Como iraní, como activista, como testigo del sufrimiento de sus compatriotas, como persona condenada a muerte por ser gay que ha tenido que huir de su país, denuncia la postura hipócrita de los gobiernos de izquierdas en Europa. “Dicen que defienden los derechos humanos y apoyan al colectivo LGTBI. Por coherencia deberían cortar la relación con el gobierno iraní que está matando a mi gente. Que el gobierno de Sánchez no apoye a este gobierno, que no manche sus manos con la sangre del pueblo iraní. Este apoyo político es una vergüenza”, concluye alto y claro Ramtin Zigorat.
Es arquitecto y lleva casi media vida dedicado a la defensa de los derechos humanos. Aún en la distancia está implicado en las protestas que desde hace algo más de dos meses están sacudiendo el férreo régimen iraní. “Es una mezcla de sentimientos. Estamos tristes y enfadados, pero sobre todo estamos orgullosos. Lo estoy viviendo mal, a veces paso las noches sin dormir. Yo he estado ahí por lo que conozco bien el trato inhumano del régimen hacia el pueblo” y es que lo ha sufrido en primera persona. “Con sus ideologías radicales islámicas son capaces de la mayor crueldad”.
Tiene una preciosa sonrisa que desafía las heridas de su pasado. “Mis dientes son postizos, en ataques homófobos me han partido la boca, entre otros, mi propio hermano” y peores palizas y vejaciones ha soportado en las detenciones y en la cárcel.
Las pesadillas no le dejan dormir. “Me traen los recuerdos de la persecución que he sufrido. Yo también salía a esas mismas calles en defensa de nuestros derechos. Es imposible olvidar como nos pegaban o incluso como mataban a la gente. En Irán sí o sí te matan por tener relaciones con alguien de tu mismo sexo”. Salió del armario con 16 años. Fue durísimo. “La mujer en irán puede ser invisible, pero una persona gay, trans o no binaria… se juega la vida si se visibiliza”.
Su profesor sospechó que era homosexual y le obligó a tomar fármacos. “No sabía que eran. Me sentaban fatal. Me fui aislando, me sentía muy cansado, como cayendo en un pozo sin fondo. Llegué a pensar en el suicidio como única salida”. Fue su madre quien se dio cuenta que algo le pasaba y le sacó de aquel infierno y le brindándole el apoyo y la fuerza para empezar una nueva etapa.
Siempre perseguido por su activismo. “Las personas LGTBI están muriendo. Más del 50 % de mis amigos ya están muertos y solo tengo 34 años. Otro 30% ha salido del país. Solo el 10% está resistiendo”. Ramtin sufrió en dos ocasiones agresiones sexuales y fue encarcelado. “En Irán pesan sobre mi dos penas de muerte y 43 años de cárcel. Si volviera, al día siguiente estaría colgado”. Su celda medía un metro por uno veinte, tenía que pasar el día agachado. Las palizas y los maltratos eran a diario. Consiguió huir a Turquía y solicitó protección internacional.
“Después de la cárcel estuve escondido en la casa un año más. No podía pensar, ni dormir, mi mente estaba vapuleada. Las heridas físicas acaban cicatrizando tarde o temprano, pero las internas nunca, nunca. Te acompañan siempre y no dejan de doler”.
No quiere hacer otra cosa. “Merece la pena seguir por todos los amigos que he perdido. Aún me veo como un muerto viviente, pero tengo que sobrevivir para conseguir lo que no quieren darnos. Luchar por ellos es lo que me mantiene vivo. Y esta vez es diferente, no es una manifestación, se trata de la revolución”, afirma con rotundidad.
Explica que quienes están tomando las calles ahora son niños y niñas, son mujeres y hombre jóvenes, son personas religiosas que también están cuestionando al gobierno. “Todas las personas de tantas ideologías se han unido, todas las minorías, los pobres, la clase media, todos. Nadie quiere ya lo que hay. Esta es la diferencia”. Reclaman libertad, igualdad, respeto, seguridad y dignidad. “Son cosas tan básicas y fundamentales y nos están privando de ellas”.
En Turquía tampoco estaba seguro y pudo venir a España y solicitar asilo aquí donde sigue trabajando por los derechos humanos. Ha participado en el proyecto fotográfico de CEAR “Autorretrato del Refugio” donde el también refugiado fotoperiodista egipcio Belal Darder retrata a trece personas que han tenido que huir de sus países. Como explican desde CEAR, son retratos que recogen los valores que comparten como la paciencia, la nostalgia y la esperanza.
Ha dejado atrás años de miedo y amenazas, de llanto sin lágrimas, de tristeza y de incertidumbre. “Aquí tengo libertad y puedo besar al chico al que quiero en la calle. Puedo elegir las palabras que uso, sin miedo a que me detengan, me golpeen o me encarcelen. Puedo hablar sobre lo que quiera sin miedo”. De momento no pide más, aunque cada día se deja la piel por esa revolución que clama libertad y justicia.
Rocío Gayarre
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