Es hora de dejar este país…Me da miedo ser migrante. Veo lo que significa. Lo perderé todo, a pesar de que tampoco es que tenga nada. Nadie comprenderá cómo hablo en realidad, qué complejos y maravillosos pensamientos habitan mi cabeza. Nunca sabré hacerlo igual en otra lengua. Me volveré invisible… Así aborda la escritora rusa refugiada en España, Daria Serenko, el exilio en su último libro Deseo cenizas para mi casa (editorial Errata Naturae). Lo empezó a escribir en la celda donde cumplía condena por la difusión de “simbología extremista”. Su encarcelamiento es una parte muy pequeña de su pasado, no quiere darle más importancia a esta etapa, “si pongo en perspectiva los últimos tres años, las dos semanas de cárcel no son significativas”, pero a la vez, es lo último que recuerda de su país. Abandonó Rusia poco tiempo después.
Tiene muchas identidades, no sabe con cual quedarse, cual la define mejor: profesora, pintora, periodista, escritora, poeta y activista. “Cuando vives une una dictadura estas obligada a tener todas estas identidades, haces una cosa, pero después te la prohíben, entonces tienes que buscar otra salida a tus pensamientos y a tu reivindicación. Para escapar a la dictadura te ves obligada a buscar la salida a la libertad como sea, te despierta el ingenio e incluso la creatividad. Te tienes que reinventar”. Pero cuando era pequeña, con sólo cinco años, ya afirmaba rotundamente que iba a ser escritora, no sabe ni por qué, pero tenía esa certeza desde siempre.
Hace más de diez años que es activista, desde que Rusia anexionó Crimea. A partir de entonces, explica que en Rusia se empezó a reprimir a la población, a recortar los derechos civiles y a restringir la libertad de los ciudadanos. Ella estaba en la universidad y se implicó en los movimientos de protesta. Se rebelaba contra el control y la propaganda, contra la censura y la manipulación del estado. “No recuerdo una situación de miedo, en realidad no te puedes permitir tener miedo, el miedo paraliza por lo que no es una opción”. Señala que el año 2014 marcó un punto de inflexión, un antes y un después. “El autoritarismo en mi país viene de lejos, se ha ido fraguando y fortaleciendo. Ahora es una dictadura”.
La injusticia y la falta de libertad se dan simultáneamente, explica. Para Daria escribir es un refugio. “Es lo único que puedes controlar en esas situaciones políticas adversas”. No considera que sea un arma porque es frágil. “Es una tragedia que no lo sea, pero no, no lo es. La dictadura te puede quitar todo lo que tienes, tu casa, tu libertad o tu trabajo, pero poder escribir no te lo pueden quitar, solo te lo pueden quitar si te quitan la vida, puedes seguir expresándote hasta el final, mientras estés viva”.
En Rusia las mujeres están haciendo un papel valiente y primordial de lucha contra la guerra. “Son muchos años de guerra ya y que los hombres están en el frente. Por eso, realmente el peso y la fuerza lo tenemos las mujeres que protestamos. Tenemos un papel principal, nosotras somos las que estamos dando nuestra vida ahora para protestar contra la guerra. Mucho de nuestro trabajo tiene que ser clandestino, porque a nivel público está condenada nuestra actividad, sin duda”.
No se ve como una heroína ni mucho menos. Pero está orgullosa de no ser cínica, de decir lo que piensa y actuar en consecuencia. Puede ir con la cabeza alta porque no se contradice: lo que piensa y lo que hace es lo mismo, para ella, esta coherencia es la piedra angular de su vida, “me ayuda a estar enfocada, a estar en paz conmigo misma”. Su activismo se ha fundido con su arte, ha conseguido esa coherencia y esa identificación de las dos cosas.
Mira al futuro de su país con pesimismo, pero a la vez afirma que hay esperanza. “Aunque parezca una contradicción, las dictaduras, en el peor de los casos, acaban cuando el dictador se muere. Los dictadores no se les quita tan fácilmente, se aferran al poder. Pienso que Putin es el tipo de dictador que no se va a ir hasta que muera”.
Pero tiene esperanza de que suceda antes que tarde. “Las personas al final de la muerte de Putin tendrán que construir un país nuevo, puede que el que venga sea peor Putin, ¡sería mucho trabajo levantar esa situación!”
En unos años le gustaría verse de nuevo en Rusia. “Para volver, tendría que tener la garantía de que no iría a la cárcel. De momento es imposible ya que estoy en búsqueda y captura. Pesan sobre mi tres supuestos delitos como enemiga del país y por pertenencia a una organización “no deseada” cuyas penas sumarían más de diez años”. Con sus amigos rusos a veces bromea sobre quién a ver quién de ellos tiene una mayor condena pendiente. Si tuviera la oportunidad de regresar le gustaría entrar en política y defender sus ideas “a las bravas”. Con su bolígrafo hace política o más bien resistencia, pero “desde la política se puede trabajar mejor e impulsar cambios reales y jurídicos desde esa posición más efectiva”. A veces se cansa de trabajar y de luchar y no ver resultados.
Su poema favorito es Para cuando Putin muera. Lo lee en voz alta, con un tono firme y la mirada fija a cámara. Es su canto a la esperanza y un claro acto de resistencia y de rebeldía. Para cuando Putin muera, tanto bosques como prados, hasta el trigo de los campos una bala te augura en la frente o en la sien. “Muérete” te canta el río, “muérete” dicta el renglón, lo ha compuesto en el cielo un dorado nubarrón.
Rocío Gayarre
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