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14,4 la travesía de un niño

Ahmed Younoussi (Marruecos)

14,4 la travesía de un niño
Ignacio Gil el

Con solo nueve años, Ahmed Younoussi cruzó el estrecho de Gibraltar encaramado en los altos de un camión. No lo vivió como una hazaña ni lo recuerda como una gesta heroica. Fue, simplemente, una travesía de apenas 14,4 kilómetros: el tramo marítimo más estrecho que separa Marruecos de España. Un trayecto sin romanticismo, sin épica, pero que marcó, sin duda, el inicio de una vida que hoy se alza como ejemplo de resistencia, esfuerzo y generosidad.

A penas ha vivido una vida de niño. Su infancia fue breve, interrumpida por las circunstancias y salpicada de la crudeza de la vida de la calle. «Pero claro que tuve infancia, solo que fue muy corta. Uno va creciendo, y eso que has vivido te convierte en lo que eres. Yo soy quien soy por lo que he vivido”.

Esa historia —tan personal por un lado, pero tan universal por otro — se cuela como trasfondo en su obra de teatro 14.4, que “es una ventana para mostrar de forma más global cómo viven los niños que llegan solos”. Porque, aunque en escena hay mucho de su verdad, también hay una clara voluntad de hablar por otros. “Mi vida no es solo eso. No se cuenta ni una cuarta parte de lo que he vivido”, subraya. Retrata realidades que ayudan al espectador a comprender qué matices hay en el origen de procesos migratorios como el suyo.

Ahmed llegó siendo aún un niño. “Hoy no llegan tan pequeños. Yo he sido una excepción”. Pero eso no quita dureza a lo que viven quienes atraviesan solos el Mediterráneo. “Un chaval de 15 años no deja de ser un niño. Y, sin embargo, viven en una sociedad que les amedrenta, que les juzga. Aprenden a vivir con el odio de los demás. No encuentran calor ni cariño, solo hostilidad. El odio se entrena”, sentencia. Los menores a menudo son percibidos como una amenaza y como una lacra. Se les cuelga la etiqueta despectiva de “mena”, una palabra que detesta: “No me gusta nada, lleva el peso del estigma”. Y sabe de lo que habla, lo ha vivido en su propia piel.

A diferencia de los relatos idealizados, Ahmed desmonta la idea de que cruzar el estrecho sea una aventura romántica. “No hay magia en el viaje. Lo que hay es miedo y peligro”. Haber experimentado ese miedo y seguir sintiendo miedo a veces ya de adulto no es algo que quiera ocultar, al contrario. “El miedo te construye. Si no tienes miedo, no tienes respeto a la vida”.

Rechaza también la idea del éxito como premio o meta. “No creo que haya tenido éxito como tal. Me he esforzado mucho. He sabido aprovechar las oportunidades que se me han presentado. Pero, sobre todo, intento dejar en alto a la gente que ha apostado por mí. Para mí, el éxito es empezar a dar, a devolver, a contribuir para que esta sociedad tenga menos miedo inútil que solo sirve para manipular a las masas”. Se confiesa optimista por naturaleza, pero para hacer que este mundo sea un poco más justo, no vale con esa actitud positiva, hay que empezar a hacer las cosas de una manera diferente.

Y sí, también la suerte se ha cruzado en su camino. Pero redefine el concepto: “La suerte son acciones conscientes de personas buenas que se han parado por ti, que te han tendido una mano. No creo en los ángeles como concepto idealizado de personas sobrenaturales. Son personas de carne y hueso que ayudan a cambio de nada”.

En 14.4, Ahmed denuncia la educación a golpes que sufrió en su infancia, el abandono por parte de adultos demasiado ocupados para cuidar, y la exclusión que genera guetos y violencia. «La educación a palizas es una realidad triste, pero ahí está en muchos hogares, aquí y allá. Y es real llegar a casa y no encontrar a nadie, porque todos están trabajando muchísimo para ganar muy poco. Entonces te echas a la calle”.

“Es normal que en los barrios haya rechazo si los centros de menores no se gestionan bien. Si metes a muchos marroquíes juntos, por ejemplo, creas un gueto. Pero si se apuesta por la integración, el resultado puede ser bueno. Yo me crie en varios centros de menores, con niños españoles y de otras nacionalidades y era uno más. Gracias a eso, soy quien soy”.

Su visión es optimista, pero también crítica. “Hay que apostar por educadores mejor formados. Por centros en los que se pueda separar a los chicos problemáticos, que trabajen con ellos, que les den oportunidades”.

Ahmed no guarda rencor. Habla con serenidad, con una calma madura y se ríe con facilidad, también. No hay dramatismo en sus palabras, solo una reflexión lúcida sobre las causas de la migración, la desigualdad y el papel que juega cada sociedad en perpetuarla o combatirla. “De África se ha sacado la riqueza. Los recursos sí pueden viajar, pero las personas no. La historia es responsable de muchas de estas desigualdades”.

En su filosofía de vida hay una lección profunda, hay que bajar el techo de nuestras necesidades. “La felicidad no consiste en tener cosas, si no en dormir tranquilo, levantarte y poder comer. No deberías ser infeliz por no tener cosas materiales más allá de lo imprescindible”.

Sobre la soledad, otra constante de quienes migran también tiene su respuesta: “Yo estoy solo cuando no estoy con mi hijo. Pero es una soledad elegida. Mucha gente está triste, mucha gente está sola…Hermanos que no se hablan por una herencia, mayores que no reciben visitas, inmigrantes que comparten pisos con otros que no soportan. Hemos hecho personas muy débiles y vulnerables”.

Ahmed no vino a España huyendo de la pobreza, insiste. “Fue más por curiosidad, porque veía que era lo que se hacía. Pero hay jóvenes que cruzan por desesperación. Recolectan dinero entre varios y cogen una balsa porque no tienen otra opción. Llegan aquí y se topan con todas las dificultades. Empieza otra realidad: la supervivencia”.

Su entrada en el mundo de la interpretación fue casual, pero determinante: un corto preseleccionado para los Goya y una oportunidad de la mano de Sergio Peris-Mencheta. “Gracias a él estudié interpretación. Es un referente. Su ejemplo me cambió la vida”. Ha hecho de todo pero su pasión es actuar.

Ahmed no se siente héroe. Ni víctima. Y mucho menos, una excepción. Se define como alguien que ha tenido ayuda, que ha trabajado duro y que ahora intenta aportar lo que ha recibido. Cree en el esfuerzo y en la bondad y en una idea simple, pero poderosa: «Todos tenemos una mochila, y no sabemos lo que cargan los otros. Hay que respetar a los demás por encima de todo”.

Cuando se le pregunta si volvería a cruzar el estrecho, responde con rotundidad que sí. Sabe que el destino puede cambiar de un momento a otro. Entonces, su empeño es celebrar la vida en cada instante.

Rocío Gayarre

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