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Me va, me va

Me va, me va
hughes el

Hace décadas, Julio Iglesias sacó una canción titulada “Me va, Me va”.
La canción, muy conocida, decía: “Me va la vida, me va la gente de aquí y de allá. Me va la fiesta, la madrugada, me va el cantar…”.
Esta canción en realidad no era suya, sino de un compositor argentino, Ricardo Ceratto, que aplicaba el “me va” a otras cosas: “Me va el paisaje, las golondrinas, el río aquel”…
Era una canción primaveral, casi bucólica (Ceratto acabó haciendo música cristiana) y es evidente que Julio la paganizaba, la llevaba a su terreno de conquistador. Le daba un vitalismo más concreto y a la ves más ambicioso y expansivo.

(En la portada del disco, Julio mostraba la mirada más suya, engatusadora, la que luego sería meme, la del “y lo sabes”. Porque ese disco y esa canción no eran cualquier cosa, eran un himno hedonista, una especie de confesión polinizadora, engendradora).

Pero pese a la canción, ese “me va” no se usa tanto. Sigue encerrado el “me va” en una significación muy concreta y solo recientemente lo he visto liberado. El artífice, el liberador, ha sido el columnista José Antonio Montano.

Pero vayamos antes a ese “me va”. ¿Qué maravilla es esa?
El verbo “ir” es una cosa gloriosa que funde varios verbos y que admite pronombres. Conocido es el “irse” (o “irsen”) y además tenemos el “irle”, el irnos algo, el que nos vaya: el me va.

El “me va” no es el “me viene bien”, me conviene”. La cosa no viene, la cosa va. No es una momentánea conveniencia, un venirse o un avenirse, sino algo que es y que a la vez se acomoda a nosotros. Se dice “algo me va”, me sienta de perlas, de perillas. Un vestido que queda como un guante, una camisa que sienta bien. “Esto me va bien”.

Pero el “me va” juliano es más que eso. El “me va” de Julio iglesias no habla de algo que nos cuadra, que nos sienta bien o conviene, sino de algo más profundo. Es un gustar, pero algo más que un gustar, quizás alto anterior.
Ese sentido de gusto o preferencia se suele usar negativamente. “A mí esto no me va mucho”. Es una forma tímida de desaprobación.
Pero si le preguntamos a esa persona: “Entonces, ¿qué te va? ¿A ti qué te va?”.
Parece que ahí sólo nos pude contestar una cosa: si le van los tíos o las tías, y si yéndole las tías, le van rubias o morenas.
Ese “irnos algo” pasa mágicamente del sentarnos bien una chaqueta a una expresión de gusto profundo, de inclinación, a una revelación de nosotros.
Porque es más que “gustar”, es algo que tira de nosotros, es lo que nos mueve, es el “irsen” del gusto. Es el “irnos” algo. No es algo que circunstancialmente nos mueva, que nos “esté” bien, sino que nos “va”, que está en nuestra naturaleza. Es un “esto me gusta” en el sentido de “esto soy”.
Ese “irle bien a algo a alguien” pasa del estarnos algo bien a otra cosa, el ir se acerca del estar al ser, se hace coloquial y se “erotiza”.

-¿Te va el pantalón?

Lo pregunta una madre a su hijo quinceañero en el probador, y el hijo, oyéndolo mal puede responderle:

-Sí, mamá, ¡me va el varón!

Ese giro mágico del verbo es lo que captura Julio Iglesias. Pero no lo deja ahí, hará otra cosa al aplicarlo a todo. Captura ese sentido de pulsión erótica y lo generaliza.

Ese “me va” puede parecerse a que algo “va conmigo”. Anda con nosotros, es nuestro, está incorporado a nuestra naturaleza. Pero tampoco exactamente. Ese algo no es nuestro fiel compañero, un “compañero de vida”, un perro o un Sancho Panza, porque hay un elemento de estímulo, un tirón, una pulsión, un algo “me pone”. Algo me incita, tira de mí, me mueve, me lleva. Ese algo no nos acompaña, ese algo tira de nosotros. Nos viene y sobre todo nos va.

