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¿Cultura para qué?

¿Cultura para qué?
Jesús García Calero el

En este mundo de redes cruzadas, insultos de pajarito y tensiones territoriales, la cultura ha cobrando protagonismo, frecuentemente para mal. No pienso solo en Sijena, la última polémica en la que el patrimonio es casus belli. Hay una escala mayor. La cultura que debíamos compartir y debatir aparece de pronto en las trincheras electorales invocada por los Merlines alabeados de los partidos lo mismo que por los Bravehearts del separatismo. Se la utiliza para sacudir las cabezas en el sentido estricto, óseo del término, buscando la conmoción cerebral más que la vital. La usamos para cerrar filas en lugar de para ensanchar horizontes.

Cuánta envidia daba el sábado pasado contemplar en Francia ese funeral casi de Estado dedicado a Johnny Hallyday. Aux chansons, Citoyens! Con la Concordia a reventar, en sentido literal y figurado. Allí estaba la ciudadanía, el pueblo, el público –como quería Lorca– mostrando un respeto a la cultura, una más entre las más altas instituciones del país. Incluso hizo acto de presencia nuestro ministro de Cultura, Íñigo Méndez de Vigo. Pero ese gesto no vale.

Uno no se imagina algo parecido en la España de la posverdad autonómica, ni por un cantante, ni por un torero: ¡La polémica que se montaría! Y menos por un escritor. Pensemos, aunque duela, en el modesto entierro de Juan Goytisolo trasterrado en Marruecos, en pleno ferragosto del procés. Y recordemos, porque escuece la comparación, el vacío institucional que le acompañó. Es un caso relevante que podría suceder también al revés, con un gobierno de izquierda y un creador no afecto.

¿Para qué la cultura? Lo hemos olvidado. Para generar espacio compartido, pero sin banderías. Desgraciadamente, el Estado ha dimitido hace décadas de su deber de impulsarla sin dirigirla. De hacerla prioritaria. En la Transición –¡oh, esa vivencia que hoy denostan y empujan a la hoguera– los españoles recuperamos la cultura desgajada. El Guernica y todos los nombres, versos, músicas y voces del exilio anidaron en un árbol común. Era asunto de Estado. Un respeto. Pero luego flaqueamos, yonquis de la subvención y de la risa floja. ¿Para qué?

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