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Los columnistas y el director

Salvador Sostres el

La era de los derechos ha destensado las almas, ha perjudicado la convivencia, ha rebajado el nivel de la conversación, ha achicado los límites de la inteligencia. Y ha perjudicado la calidad del periodismo. El derecho a la libertad de expresión nos ha confundido.

Un columnista es un artista y necesita límites, necesita un director que le llame cuando le ve tomado por sus obsesiones o por sus demonios. Un columnista es un ser sensible que necesita espejos donde mirarse, alguien que le pare los pies, y le guarde desde fuera de sus amores y sus odios. Un articulista tiene que estar pendiente del artículo de cada día y no siempre puede tener sentido de conjunto.

Hoy los directores tienen miedo de llamarnos, porque creen que limitan nuestra libertad de expresión. Hoy los directores creen que son mejores directores y que propician más libertad cuanto menos indicaciones nos sugieren. Los articulistas necesitamos a nuestros directores, necesitamos que nos adviertan si ven que nos estamos oscureciendo, extremando, fijando solo en una parte de la realidad y descuidando otras. Porque sino, lo que nos sucede, es que un día traspasamos sin retorno cualquier frontera sin darnos cuenta y luego, cuando ya resultamos, aborrecibles, ridículos, y poco recuperables, nos echan y con razón. Un director ha de dejar trabajar a sus columnistas pero también mejorarlos. La mayor prerrogativa de un director de periódico es elegir a sus columnistas y su mayor logro es sacar lo mejor de nosotros, ayudarnos en nuestro esfuerzo por escribir cada día el mejor artículo del mundo.

La libertad de expresión no es nada sin la calidad de expresión, y la calidad de la literatura empeora, como cualquier calidad, sin límites. Educar es reprimir. Yo sé que palabras como límite o represión tienen mala fama en nuestro tiempo, pero son la base de cualquier crecimiento personal y artístico. Aunque parezca cínico, la censura ayudó a Lluís Llach o a Joan Manuel Serrat a escribir canciones mucho mejores de las que escribieron cuando ya se sintieron libres para decir cualquier cosa.

Así como ser padre es decir que no, los articulistas necesitamos que nuestros directores nos digan que no podemos escribir un quinto artículo seguido sobre nuestra hija, sobre Cataluña, sobre Pedro Sánchez o sobre el aborto; y que escribir no puede consistir en prender la pira de una ideología concreta hasta parecer del Ku Klux Klan. Si nuestros directores no nos ayudan, esto es lo que acabamos haciendo, porque somos seres creativos, algo fatuos, bastante creídos y muy infantiles cuando algo nos impresiona y nos dejamos llevar con ciego entusiasmo; y seguramente forma parte de nuestro encanto que así seamos, pero es también nuestra inevitable destrucción si nadie nos ayuda a corregir el camino.

La libertad no es un derecho. La libertad es un deber. Escribir es meterse en problemas. Escribir es que te llame tu director y te diga: “yo espero mucho más de ti, tienes tiempo para mandar otro artículo”.

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