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Competencia y rivalidad en Próximo Oriente

Competencia y rivalidad en Próximo Oriente
Jorge Cachinero el

Desde la retirada precipitada y vergonzosa de Estados Unidos (EE. UU.) de Afganistán, en agosto de 2021, se ha reforzado la percepción entre los países del Próximo Oriente de que el rol de EE. UU. en aquella región está cambiando porque ya no parece ser el actor firme y constante que solía ser en aquellas latitudes.

Las razones de esa percepción regional son múltiples.

El giro de EE. UU. hacia Asia –pivot to Asia, en inglés-, con un foco especial en el Pacífico, en general, y en China, en particular, la ausencia de respuesta estadounidense a muchos de los retos regionales en el Próximo Oriente y la fractura y la polarización de la política interna estadounidense -que no sólo impide una continuidad mínima entre la política de un gobierno y la del siguiente, sino que, por extensión, genera a los países del Cercano Oriente una gran incertidumbre porque no saben a ciencia cierta cuándo y cómo cambiarán los alineamientos políticos estadounidenses en esa región- alimentan esas sensaciones entre los gobiernos de la región.

La preocupación sobre el comportamiento de EE. UU. se extiende entre las capitales del Próximo Oriente.

Más allá de las percepciones, por importantes que éstas puedan ser, se puede hacer el caso de que la realidad es la contraria.

EE. UU. sigue manteniendo, sin duda, una presencia militar importante en el Próximo Oriente.

Desde hace 50 años, Bahréin es anfitriona de una base naval estadounidense, que aloja a activos de la 5ª Flota estadounidense, en Qatar se sitúa otra base naval estadounidense y es el territorio donde están residenciados el Mando Central en la región y el Mando de la Fuerza Aérea de EE. UU., en Kuwait están acuarteladas fuerzas terrestres de EE. UU., en los Emiratos Árabes Unidos (EAU) se localiza una base aérea estadounidense, en Omán hay desplegados 30.000 soldados estadounidenses y, en Irak, aún hoy, se encuentran 2.500 soldados de EE. UU.

Base naval de EE. UU. en Bahréin

Por lo tanto, pareciera, a la vista de estos hechos, que, efectivamente, el compromiso de seguridad de EE. UU. sigue estando vigente ya que este despliegue militar en el Próximo Oriente excede al que realiza en cualquier otra región del mundo, incluyendo el territorio de los países miembros de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), por lo menos, hasta el estallido del conflicto en Ucrania.

Asimismo, existen múltiples intereses estadounidenses en el Próximo Oriente de carácter comercial, educativo o de salud en casi todos los países del área.

Sin embargo, pese a esta evidencia, la percepción extendida es que las naciones de la región sienten que EE. UU. les está abandonando y comienzan a creer que ya no es el socio confiable que una vez fue, si es que, realmente, llegó a serlo.

El hecho bien tangible es que los líderes regionales no están tratando con el gobierno de EE. UU. como solían.

La prueba más evidente y reciente de esto es la frialdad que los países árabes han mostrado al llamado de EE. UU. para que se involucren en el reemplazo de Rusia como suministradores de gas y de petróleo para Europa.

Las relaciones de EE. UU. con Arabia Saudí o con los EAU, por ejemplo, están dañadas.

En el Próximo Oriente, el miedo a que EE. UU. abandone la región está directamente relacionado con el hecho de que a los países de la zona les inquiete la posibilidad de que esta marcha les deje, sin su apoyo, frente a la amenaza regional que representa Irán, ya que, además, interpretan, con razón, que existe un interés apremiante de Biden y de su equipo por restaurar el acuerdo nuclear con la República Islámica, con el que, en 2015, en su primera versión, aquellos nunca estuvieron de acuerdo.

Si este escenario se materializara, el llamado frente de contención de Irán, formado por los países árabes sunníes del Oriente Cercano, tendría escasas opciones de supervivencia.

En definitiva, EE. UU. está ausente, aunque no se haya marchado.

EE. UU. está físicamente, todavía, en el Próximo Oriente, sin embargo, su cabeza y sus pensamientos están en otra parte.

Rusia, en cambio, circula en sentido contrario al estadounidense.

Rusia es un proveedor de armamento buscado en el Próximo Oriente y un socio atractivo en el terreno de la energía -en competición con China-, en general, y de la energía nuclear, en particular.

Además, Rusia detuvo el derrumbamiento de Siria como Estado nacional a manos del Estado Islámico (EI) -por ende, contribuyó significativamente no sólo a la derrota del terrorismo yihadista en aquel país, sino que salvó al régimen de Bashar al-Assad de la implosión- y está ayudando a recomponer el Estado nacional en Libia después del destrozo allí causado por una de las muchas intervenciones ofensivas recientes de la OTAN.

Tropas rusas en Siria

Además, desde que, en 2014, Rusia viró hacia China, hacia India, hacia África del Norte y hacia el Próximo Oriente, esta tendencia, una vez que finalice el conflicto en Ucrania, se acentuará, a pesar de los rumores que circulan en la zona sobre un próximo abandono ruso de Siria.

Esta expansión de la influencia de Rusia parece ser aún más necesaria para ésta, cuando, desde la OTAN, se ha venido afirmando, públicamente, durante semanas, que su objetivo es “debilitar” o, incluso, “derrotar militarmente” a Rusia en Europa.

