“Desde que tengo uso de razón, no decía ni que era gay ni que era trans, decía que era una niña, era mi naturaleza, pero lo vivía con temor. Sabía que, si expresaba mi identidad de género, era fijo un golpe. Vivía bajo el dominio de mis padres, con ese filtro, con ese freno. Tenía que ser un niño, un niño que no era. El sistema e incluso la familia, así me lo exigían”, explica Ludwika, refugiada LGTBI nicaragüense.
Según datos de ACNUR, en la actualidad, más de 80 países consideran un crimen las relaciones entre personas del mismo sexo y cinco las castigan con pena de muerte. Muchas personas se ven obligadas a huir tras sufrir rechazo, persecución y amenazas debido a su orientación sexual. “En mi país se derogó en el 2008 la sodomía, hasta entonces era penada la homosexualidad. Pero fue un tema de conveniencia política, no había un compromiso profundo con la defensa de nuestros derechos”. Ludwika emprendió el camino del activismo hace décadas, convirtiéndose en uno de los rostros más conocidos de la defensa de la igualdad de derechos del colectivo trans, defensa que ha llevado hasta el extremo de arriesgar su vida.
“Yo me ponía vestidos, camisas o toallas en la cabeza como que era mi cabello, tacones de mi mamá, escondida, sola en una cuarto cuando no había nadie, esos momentos eran muy felices. Obviamente, no podía expresar nada de eso. Me refugiaba cuando iba a clase. Mi papá me exigía que estudiara, en parte eso me ayudó. No tuve una niñez igual que todos los niños, no fue tan abierta, no jugué mucho. Era el temor que los niños vieran mi identidad”.
La universidad le brindó ese puente de libertad mínimo que necesitaba para emprender el camino de la transición. “Obviamente fue paulatino: primero el cabello largo, luego el maquillaje y después el atuendo femenino. Por fin estaba en un espacio independiente, no exento de miedo y discriminación, pero yo me enfoqué en combatir ese estigma. Era la única mujer trans en la universidad, los ojos siempre estaban puestos sobre mi”.
Dedicó la mayor parte de su vida a investigar e implicarse en los movimientos sociales LGTBI de Nicaragua por lo que con frecuencia aparecía en los medios de comunicación. “Había organizaciones gay, en ese mismo saco íbamos las mujeres trans, nos llamaban las vestidas. Decidimos crear una organización independiente, aunque demandábamos los mismos derechos, nuestra realidad era diferente y específica”.
Confiesa que el reto a menudo era vencer al miedo, no dejar que le paralizase. “Ganarme el respeto y el apoyo de mis padres me hizo sentirme más segura, aunque el entorno social siguiera siendo hostil. Teniendo su apoyo, ya fui haciendo camino”. Solo había una dirección, hacia delante.
“La herramienta principal para lograr el reconocimiento de nuestros derechos es la confianza en nosotras mismas y el liderazgo personal y voluntario. En Nicaragua en el 2018 hubo revueltas y las organizaciones nos levantamos. Estuvimos dando la cara el colectivo más fuerte, los movimientos LGTBI. Las líderes de la organización éramos muy visibles. En el 2019 sufrí una agresión brutal, me quisieron matar. Dos hombres me empujaron, me propinaron siete estocadas con arma blanca, en el corazón, la cabeza y la cadera, me desprendieron parte de la cara”. Es un milagro que siga viva. “Para recuperarse, lo importante es la actitud que tomas. La paliza fue brutal, era para dejarme morir. Pero yo no me rendí”.
Las secuelas fueron graves y el hostigamiento no cesó. “O salía del país o me moría psicológicamente en vida. Me seguían acosando con mensajes y amenazas”.
Ni perdona ni olvida. “No le deseo mal a nadie, trato de hacer lo mejor y ser cada día mejor. Ahora estoy sola, pero la acogida por parte del equipo de ONG Rescate ha sido mi refugio y me han devuelto la fe en mí misma. Cuando llegué, estaba destruida, con ansiedad y depresión. He recuperado la ilusión y un propósito, seguir luchando. Aquí me siento más libre, apoyada por la familia Rescate, estoy sanando mi soledad”. El hostigamiento y la ansiedad, los ha dejado atrás.
Ahora toca coger fuerzas. “He luchado por otras, ahora debo cuidarme para lograr la mejor versión de mí y seguir haciendo camino para todas. Creo que lo que importa es ser quien quiero ser, ser una persona libre y poder expresar mi identidad. Quiero volver a mi país, morir en mi país y enterrarme en mi país. Lo voy a hacer. No voy a volver como salí sino totalmente diferente, operada, más profesional de lo que soy y más formada, gracias a ONG Rescate”.
Una niña trans que nace hoy, lo tiene más fácil que lo tuvo ella, pero aún falta mucho por avanzar. “Nosotras pusimos nuestro cuerpo para luchar y conseguir que las nuevas generaciones tengan el camino más allanado. Pienso que no ha sido fácil, pero ha merecido la pena”. Mientras, seguirá prestando su voz a las que aún no puedan hablar.
Rocío Gayarre
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