La polémica sobre el colegio artificial recuerda a la de los chicos de Covington.
Es normal que nos acordemos inmediatamente de Estados Unidos porque lo que están haciendo es importar la agenda woke paso a paso.
Ese asunto fue una gran manipulación. Hubo una concentración en Washington y un vídeo captó el momento en que un joven con una gorra MAGA se reía de un indio que le hablaba. La imagen podía dar una primera impresión de racismo que quedó desmentida en cuanto los hechos se conocieron. Era más bien al revés. Los chicos soportaron con estoicismo ataques y provocaciones, pero la narrativa ya estaba desatada, ayudada por el cliché: jóvenes acomodados, blancos, escuela católica, seguidores de Trump… ¡Racismo estructural!
La ‘narrativa’ echó a volar y los chicos de Covington, atacados y vilipendiados, acudieron a la justicia para defenderse de las difamaciones del Washington Post y la CNN.
Esto nuestro del colegio mayor recuerda un poco a los chicos de Covington, con la variante ibérica del tremendismo (fiscalía, defensor del pueblo en horas…) y el feminismo, que es la ‘minoría oprimida’ de la que tirar dado que negros hay pocos, aborígenes somos nosotros y los gitanos están, más o menos, a la derecha de Putin y son poco ‘wokeables’.
Nuestras minorías son, por ahora, los vascos y catalanes (muy oprimidos) y las mujeres (oprimidísimas), y como esto es indiscutible so pena de convertirte en ‘fascista’, el PP ha secundado la indignación hasta el último de sus cuadros. Ya dijimos (plural mayestático del que hace su trabajo) que la línea divisoria del dentro-fuera es el feminismo y la ideología de género.
El otro elemento de apoyo ha sido la prensa, por supuesto, el periodismo oficial comprometido y sus feministas y feministos, notables personajes que han callado durante años las violaciones de origen, digamos, exógeno, y que en la estela del ‘me too’ han contribuido a denunciar y desvelar en España los abusos de políticos, periodistas y cineastas en número que se indica a continuación: cero.
Como diría Ábalos, tenemos un problema de machismo estructural, pero está siempre en los españolitos y hasta en los chavalitos de primero de carrera, nunca, nunca, nunca en sus jefes.