Salvador Sostres el 04 abr, 2022 He visto El Impostor (Filmin), sobre uno que se hace pasar por un niño de 13 años desaparecido hace 3, porque después de vagar por calles y orfanatos decide buscarse una familia que le quiera. La tal familia, desesperada, recibe al impostor sin demasiadas comprobaciones y atribuye las obvias diferencias físicas a los años que han pasado, al cautiverio, y a que le han drogado y violado. Son dos necesidades que se encuentran, una historia rocambolesca que por increíble que resulte todo el mundo tiene ganas de creerse y funciona hasta que un investigador privado recibe el encargo de recopilar los detalles para ayudar a preparar un documental. La verdad, ¿qué es la verdad? El dolor de la familia es verdad. La soledad y la angustia del impostor, y su vida sin amor, es también la verdad. Son dos verdades de peso. Son dos verdades clamorosas, que de repente necesitan una mentira para encontrarse, una mentira que no hace daño a nadie y que aunque sea en el delirio calma las heridas. No sé quiénes somos para ir a decir una verdad que nadie nos ha pedido. El investigador tiene razón, pero su razón no mejora ninguna vida, y estropea lo que aunque fuera en falso se había consolado. ¿Qué es la verdad? Lo cierto es que gracias a una mentira un chico y una familia viven mejor que el pozo donde se encontraban justo antes. Lo cierto es que el dolor no cura y que los sucedáneos nos hacen compañía. La fortaleza de querer creer nos guía en la oscuridad cuando se apaga la fe, y esto también cuenta, y esto también es Dios, y éstos también somos nosotros en nuestro camino de redención. Sin dañar a nadie y procurando no volvernos locos, tenemos derecho a construir nuestros refugios sin que nadie venga a molestarnos. El reproche que le hago al investigador no es que deje al impostor en evidencia sino que condene a la familia a perder a su hijo por segunda vez. Luego está el impostor, lo que piensa y siente el impostor, que es el hilo conductor del documental. El impostor y el miedo que tiene de ser descubierto a cada paso que da. El impostor que tantas veces se sabe entre la espada y la pared, y que se salva por los pelos hasta que al final ya no puede salvarse. Yo me he sentido este impostor muchas veces y he tenido sueños cuando quería ser Paul Simon con el teatro lleno y salía al escenario y todo el mundo aplaudía y no sé tocar la guitarra ni qué cantar. De más pequeño, cuando me creía el portero del Barça, el sueño arrancaba con alguien diciéndome que esa noche jugaba yo y me veía corriendo hacia la portería, bajo los focos y la aclamación de la grada, pensando: “ya verás cuando empiecen a chutar”. Todos tenemos algo de impostor y cuando ves a uno descarnado es inevitable que tu parte comediante se sienta reflejada. O por lo menos es lo que a mí me pasa. ¿Y si lo que escribo no vale nada y me he colado en un club al que no pertenezco? ¿Y si soy un fraude y alguien serio lo dice y todo el mundo le cree? ¿Y si no soy tan simpático, ni tan agradable, y los restaurantes dejan de querer y respetar a este pobre desgraciado? ¿Y si mi hija viene un día y me dice que soy un pesado, una basura de padre y que todo lo que le he explicado le parece un disparate y deplora cada rato que hemos compartido? ¿Y si no hubiera dejado nunca de ser el portero que no lo era de mis sueños, un cantante sin repertorio, fake, con las entradas agotadas y sin nada que ofrecer? El impostor me ha hecho pensar que mi vida no está tan lejos de caer, que la voluntad de ser se parece a la suplantación y que cuando tengo que esforzarme mucho por hacer algo quizá sea porque soy un incapaz y nada de lo que de natural hay en mí merece la pena. No me cae bien el impostor, ni lo defiendo, ni su mecánica es la mía, pero lo veo y no puedo dejar de pensar en la fragilidad que me sustenta, en cómo de repente todo podría romperse. También pienso en mi familia y en cómo cuando era un niño se hundió; y cómo me hizo sufrir y cómo me aproveché. Intento conectar con alguna parte de mí que no sea pensada, ideada, decidida, trabajada, y no sé recordar ninguna. Pienso en las causas que he defendido, y trato de recordar por qué ésta y no otra, pero sólo guardo conciencia de la arquitectura intelectual del argumento, hasta que otra casa me pareció mejor y me mudé. Luego miro a mis amigos mientras hablan, en un bar o en un restaurante, y reconozco que les quiero, y que me gustan, pero no sé qué pensarían de mí, ni si me querrían, si supieran la bestia que hay detrás de la persona que intenta ser generosa y amable. Me pregunto qué cara pondrían si un día escucharan a mi investigador privado y las verdades que nadie le ha preguntado. Cuando me calmo pienso en todo esto pero al revés, y lo que me asustaría es haber tenido que vivir de verdad porque al fin y al cabo ser un farsante, un comediante y un impostor se me ha dado muy bien. Y si un día tengo que cantar para mantener el decorado, sabe Dios que cantaré. Otros temas Comentarios Salvador Sostres el 04 abr, 2022