Sé que para todos, incluidos los juristas, no es nada divertido leer la Constitución. Pero es algo que convendría hacer de vez en cuando porque así podríamos saber qué derechos nos asisten y que obligaciones pesan sobre nosotros. Más aún: ojear la Constitución permite también caer en la cuenta de algunos derechos que no aparecen proclamados en la misma aunque pueda estar extendida la opinión contraria.
Me refiero en concreto a que nuestra Constitución de 1978 no dice en ninguno de sus preceptos que el gobierno de España lo ejercerán siempre los partidos de izquierdas. Soy consciente de que al leer lo que antecede algunos de mis lectores podrán pensar que he entrado en una especie de estado de delirio. Pero si continúan leyendo verán que todavía sigo cuerdo.
Seguramente muchos de ustedes se habrán sorprendido –igual que me sucedió a mí- cuando conocieron que los historiadores Manuel Álvarez Tardío y Roberto Villa, tras un arduo y minucioso trabajo de investigación, encontraron actas manipuladas en la elecciones de 1936 que dieron como ganador de esos comicios al Frente Popular. Estos autores señalan que el fraude afectó a pocos votos pocos, pero que fueron determinantes.
Lo que pasó después todos lo sabemos, pero lo que ahora me interesa destacar es que la izquierda radical de entonces consideró que tenía tanto derecho a gobernar que hasta consideró normal la manipulación de los votos.
Pues bien, en nuestros días, los “herederos” de esa izquierda radical (ayudados eso sí por otros políticos comparsas) están en una estrategia de asalto al poder que tampoco repara en medios, aunque sepan que lo que hacen es poner un cristal de aumento sobre la realidad para deformarla grotescamente.
Es indiscutible, y, por tanto, es algo que no puede negarse que ha habido corrupción. Pero también lo es que no fue –y mucho menos actualmente- una corrupción sistémica. Por poner un par de ejemplos, ni yo, ni ustedes, hemos evitado que nos pusieran una multa entregando una cantidad de dinero a los agentes de tráfico, Ni tampoco hemos conseguido una plaza en un colegio público para nuestros hijos o nietos sobornando al director. Y esto que sucede en la vida ordinaria es lo que pasa ahora también en la política.
Posponer la solución al problema de la financiación de los partidos políticos fue un desacierto y creó un caldo de cultivo especialmente propicio para los corruptos, bastantes de los cuales se quedaron para sí lo que pedían para el partido. Pero esto fue algo general en los comienzos de la democracia y saltó a los medios por primera vez en el famoso caso Flick que afectó al PSOE. Es decir, hubo episodios de corrupción en todos los partidos, pero ninguno de ellos estuvo -y mucho menos lo está hoy- aquejado de una epidemia de corrupción generalizada y sistémica.
Visto, pues, que hubo corrupción, pero no generalizada, y que están saliendo a la luz episodios que no son actuales sino antiguos, lo que está haciendo hoy la izquierda radical para desalojar del poder al PP y ocuparlo ella es “manipular fraudulentamente la realidad” (como hicieron en 1936 con las actas electorales) repitiendo una y otra vez hasta la saciedad que el Partido Popular es un partido corrupto. Y saben perfectamente que eso no es verdad, pero les conviene hacérnoslo creer a la ciudadanía.
Lo malo es que la fina lluvia de esta manipulación fraudulenta de la realidad está calando en algunos votantes del PP que se sienten avergonzados sin caer en la cuenta en que es mucho peor lo que está haciendo la izquierda radical. Desea alcanzar el poder por cualquier medio, aunque sea manipulando una vez más fraudulentamente la realidad, porque están convencidos de que aunque no lo diga la Constitución la izquierda tiene una especie de derecho natural a detentar (y empleo esta palabra en su estricto significado gramatical) el gobierno. Podrá parecer que exagero pero si lo analizan detenidamente verán como no me estoy apartando de la realidad.
Otros temas