Culpar a cualquier gobierno de la nieve o de las consecuencias de una nevada es increíblemente estúpido. Acusar de ineptos al alcalde de Madrid, a la presidenta de la Comunidad o al Gobierno desacredita a quien lo hace. Hay grados de acierto y de torpeza ante los imprevistos y salvo la mala leche o el despropósito colosal, lo demás forma parte de nuestras vidas de imperfección y de la comprensión que debemos a nuestros congéneres, ni que sólo sea a cambio de la compasión que tarde o temprano nosotros seremos los primeros que vamos a necesitar.
Esto es importante. Y es importante que yo lo diga ahora, que mandan los socialistas, en la medida de que no lo soy. Este país de disparadero en que tanto la derecha como la izquierda han convertido a España desde hace tanto tiempo que ni podemos recordarlo, nos condena a un atraso insalvable, a un tercermundismo moral que sólo vamos a superar con empatía y la buena fe con que uno de los dos bandos -el que acepte actuar de hermano mayor, y que será premiado por la Historia- va a tener que abandonar el reproche barato como arma para recuperar La Moncloa.
Felipe González fue cruel con Adolfo Suárez, lo de Aznar agitando al GAL fue tan impresentable como el “quién ha sido”, y si Zapatero aguantó siete años en el poder fue gracias a lo primitivo, grosero y ridículo que tantas veces fue el PP atizándole. Lo que Podemos, Ciudadanos y el PSOE le hicieron al presidente Rajoy no tuvo nombre y la oposición que se le está dispensando a Iglesias y a Sánchez sólo consigue apuntalarlos.
Si presidenta de Madrid es la única alternativa que se vislumbra es por su obra de gobierno y por su valentía. No son los insultos, es la calidad. No es demonizar, sino hacer florecer el Bien. Dicho al revés, en Cataluña, el independentismo ha perdido por su propia incompetencia, aunque sería sin duda más bello poder explicar que ha sido una victoria de España.
La derecha -esto a la izquierda le cuesta mucho más, por su raíz totalitaria, y porque toda forma de socialismo procede de un crimen fundamental- tiene que aprender a crecer en su prestigio, en su clase. Tiene que demostrar que está por encima de la marrullería izquierdista, porque a marrulleros van a ganar siempre los socialistas.
El Gobierno no organiza nevadas ni puede hacer gran cosa más de lo que está haciendo para responder a los colapsos que los elementos inesperadamente provocan. La gente es idiota, pero no tanto como para creer que el ministro Ábalos o el presidente Sánchez son culpables del frío que hace y de los inconvenientes que han sufrido algunos por las tremendas heladas. Esta propaganda no sólo es absurda sino que ahuyenta al votante gris que inclina la balanza por la tendencia, afortunadamente humana, de volverse comprensivo con el defecto cuando la reprimenda es exagerada. Sin compasión, sin piedad, sin comprensión, sin la mínima humanidad que nos proteja ya no de la brutalidad de los demás, sino de la nuestra propia, sólo somos bestias en la fila de un interminable matadero.
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