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Detrás de un éxito hay mil fracasos

Jero García

Detrás de un éxito hay mil fracasos
Ignacio Gil el

Jero García es boxeador, entrenador, coach, comunicador y escritor, pero si tiene que definirse, dice sonriendo que el periodista Pedro Simón le clava con su “hermano mayor y padre pequeño”. Es un hombre de barrio que nunca renuncia a sus raíces y cuya vida se teje entre la pasión por el aprendizaje y el compromiso con la transformación social, fundamentalmente a través del deporte, del boxeo.

Su trayectoria profesional es un reflejo de su incansable búsqueda por conectar la teoría con la práctica, para afrontar los retos de la juventud en el mundo contemporáneo. A lo largo de su vida ha sido un arquitecto de proyectos que no solo buscan resultados tangibles, sino, fundamentalmente, un impacto profundo en las personas. “No hay nada más extraordinario que ayudar a otro ser humano”.

Cree firmemente en el poder de la reflexión personal como motor de transformación, considerando que la vida es una sucesión de oportunidades para cuestionar, aprender y, sobre todo, mejorar. “Las personas tenemos un poder inherente a nuestra naturaleza: el poder de querer intentarlo. Teniendo actitud tienes más posibilidades de salir de donde quieras, saldrás o no, pero lo que nadie te podrá quitar es el haberlo intentado”.

Habla con serenidad sobre su experiencia vital. Su infancia y su juventud no fueron fáciles. “Si las personas tienen unas expectativas demasiado altas o poco realistas, y no llegan a coincidir con la realidad, eso les rompe. Ahí está el fallo, en crearte expectativas irreales. Al final la frustración es directamente proporcional a la diferencia entre la expectativa y la realidad. Yo nunca me he creado muchas expectativas, he vivido con los pies en la tierra siempre”.

Abandera tres valores por encima de cualquier otro. “El primero, la lealtad que empieza con uno mismo. Si no lo eres contigo, no lo serás para los demás. El segundo, la constancia, ser disciplinado es básico. Y el tercero, que es además el valor más importante que me han dado mis padres, es el sacrificio”.

La empatía, la honestidad y la colaboración son los pilares sobre los cuales construye sus relaciones, convencido de que un mundo más justo solo puede lograrse a través de la acción consciente y el respeto mutuo. “Vivo el presente con mucha atención. El pasado ya pasó y me ha servido para aprender. El futuro no sé lo que traerá. Mi presente, mi hoy, lo vivo con la guardia arriba. Y así hasta el final, no hay que confiarse cuando tienes éxito, sino que hay que seguir atento”.

Sigue aquí en el barrio donde ha nacido y crecido. “La ejemplaridad no nace necesariamente de lo puro, si no de lo sucio. Lo que está manchado de sangre y de lágrimas, eso es lo real, es la vida, es lo que hay”. Se intuye que hay mucho del Jero joven en Cola, el protagonista de su novela Cola de Lagartija. “Se lanzaba al peligro y la emoción, viniera de donde viniera. A veces montaba broncas y, a veces, las zanjaba. Lo mismo le partía la cara a uno que defendía a otro. En el fondo no era un mal tipo. Solo un adicto a la adrenalina”.

Jero es un hombre seguro que habla sin tapujos, pero también conoce el miedo. “Uno de mis mayores retos a lo largo de mi vida es superar el miedo. Puede ser un amigo, un aliado, porque te pone en alerta, pero mal llevado, es paralizante y un enemigo. Miedo, hay que tenerlo. Siempre que he subido al ring he subido acojonado, pero lo superas”. Concluye que los que no sienten miedo, son locos. “Ten miedo, tenlo, conócelo y reconócelo, asúmelo y responsabilízate y ese miedo no te tiene que bloquear.” Así se lo explica a sus hijos y a sus alumnos.

Tampoco se ha rendido nunca. “He podido dar algunos pasos atrás, pero sólo para coger carrerilla. La gente tiene que creer en sí misma. Si no tienes fe en ti mismo, ¿en quién va a tener fe? ¿Quieres creer en alguien? Pues empieza creyendo en ti. Si no crees en ti, vas a dudar de todo el mundo”. Insiste en que la vida no es fácil. “Pero no pasa nada. Las decepciones, las hostias y los fracasos, están a la orden del día”. Cita a Viktor Frankl, al que admira mucho y cuya filosofía adopta como propia: “el sufrimiento con propósito deja de ser sufrimiento y se convierte en sacrificio”.

El boxeo exige mucha disciplina, mental y física. “Soy un trastornado (TDAH) diagnosticado muy tardíamente. A lo largo de mi vida he logrado desarrollar estrategias para controlarlo, como hacer deporte y también escribir. De joven era un pieza, pero la primera vez que encontré la paz en mi vida fue entre los libros, leía compulsivamente, me podía leer cada semana un libro. Luego dejé de leer, por mis vaivenes, pero al final he acabado escribiendo”.

En el ring, el tiempo se mide en fracciones de segundo. “Como la vida misma, nunca he visto nada que se pueda extrapolar tanto a la vida como el boxeo, asalto a asalto, golpe a golpe.” Se logra un mayor aprendizaje de las derrotas. “Personalmente el momento donde más he aprendido, no vino de una derrota: fue ser padre con solo veinte años, fue el primer K.O. de mi vida. Veo que voy a ser padre, me caigo y me levanto para seguir peleando, porque ya no tenía que pelear por mí, tenía que pelear por mi hija”, Ahí descubrió la verdadera motivación “y se acabaron las tonterías”.

Es optimista y aunque sus novelas son crudas o sucias, como lo es la realidad, tienen un final feliz. Afirma con contundencia que es un error querer evitar a los niños y los jóvenes la frustración. “Para un niño, quiero que se frustre, que pierda, que le duela perder, y entonces que intente superarlo. La frustración es necesaria, porque detrás de un éxito, lo que hay son mil fracasos. No podemos hacer que los niños y jóvenes crean que puedan esquivar todo el día los golpes, porque cuanto se descuiden, la hostia les va a llegar. Tienen que prepararse para encajarla y no para esquivarla siempre”.

No olvida las veces que no ha tenido fuerzas para levantarse. “Pero para eso están las equinas, en el ring y en la vida. Cuando no te puedes levantar, lo importante es tener buenos amigos que, en un momento determinado, cuando estés en la lona, te ayuden a levantarte y cuando vean el peligro que tu no ves, sepan tirar la toalla y sepan decir hasta aquí hemos llegado”. Y también ha derramado lágrimas. “No hay mejor forma de limpiar la mierda de dentro”. Jero no quiere ser un héroe. No hace falta ponerle la etiqueta. Vale con descubrir la estela de luz que deja en su barrio, en su gente, en sus alumnos y en sus amigos. Jero camina siempre hacia delante, con la lealtad por bandera y la esperanza como lema.

Rocío Gayarre

BoxeoDeporteRemarcable

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