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Si yo callo, ellos ganan

Andrea Aldana (Colombia)

Si yo callo, ellos ganan
Ignacio Gil el

Andrea lleva en el ADN la defesa de los derechos humanos. Creció en una Colombia convulsa y violenta, en los años más duros de confrontación política. Su padre, abogado, estuvo amenazado y desaparecido. “Mi papá defendía a los campesinos desplazados por la guerra. Fue quien me explicó que el mundo no era justo. En esa época los paramilitares sacaban a la gente de sus casas con una lista, luego los llevaban a las plazas y los ejecutaban. ¿Quiénes eran esos paramilitares que me habían separado de mi padre, que era mi héroe?”. Sus padres le enseñaron el camino de la igualdad y a mirar al miedo de frente, a pelear y a defenderse, “a tener los nudillos gruesos”.

A esa herencia tan marcada hay que sumarle su vocación. “Estoy enamorada del periodismo totalmente. Es una pasión, es el camino que escogí y el que, a pesar de todo, me hace feliz. Me di cuenta de que no solo me importaba el fondo a contar, si no que tenía un profundo interés en la forma, en narrar historias. La narrativa, la escritura, es sagrada también. El periodismo es el conjunto”. Aldana, guiada por sus convicciones profundas y su sentido inquebrantable de la defensa de la justicia y la verdad, ha plantado cara a la corrupción.

“Cuando estudias el paramilitarismo inevitablemente llegas a la mafia, pues desde su nacimiento está ligado al narcotráfico. Te venden que es la respuesta contra la insurgencia de las guerrillas, pero uno de los primeros grupos paramilitares lo formó Pablo Escobar. Colombia sigue viviendo en guerra. En Colombia desde la firma de los acuerdos de paz, van más de dos mil líderes sociales asesinados. Eso… no es paz”.

Entendió que había necesidad de narrarlo con todos sus matices. “Nuestra historia no es una historia de malos y buenos. El periodismo no es una lucha. No soy activista, soy periodista. En mi país, por ejercer el periodismo, te matan. El año pasado y antepasado los únicos países latinoamericanos que ponían muertos periodistas fueron México y Colombia, aquí hay ya más de 160 periodistas asesinados”. Pero, no se arruga, confiesa que ha aprendido a convivir con el riesgo, a “vivir sorteando candela”.

De la mano de la primera historia que contó sobre el cementerio de Frontino, llegaron las primeras amenazas. “El paramilitarismo estaba asesinando en las regiones, con mucha desaparición forzada, como el gran drama de Colombia del que no se habla. Sabemos de los secuestros ligados a la guerrilla. Pero las desapariciones, la mayoría eran de líderes de izquierda o líderes defensores de derechos humanos. Una cosa es que te narren la guerra, otra cosa es pisarla. No vuelves a ser la misma, ya no puedes mirar para otro lado. Fue mi gran encuentro con el periodismo de conflicto armado”, del que no se ha querido separar, aun poniendo en riesgo su vida una y otra vez.

Testigo de la historia, de la nueva guerra colombiana, reconoce que es “más difícil de contar porque algunos de los protagonistas están en los poderes”. Sin embargo, no se arrepiente de haberse especializado en el periodismo del conflicto armado. No se arrepiente de nada. “Hablo de mi país campesino. Tenemos el setenta por ciento de la cocaína del mundo. Eso va a ser una guerra eterna en Colombia. Mientras que el narcotráfico transversalice todo mi país, va a seguir habiendo violencia y guerra”.

Lleva dos décadas dejándose la piel y respirando el conflicto colombiano que tantos muertos y desaparecidos sigue dejando. “Si pudiera volver a Colombia mañana mismo lo haría. Ser refugiada es muy duro, yo nunca quise marcharme”, pero tuvo que hacerlo. Sufrió dos agresiones físicas fuertes cuyas cicatrices aún le quedan por sanar. “Salí para salvarme, pero realmente nunca tuve en la cabeza el exilio”.

Andrea bucea en lo más profundo de sus sentimientos y en las consecuencias de su compromiso con la búsqueda de las respuestas a la violencia y la injusticia. “Me tuve que ir del país para sanar el odio. Mi vida es tan paradójica. Me hicieron lo peor que podían hacerme, de eso no regresas, pero te tienes que agarrar a algo. El rencor ahoga a uno. Tenía que pegarme a algo de inmediato, no podía dejar que me quitaran lo que yo más amaba, el periodismo. Así que regresé porque, si yo me callaba, ellos ganaban” y decidió responderles con el mejor periodismo de investigación. “Corrupción, narcotráfico…ninguna mafia en ninguna parte del mundo funciona si no tiene una pata en los organismos corruptos del estado. La mafia necesita al estado”.

Y la segunda agresión no tardó en llegar. “Me cogen y me golpean, me parten la cara, me agreden físicamente fuerte y me vi obligada a salir, esta vez para Argentina e intentar sanarme de nuevo”. Aprendió a sobrevivir a base de golpes y a convivir con el peligro y la violencia sin miedo. Mientras sigan pasando cosas no se va a callar. El acoso y las amenazas de muerte forzaron finalmente su salida del país de la mano de Reporteros Sin Fronteras. “Uno no entiende bien el riesgo que está corriendo porque lo lleva sorteando mucho tiempo, pero al poner distancia te das cuenta del tremendo nivel de violencia que estás normalizando”.

Se rebela ante la posibilidad de que los malos siempre ganen. “Los periodistas no somos activistas, pero sí somos defensores de la democracia. Quizás no salvamos nada, pero sería peor el mundo si no estuviéramos. Alguien tiene que ser testigo de la historia, alguien tiene que vivir para contarlo”. Y es que no imagina su vida sin hacer periodismo. “Me arrepiento de no haberme cuidado más, pero retrocedo y creo que no hubiera sabido decir que no a las historias que he contado. No somos jueces, la función del periodismo es darle información veraz al ciudadano para que tome sus propias decisiones”. Ve la profesión como una herramienta para ayudar a construir una sociedad más justa, más equitativa y libre. “En sociedades tan injustas el periodismo se convierte en una bandera, una bandera a la que defender, así lo entiendo yo”. No sabría vivir de otra manera.

Rocío Gayarre

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