Ignacio Gil el 11 jul, 2017 Es 20 de abril de 2014 y es un día especial para Elena, economista ucraniana de 34 años, quien con su hijo Yegor va a pasar unos días de vacaciones en Alicante, a España. Diez días después regresan, pero ya nada es igual. En la puerta de su casa hay tanques, y francotiradores en los cruces. Su hermana y su padre han cerrado su casa, así como el resto de los vecinos y pasan parte del día cobijados en los sótanos del edificio, asustados y presos de la incertidumbre. ¿Cuanto durará este levantamiento? Las calles se han vuelto inseguras, no solo por los ataques armados sino también por las agresiones, asaltos y robos a los habitantes de la ciudad. Elena no está dispuesta a esperar, ni a poner la vida de su hijo Yegor en peligro, ni por un instante. El día 13 de mayo junto con su hijo sale para España, aprovechando la circunstancia de tener aun en vigor el visado de turista. Tras una estancia de unos meses en Alicante de nuevo, comprende que ya no puede volver, por la seguridad de su hijo, y solicita asilo. Huyendo de la guerra empieza el capítulo más doloroso de su hasta entonces alegre y tranquila vida. Casi tres años más tarde Donetsk continúa siendo un punto caliente aunque a penas se mencione ya en los medios, pero el conflicto armado sigue vivo y cobrándose vidas humanas cada día. Elena sigue las noticias con preocupación y con la decepción de saber que no puede regresar estando así las cosas. Khalid, tiene 24 años, es sirio, y cocinero, es el mayor de ocho hermanos. Tuvo que salir de su Daraa natal hace ya casi cinco años. Presenció un ataque a unos niños en la plaza por parte del ejército de Al Assad, y al intentar salvar a uno de ellos, le dispararon alcanzándole en un pie. Ahí comenzó su largo peregrinaje. El primer tramo, fue el que tuvo que recorrer a rastras, sangrando, el trayecto desde Daraa hasta la frontera jordana, unos pocos kilómetros que le llevaron más de 24 horas, herido y asustado. Este comienzo presagiaba un largo camino aun. Los dos años siguientes pasó por seis países del norte de África, con el pasaporte caducado, y tirando de su incansable espíritu luchador para sobrevivir. Dormir en la calle, trabajar en la clandestinidad, esconderse sin papeles…Egipto, Argelia, Libia, Marruecos. Pasó la frontera a la Europa utópica de la que hablaban con tanta esperanza el resto de refugiados y migrantes, por Melilla, consiguiendo esquivar los sobornos de la mafia quienes exigían más de 1000 euros por pasar un tramo de 100 metros. Ahí solicitó asilo y el proceso con más obstáculos y dificultades le trajo hasta Madrid. Y en el CAR de Getafe se conocieron. Dos personas muy distintas unidas por la huida apresurada y forzosa de sus países, que desde hace un año comparten piso. Los refugiados añoran tantas cosas y la pérdida de todo les hace asumir la nueva situación en el país de acogida con cierta resignación y sin grandes pretensiones. Elena y Khalid pactaron dos primeras normas de convivencia, “que en casa no entrase jamón ni productos de cerdo y que el idioma que usamos siempre debe ser el idioma común, el español”. Son conscientes que tienen que aprender el idioma lo mejor y antes posible para integrarse en la sociedad y para encontrar trabajo. Normalmente es él quien cocina mientras que ella se ocupa más de la logística y del orden en general. Khalid es optimista y luchador. Tiene mucha ilusión en completar sus estudios de cocina cuanto antes y sueña con montar su propio restaurante. Elena es más realista e introvertida. No quiere hablar de lo que siente, de como le ha afectado la guerra y las circunstancias que le han acontecido en el exilio. “No puedo hablar aún. No tengo la fuerza ni la confianza para hacerlo, pero el día que lo haga, habrá suficiente material como para escribir un libro” confiesa. Se entienden, se ayudan y se complementan. También discuten y se perdonan. Se apoyan mutuamente en esta nueva etapa de la vida, donde la incertidumbre y la escasez marcan el ritmo de la rutina diaria. Los días pasan, y Khalid y Elena van encajando en el complejo puzzle de la vida del refugiado, con sus luces y sus sombras. Juntos se hace más fácil y menos doloroso. Rocío Gayarre AsiaEuropaRefugiados Tags GuerraRefugiadosSiriaUcrania Comentarios Ignacio Gil el 11 jul, 2017