José Manuel Otero Lastres el 02 may, 2018 Como muchos de ustedes sabrán, la expresión “tirar el grano y guardar la paja” alude a la situación en la que se le da más importancia a lo accesorio que a lo principal. De tal suerte que se propugna conservar lo irrelevante y prescindir de lo que es realmente esencial. Pues bien, esto es lo que está sucediendo, a mi juicio, en los tiempos revueltos en los que vivimos. Y es que, con la esperanzan “tocar poder” a cualquier precio, hay prestidigitadores que guían la mirada de los ciudadanos hacia cuestiones poco trascendentes y cuando han distraído su atención les hacen el truco de que vean como importante lo que no lo es, ocultándoles lo que realmente es relevante. Creo que no exagero si digo que en los últimos diez años hemos pasado por dos de las situaciones más graves desde que se instauró la democracia: la crisis económica y la declaración unilateral de independencia de Cataluña que proclamaron, nada más y nada menos, que las propias instituciones autonómicas rebelándose contra el orden constitucional. Afortunadamente, -y lo reitero, afortunadamente- al frente del Gobierno de la Nación estaba un ciudadano cabal, inteligente, con sentido de la responsabilidad, y con el coraje suficiente para hacer frente a esos retos poniendo por encima de todos los intereses de España. Y con una decidida voluntad de atajar en ambos casos lo que era esencial (guardar el grano) tomó las medidas que parecían más convenientes. Para enderezar la economía contó con la mayoría absoluta parlamentaria, pero para hacer frente al golpe de Estado jurídico tuvo que navegar en aguas llenas de tiburones que veían la ocasión de darle algunas dentelladas al PP para que fuera desangrándose hasta perder la posición de liderazgo que le otorgaban invariablemente las elecciones y las encuestas. Y hoy unos errores indisculpables, pero de importancia accesoria, se han jaleado con tanto alboroto que el pueblo está afanándose en guardar la paja y en tirar el grano. Me referiré a los dos últimos casos. Cristina Cifuentes, que había realizado una brillante gestión en la Comunidad de Madrid, ha tenido que dimitir por haber aceptado indebidamente el regalo de un máster –no hubo por su parte nada más- y por haberse apropiado, también indebidamente, hace siete años, de unas cremas que finalmente pagó, eso sí porque la descubrieron. Y ésta inevitable dimisión, según el jaleo mediático, parece habernos sumido a todos los que habitamos en Madrid en una crisis de tal envergadura que no se sabe si podremos salir de ella. Lo que digo, para que no se tergiverse mis palabras y se me entienda bien, no es que haya que olvidar lo de Cristina Cifuentes, sino que no hay que exagerar: los rivales del PP están haciéndole creer al pueblo que se ha producido una hecatombe en la Comunidad de Madrid, cuando lo cierto es que la institución ha seguido y seguirá funcionando y gestionando con acierto los intereses de los madrileños. Pensar lo contrario será minusvalorar al resto de su equipo y a los funcionarios que trabajan día a día. Y otro tanto ha sucedido con la sentencia de La Manada y sus “daños colaterales”. Hace unos días escribí en mi muro de Facebook “Se está hablando mucho de la sentencia de la manada. Yo que soy jurista en este tema me salgo voluntariamente de la perspectiva de la interpretación jurídica y me sitúo en la de la dignidad y respeto a la persona humana. Y en esta óptica veo determinante la existencia de consentimiento o no. Si no se consiente, como parece que es este caso, no hay nada más que discutir. Cada persona es dueña de su cuerpo y si no consiente, el que traspasa ese límite está violentando su voluntad, agrediendo su intimidad y forzando a un ser humano a soportar algo que no ha consentido. Y eso es inadmisible en una sociedad civilizada y democrática”. En mi opinión, es tal el relieve que hay que dar en una sociedad civilizada y democrática a la libertad y dignidad de las personas que la clave de la conducta criminalmente reprochable es si hay o no consentimiento. Y esto es algo que no contempla el Código Penal actual por lo cual conviene reformarlo. Y ¿qué decir de la sentencia? Primero: que el tribunal ha aplicado un tipo penal probablemente mal perfilado; segundo: que no es firme, porque hay otras instancias en las que puede ser revocada; y tercero: que las sentencias pueden ser criticadas porque son obras humanas y, por tanto, no son perfectas. Todo lo demás, incluidas las palabras del Ministro de Justicia, son nuevos intentos de hacernos guardar la paja y que despreciemos el grano. Otros temas Comentarios José Manuel Otero Lastres el 02 may, 2018