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El Burgos de Dionisio

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Gadir reedita las guías que Dionisio Ridruejo realizó para Destino. Las divide en provincias y la que nos ocupa es la dedicada a Burgos.
Esta oportunidad editorial nos debería hacer mirar al proyecto inicial. Las dieciséis guías españolas de Destino fueron una obra extraordinaria: Pla, Baroja, Fuster, Ridruejo, Pemán… Una obra de realidad desde los 40 hasta los 70. Los vencedores se quedaron con el paisaje, con el medio físico; ¿qué mejor que encargar a los mejores escritores una estricta obra de observación y anotación?
Esto hace Ridruejo con Burgos. La mirada al paisaje fue importante en su vida literaria y hasta política. No sólo en los diez años aproximados que dedicó a la guía. En su reclusión en Ronda o luego en Cataluña, el paisaje aparece como medio lírico y un modo de liberarse de idealismos rocambolescos.
La guía de Ridruejo está a medio camino entre lo personal y lo erudito. Es obra de grupo, de amigos: Chueca Goitia en lo artístico, Benet para la geología. Se disfruta un lenguaje hermosísimo -de fondo, el romancero, influencia desde niño del escritor-, el encanto de la toponimia “primaveral” (“Melgar de Fernamental”), y un orden físico, muy vaciado de psicologismos: la geología impone curso al río y lo fluvial condiciona el asentamiento humano y la historia. Lo dijo Ramón Carande sobre esta obra: trata de “lo humano y lo tectónico”.
Cuando Ridruejo fue jefe de Falange en Valladolid quiso ordenar la provincia “desde el partido judicial como primera unidad política”. Apreciaba, al modo catalán, la comarca como base. En la guía desciende aún más: del partido a la merindad, y usa alguna vez, a la manera de Pla, el término “país” como paisaje, región.
En esas guías estaba recogida toda la inmensa pluralidad de España, apuntando, eso sí, a la unidad (“plenitud de plenitudes”, dijo el autor).
Es curioso que Pla y Ridruejo utilizaran para definirse la misma palabra: en Pla veía Dionisio “cazurrería fingida”; Pla valoraba a Ridruejo a pesar “de sus inmensos esfuerzos a favor de la cazurrería trascendental”.
Es bueno volver a leer a Ridruejo, gran prosista. Hito en la literatura del yo, en el diario de guerra (¿admitiría alguna comparación jungeriana?), Ridruejo será redescubierto como paradigma: su culpable, torturado y aparatoso tránsito del fascismo a la socialdemocracia es el que media España hizo como si nada.
“Enfático y sacrificial”, dijo alguien de él, pero también un ejemplo de sinceridad, la que le reconoció Madariaga, o de honradez, “su particular mecánica de la honradez”, como definió su estupendo (y algo rendido) biógrafo Jordi Gracia. “No ha hecho otra cosa en la vida que equivocarse”, dijo Cela.
Ridruejo -que en su apellido, ridruejo, redrejo, “racimo que van dejando atrás los vendimiadores”, llevaba el destino- fue un hombre que compuso dos himnos que prometían dos primaveras distintas.
Se le dibuja al lector una ligera mueca de ironía. El sino de Ridruejo está en la propia Destino, que tanta relación tiene con este libro. Fue Burgos, ciudad del entusiasmo falangista, donde coincidieron los escritores catalanes que luego fundarían la editorial. La revista, instrumento tercerista, liberalizante, acabó en 1975 en manos de Jordi Pujol.
La lectura de la guía -no es sólo obra de consulta- despierta, por contagio del autor, individuo de pasión política irreprimible, una pregunta acerca de la España interior, toda olvido y patrimonio, y otra, que quizás se puede contestar con lectura y algo de atrevimiento, sobre lo que pensaría Ridruejo, que quiso entrar en Barcelona con propaganda bilingüe y “dialogó” de verdad con el maragallismo (el de Joan), acerca del momentum catastrophicum actual.

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