Ese verbo Julio Iglesias lo universaliza primero. Lo extiende al orbe de los deseos. Me va el amor, me va el color (¡si es de verdad!)y luego lo libera. ¿Cómo?
En su secuencia “me va, me va, me vaaa”, el verbo deseoso, pasional, el verbo donjuanista es liberado por Julio Iglesias, desprendido del objeto y enunciado en el título. ¿A cuántas cosas puede aplicarse ese “me va”?
Ahí se quedó hasta que lo coge ahora el genio personal de Montano y lo concreta, lo personaliza, de modo que ya no solo puede decir “las morenas me van”, sino decir que, concretamente, “Fulanita me va”. Así lo aplica él.
La operación de Montano ha sido bajarlo de la esfera pansexual en la que el dionisiaco Julio lo había elevado y concretarlo hacia la posibilidad de un “Tú me vas”. Nuestro malagueño chiquitistaniza lo nietzscheano dándonos algo.

Hay que precisar que tampoco es exactamente así. No es “Tú me vas”. No es tanto “Fulanita me va” como “¿Fulanita? ¡Me va!”. El “me va” se hace juicio exclamativo, es exaltación y se dice como una elección, como una aprobación.
Cuando se dice ese “¡Me va!” hay un reconocimiento (se reconoce que sí, de que algo efectivamente nos ha conmovido, hemos sentido ese tironcillo del ir/andar) y entonces suena como si dijéramos “échalo al saco”. Ese “¡Me va!” es un ¡Venga!”. Un p’alante. Hay algo de aprobación, de placet. ¡Es un placet! Y cuando lo decimos sonamos soberanos, sonamos como emperadores libidinosos salvando algo de la quema tediosa del mundo. Es un “me place”, me satisface y por tanto lo apruebo, pero es menos caprichoso que un “me place”, es un verbo calígula pero menos, no es un simple capricho. Es que somos así. Es un reconocimiento nuestro ya sí mínimamente volitivo.

El movimiento es triple: Julio Iglesias paganizó y generalizó el verbo como acción deseosa, destinado al mundo, a la vida. Lo universalizó. Le iba todo, la gente, la madrugada, la vida. No le van las tías, ¡todo le va! Julio enloquece declarando su amor apasionado al mundo. Ese me va es más que deseo sexual, carnal, y tampoco es exactamente volición. No es voluntad, voluntad de poder o tener, es un apetito, una inclinación más que erótica. Es fluyente en un me va que al final queda sin predicado. Me va, me va, me va, me vaaaaaa… Es un deshacerse. En ese “me va” nos deshacemos.
Generalizado el verbo, Julio lo libera en su estribillo, le aplicá el “Buuueea”, el grito de guerra, la interjección, y lo desencadena en un “me va, me va, me va, mevaaa”. ¿Qué te va? ¡Me va! Hambre de mundo, afán de vivir, plena sensualidad apropiativa del mundo.

En esa sensualidad, en ese quijotismo del gusto, el verbo se libera llenísimo de sentido. Ya no es tanto “algo me va”, algo concreto, “irle algo a alguien”, sino simplemente “irnos”. Se hace autónomo y utilizable ese “me va”.

Y entonces llega José Antonio Montano y le da otro giro de ingenio español. Su genio malagueño lo ve, lo escucha más bien, lo capta, lo siente inutilizado y decide aplicarlo, regalándonos un verbo que está esperando que lo utilicemos. Lo baja del empíreo sensual hasta el uso concreto:

-¿La ministra de Trabajo, Yolanda Díaz?
-¡Me va!

Es un gustar cesarista, emperador, pero a la vez ligerísimo. No cogemos nada, no lo aprehendemos, no lo deseamos hasta perseguirlo, no es un “lo quiero”; y es un decir de algo, pero sobre todo de nosotros mismos. Es un me gusta muchísimo. Verbo-apertura. Verbo del estar vivísimo.
El ida y vuelta julio-montaniano nos ha dejado un verbo finísimo, sensual, natural, colmado de pasión y a la vez quieto, exclamativo sin más, celebratorio.

El “me va” julio-montaniano es distinto al “me gusta”, distinto al “me conviene”, distinto al “me place” y distinto al “me pone”. No habla de una cosa sólo sexual, hidráulica, muscular. Es un verbo de fuga, de movimiento, que no viene a nosotros, que siempre va hacia lo otro y hacia el mundo desde el fondo pronominal de nuestras entretelas.

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