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Blogs Puentes de Palabras por José Manuel Otero Lastres

Tres pensamientos de Lampedusa en El Gatopardo

José Manuel Otero Lastres el

Hay novelas que leo con lápiz para subrayar pensamientos del autor que me llaman la atención, bien por su profundidad, bien por su belleza literaria, o bien, simplemente, porque son discutibles. En el Gatopardo, que cabo de releer estos días, tenía remarcados algunos pasajes, de los que me interesa destacar ahora los tres siguientes.

El primero es la conocidísima frase que el autor pone en boca de Tancredi hablando con el príncipe Fabrizio: “si queremos que todo siga igual, es necesario que todo cambie”. En esta máxima política se condensa el “Gatopardismo” que supone, como se ha dicho, alinearse a tiempo con los nuevo movimientos políticos para seguir conservando el poder. Pero revela también, al menos en mi opinión, otras dos prácticas políticas estrechamente relacionadas. De un lado, levantar las banderas del cambio, las cuales suelen perder su color una vez que gracias a ellas se ha conquistado el poder; y, de otro, alcanzado éste, contentarse simplemente con maquillar la realidad para aparentar ante la seducida ciudadanía que estaba justificado el cambio que se reduce a “quítate tú que me pongo yo”.

La segunda frase la dice también don Fabrizio y es: “Claro, el amor. Un año de ardor y llamas, y luego treinta de cenizas”. Como seguramente muchos de ustedes habrán advertido, Lampedusa más que del amor habla del enamoramiento: excitar en alguien la pasión del amor. Si la frase ser refiere al matrimonio, me parece exagerado reducir el ardor y las llamas de la pasión amorosa a un año y considerar cenizas el resto del tiempo en el que convive la pareja. Tengo para mí, además, que hoy los tiempos están poco para cenizas: las parejas, lejos de aguantar, se separan, por lo cual es posible que sea más duradera la pasión que el tiempo de cenizas.

El tercer pensamiento tiene que ver con el camino en el que entramos cuando está cercano el final de la vida. El narrador escribe: “Hacía decenios que sentía cómo el fluido vital, la facultad de existir, la vida en suma, y quizás también la voluntad de seguir viviendo, iban retirándose lenta pero continuamente de él, como se agolpan y van pasando uno tras otro, sin prisa pero sin pausa, los granitos por el estrecho orificio de un reloj de arena”. Me parece una descripción muy ajustada y brillante de cómo se acelera la vida cuando se entra en el tramo final. La imagen del reloj de arena me parece muy feliz. Pero con un precisión: en el reloj se ven los últimos granos, y en la vida muchas veces no se divisa con nitidez que se acercan los últimos minutos.

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