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India como termómetro

India como termómetro
Putin (i), Modi (c), Xi (d).
Jorge Cachinero el

India es el canario de la mina de carbón que está alertando al mundo del alineamiento geopolítico nuevo que se está produciendo en el momento presente.

Dicho proceso, por otra parte, se está acelerando tras el comienzo de la guerra que Estados Unidos (EE. UU.), junto con sus aliados de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) y de la Unión Europea (UE), ha provocado contra la Federación Rusa en el este del continente europeo, a través de su apoderado, Ucrania, desde el 24 de febrero de 2022.

Ningún país como India -Arabia Saudí podría ser otro ejemplo- está ilustrando mejor, con su comportamiento y con sus posicionamientos en la escena internacional, el choque tectónico de carácter estratégico en curso, que anticipa el final del mundo unipolar, nacido del hundimiento de la Unión Soviética, en 1988, y el surgimiento de uno nuevo de carácter multipolar, aún por definir.

La coincidencia en el tiempo entre el rol sabio que está desempeñando internacionalmente la que los británicos consideraban como la más preciada de las colonias de su imperio -“the Jewel in the Crown”, como la definían- y el nombramiento de Rishi Sunak como primer ministro del Reino Unido es una ironía de una gran belleza, sin que dicho cruce de caminos presuponga que las políticas de Sunak vayan a ser maduras, racionales o beneficiosas para los ingleses, para los europeos y para el resto de los ciudadanos del mundo.

Sunak.

De hecho, las primeras señales que Sunak transmite hacen temer que sus decisiones no se van a distinguir por ninguna de las características anteriores y es muy probable, como les ha sucedido a sus dos antecesores en el puesto, que su mandato sea breve.

Sería oportunista, en cualquier caso, recordar ahora cómo el equipo nacional de cricket de la India suele deshacerse sin misericordia del británico cuando se enfrentan en el deporte que el Reino Unido llevó consigo a la península india, durante los doscientos años de su presencia colonial en aquel subcontinente asiático, porque es algo que lleva sucediendo durante décadas y que dejó de ser noticia hace tiempo.

India es una civilización antigua -las últimas investigaciones científicas y arqueológicas prueban que la cultura del valle del río Indo tiene, al menos, 8.000 años, y que, por lo tanto, es anterior a la egipcia o a la mesopotámica-, cuya filosofía védica –veda o conocimiento, en español- contiene una sutra o un aforismo, arraigado en el pensamiento indio, que afirma que “el mundo es una familiavasudhaiva kutumbakam-, en la que es una llamada a la colaboración entre todos los habitantes y todas las naciones del planeta.

Grupo monumental de Mahabalipuram, India.

Quizás, José Borrell, en particular, y la UE, en general, podrían ilustrarnos sobre si esta civilización inmemorial debe ser considerada como parte del selecto jardín europeo o si, por el contrario, se encuentra extraviada en el abismo de la jungla mundial.

Tras su llegada al poder, el primer ministro de la India, Narendra Modi, enmarcó la política exterior de su gobierno entre los conceptos de la intensidad interna y de las aspiraciones externas.

En la práctica, la declinación de ambas ideas supone que India, por un lado, esté apostando decididamente por el crecimiento económico y social para convertirse en un país plenamente desarrollado en 2050, si no, la potencia económica más grande del mundo, y quiera, por otra parte, colaborar en la construcción de una región asiática más segura, dentro de la cual dependa exclusivamente de sí misma en todos los sentidos.

India no cree en órdenes mundiales hegemónicos, sino que, más bien, favorece el surgimiento de un mundo multipolar, y está persuadida de que la secuencia de las próximas presidencias del G20, tras la de Indonesia de este año, que enhebrará ésta con la de India y la de Brasil, en los dos próximos años, es una señal significativa en el camino hacia ese horizonte multilateral.

La visión de la India sobre sus relaciones con las grandes potencias varía de una a otra.

  1. India se siente decepcionada con EE. UU., al comprobar que, en el último documento estadounidense que se ha publicado sobre la definición de su estrategia de seguridad nacional, regresa, en primer lugar, a sus obsesiones antiguas que definen a China como una amenaza sistémica y a Rusia como un riesgo para la seguridad de Europa y apuesta, a continuación, por recuperar el statu quo que alcanzó después de la disolución de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS).
  2. India está preocupada porque China desarrolle una visión chino-céntrica del mundo, aunque el gobierno de Modi está dispuesto a hacer todo lo posible por solucionar pacíficamente con Pekín sus disputas fronterizas, dado que la materialización del sueño del siglo de Asia pasa por dicho entendimiento entre las dos naciones.
  3. India quiere estrechar su colaboración con Rusia, con quien conecta, por un lado, en el interés compartido de desarrollar el Lejano Oriente y de colaborar en el área del Pacífico y a quien ve, por otra parte, como aliado necesario para reformar la gobernanza de organismos internacionales como son el Consejo de Seguridad de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) o la Organización Mundial del Comercio (OMC).
Modi (i), Putin (d), al fondo.

Por último, India está disuadida de que el éxito de su ambición multipolar depende de que se limiten al máximo las fricciones en los tres dominios estratégicos, aunque no lineales, del espacio exterior, del ciber espacio y del espacio de la información, todos ellos en pleno desarrollo, en un entorno en el que, de forma simultánea, se ha incrementado la importancia de tres vectores nuevos de la geopolítica, es decir, la tecnología, la energía y las amenazas de seguridad no tradicionales.

 

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