Para el presidente del Gobierno todo es una mercancía escenificada. Que sólo fuera una mercancía sería ya un escándalo, pero que encima pretenda pavonearse, y hacerse el héroe donde sólo hay cálculo, es un mayúsculo insulto a nuestra inteligencia, que de todos modos no parece muy afectada, porque hoy Pedro Sánchez volvería a ganar las elecciones y la derecha en su fragmentación egocéntrica y calamitosa, le pondría todas las facilidades. Su visita ayer a un hospital, la primera que realiza en los ocho meses que llevamos de pandemia, aprovechando que la presidenta Díaz Ayuso no se econtraba en Madrid y sin avisar al alcalde, fue una demostración de frivolidad y de cinismo, y una burla a todos los que durante este tiempo han arriesgado sus vidas para ayudar a salvar las de los demás.
Almeida se presentó en La Paz sin haber sido invitado, y dijo que prefería “ser descortés que malpensado”. A Sánchez, como le ocurrió cuando intentó aprovechar políticamente su visita al Santo Padre, se le vieron los hilos de la desfachatez, y la ganancia que esperaba obtener se le volvió bochorno y vergüenza, por lo menos ajena.
No sé si le importa demasiado. No sé si más allá del rédito que de cada jugada espera obtener tiene para sí algún sentimiento, ni si se preocupa ni que sólo sea un poco por algo que no sea su cargo. Tampoco sé si tiene algún interés en darle forma a su legado. Pero a pesar de que en una España tan mediocre pueda durar aún bastantes años en La Moncloa, las mentes más o menos lúcidas que somos testigos de su presidencia, y las que con el tiempo la estudien, veremos al mercenario al abordaje que es, sin ningún rubor ni ningún escrúpulo, jugándose a su país a los dados por simplemente mantenerse en el poder.
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