En privado, incluso, ese objetivo perseguido ha sido formulado, en los últimos tres meses, de manera aún más cruda, ya que Biden y Anthony Blinken, secretario de Estado de EE. UU., han ido más lejos y han reiterado a todos los que querían o podían oírlos que la estrategia de EE. UU. era “deshacer Rusia, antes de ir a por China” -“we (US) are going to break down Russia before going after China”, en inglés-, lo cual, para los estadounidenses, dejaba al Próximo Oriente como un teatro auxiliar de esa dinámica diabólica.

Todo este ejercicio de amenazas, finalmente, va a resultar vacuo ya que, el 1 de junio de 2022, Biden ha firmado una tribuna de opinión en The New York Times, “What America Will and Will Not Do in Ukraine” –“Qué hará y qué no hará América (EE. UU.) en Ucrania”, en español-, en la que se afirma que todo lo que los estadounidenses están haciendo en este conflicto militar, a través de su apoderado, es “reforzar la posición negociadora de Ucrania” para cuando llegue el momento de sentarse en la mesa a hablar con Rusia.

Por lo tanto, este estado actual del enfrentamiento geoestratégico va a dejar muy poco espacio para la cooperación entre la OTAN y Rusia en la región, dado el actual nivel de animosidad y de hostilidad entre ambas.

Lo destacable es que, en el Oriente Cercano, existe una receptividad creciente entre los países árabes a una mayor presencia rusa en la región -la mayoría no votó en favor de la condena de Rusia después del comienzo de las operaciones militares en Ucrania, aunque no quieran, por lo menos, de forma visible, tomar partido en ese conflicto- y, por el momento, Israel no está ayudando al gobierno de Ucrania, más allá del envío de ayuda humanitaria a los ucranianos.

China, por contra, está persuadida de que el Próximo Oriente es “la tumba de las grandes potencias” y, por ello, opta por intentar llevarse bien con todos los actores regionales.

Aunque hay quien considera que China, en el Próximo Oriente, es “económicamente, un peso pesado, políticamente, un peso ligero, y militarmente, un peso pluma”, la realidad de los hechos es que su involucración, especialmente, la inversora y la de desarrollo de proyectos -notablemente, de infraestructuras y logísticos, puertos, sobre todo-, está dejando una huella china en la región cada vez más amplia y profunda.

Por su parte, Irán aspira a ser aceptado y reconocido, con naturalidad y de igual a igual, por los demás actores regionales y, para ello, está haciendo un esfuerzo, difícil de culminar con éxito, para mostrarse como un país en metamorfosis desde haber sido un poder revolucionario para querer ser un poder revisionista.

La complejidad de este empeño reside en que a muchas de las potencias regionales les preocupa que Irán quiera reestablecer relaciones con Occidente, mientras que, al mismo tiempo, perviva el llamado “Eje de la Resistencia”, en el que se integran grupos terroristas como Hezbollah o el Cuerpo de la Guardia Revolucionaria IslámicaIslamic Revolutionary Guard Corps (IRGC), en inglés-, integrado en la Fuerzas Armadas de Irán, las milicias hutíes del Yemen o las chiitas de Irak, o la Siria de Basher al-Assad.

Iran y el ‘Eje de la Resistencia’

Asimismo, Irán recibió con satisfacción la retirada de EE. UU. de Afganistán, aunque observa con preocupación la evolución de los acontecimientos en aquel país desde que el Talibán se hizo con el poder.

Por otra parte, el gobierno de Irán se encuentra, en estos momentos, reevaluando su posición inicial de apoyo a Rusia en el conflicto de Ucrania por una más prudente de “esperar y ver”, aunque es consciente de que, desde la ruptura del acuerdo nuclear de 2015 por parte del gobierno de Trump, en mayo de 2018, y del asesinato del general Qasem Soleimani, por medio de un ataque de un dron estadounidense, en enero de 2020, Irán necesitó girarse y acercase a Rusia y a China, interlocución que no puede arriesgar.

Es destacable que, bajo los auspicios del gobierno de Irak, Arabia Saudí e Irán, cuya rivalidad regional -árabes sunníes, los primeros, y persas chiitas, los segundos- es característica del Oriente Cercano, mantienen, en Bagdad, desde 2021, un proceso de diálogo discreto, que, todavía, no ha producido resultados, más allá de asuntos como la coordinación de la peregrinación a Hajj -movimiento de masas, de carácter anual, a la que, para los musulmanes, es la ciudad santa de La Meca, en Arabia Saudí-, ya que llevará mucho tiempo, si es que llega, finalmente, a fructificar, el que este acercamiento pueda producir avances sustanciales.

Arabia Saudí e Irán

En el fondo, este proceso de diálogo, entre estos dos países -rivales y enfrentados por tantos asuntos y por tantas razones-, que, además, en estos momentos, no está claro si está suspendido temporalmente o cancelado definitivamente, es reflejo de la incertidumbre que se vive en la región sobre el futuro de la presencia de EE. UU. en el próximo Oriente.

Por último, el rol de Europa en Próximo Oriente es el de ser el receptor de sus inmigrantes y de sus refugiados.

 

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