que abundan las reivindicaciones y las denuncias fantasmales a las togas fachosas en los últimos días, para un sencillo reconocimiento al trabajo y los esfuerzos de la Guardia Civil y un anuncio de que su ciudad tiene un museo nuevo pendiente de catalogación y exposición. Esa Guardia Civil que no dudan en denostar cuando tiene que intervenir por otro tipo de asaltos a la ley que se dieron y a buen seguro se seguirán dando. Al final va a ser verdad que España nos roba… la oportunidad de ser generosos.
Enhorabuena a Barcelona, y a la señora Colau, por el museo y por la Guardia Civil.
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