Deisy siempre fue diferente. Desde que nació. Tanta prisa – y tanta fuerza – tenía, que no dio tiempo a llevar a su madre al hospital, dando a luz en su casa.
Su recuerdo más tierno de su Villa del Rosario natal, quizás sea su abuela quien le cuidaba mientras sus padres trabajaban. “A mí y a quince primos más. Mis padres me compraban muñecas, pero yo me dedicaba a raparlas. ¡No me gustaban nada! Recuerdo la primera vez que me atrajo una mujer, yo tenía 8 años y era la vecina. ¡Era preciosa!”.
Los primeros años mantuvo su orientación sexual en secreto, salvo Fredy, su mejor amigo. “No era la niña normal de vestidito y cabello recogido. Me gustaba ir deportiva, con ropa ancha”. Con 18 años tras un desengaño amoroso y presa del llanto, su abuela – con esa sabiduría de alguien que ha visto tanto – se le acercó. “Se por qué estás llorando. ¿Qué te ha hecho esa chica?”.
Le confesó todo. Y aprovechando una reunión familiar, su abuela le dio el apoyo necesario para contárselo a los demás. “No sé si lo han notado, pero a mí no me gustan los chicos, siempre me han gustado las chicas”.
“Hubiera deseado que mi mamá me hubiera dado un abrazo. Mi padre por un tiempo no me quiso hablar siquiera. Me fui de casa”. Unos meses después su padre le fue a buscar para pedirle perdón. “Siempre lo supe, pero no quería aceptarlo”. Deisy aún llora cuando recuerda la reconciliación. “Independientemente de con quien estés, siempre voy a estar a tu lado”. Con su madre el silencio y el rechazo han durado años. “Me parte por dentro no lograr que entienda lo que soy. El día que me acepte, será lo máximo”.
Siguió estudiando y trabajando. Ahí sabían que era lesbiana pero no le suponía problema alguno. Por un amor – el amor de su vida – se fue a Cali. “Todo mi ser vibraba cuando la veía. Fue un amor profundo. A los 6 meses de estar ahí, decidí córtame el cabello y empezó mi calvario al dejar de pasar desapercibida. Estaba en una ciudad que no era la mía con una cultura diferente a la mía. Por la calle la gente me escupía, me insultaba, me llamaba machorra y me acosaba”.
Lo peor estaba por llegar. Una noche salió a bailar a una discoteca gay y siempre hacía los trayectos en un Uber, con un conductor amigo. “En estos lugares te sientes segura y aceptada. Yo fui a divertirme sin molestar a nadie. Para volver a casa llamé a mi amigo, pero le pillé lejos. La discoteca ya cerraba así que decidí coger un taxi. Caminé hacia la esquina, cuándo sentí que me agarraban fuerte y me vi rodeada por unas morenas muy grandes. Lo último que recuerdo fue un puño golpeándome fuertemente en la cara. Caí. Cuando desperté en el hospital el médico me explicó que ya inconsciente me habían seguido golpeando. Tenía hemorragias internas, hematomas cerebrales y varias fracturas. Era un milagro que hubiera sobrevivido”.
Ya en casa y con una lenta y difícil recuperación por delante empezó a recibir llamadas amenazantes. “Me resultaba aterrador. No podía hacer vida normal. No me atrevía a salir a la calle. Necesité asistencia de psiquiatra y de psicólogos. Pero el miedo se apoderó de mi. Me decían cosas como que personas como yo no merecíamos existir o que me iban a violar hasta que me gustaran los hombres”. Llora al narrar este infierno. Como no hacerlo. Sentirse vigilada y amenazada le remató.
“Soy fuerte, pero las cicatrices que me quedaron dentro, aún me acompañan”. Volvió a Cúcuta con la esperanza de acabar con la pesadilla. La sorpresa fue que las llamadas no cesaron. “Comprendí que mi vida verdaderamente corría peligro”. Fue su madre quien sentenció: “Te tienes que ir. Prefiero verte lejos que tener que enterrarte”.
Cogió el primer vuelo a España donde ha solicitado asilo. “Aquí me siento segura, libre y respetada. Pero me han robado mi vida y mi felicidad”. Estuvo mal viviendo unos meses hasta recibir el apoyo de @ongcesal. “Nunca en mi vida imaginé vivir así tan precariamente. Sólo me traje una pequeña maleta negra con un abrigo, algo de ropa y mi bandera arcoíris”. Deisy es inquieta y activa, le encanta el deporte y también la lectura. Acaba de conseguir trabajo y, aunque sigue rota por dentro, no se va a rendir.
Rocío Gayarre
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