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Ser mujer en Afganistán es delito

Arozo Sadat (Afganistán)

Ser mujer en Afganistán es delito
Ignacio Gil el

El día a día de una mujer en Afganistán bajo el férreo régimen talibán es un infierno. O, en palabras de Arozo, “ser mujer en mi país es un crimen. Tan es así, que las familias, cuando nace una niña lo viven con tristeza y pesar”. Tiene 32 años y es abogada especializada en defensa de los derechos humanos y jugadora del equipo nacional de voleibol.

Desde su regreso al poder el 15 de agosto de 2021, los talibanes han emitido más de un centenar de decretos dirigidos a eliminar la presencia femenina de la vida pública. Han cerrado las escuelas para mujeres mayores de 12 años, una situación sin precedentes a nivel mundial. Han prohibido a las mujeres trabajar en muchos sectores, especialmente en áreas del gobierno, en organizaciones internacionales y empresas privadas. Además, han limitado drásticamente su libertad de movimiento.

“En la familia de mi padre, eran muy tradicionales. Cuando tuve conciencia de que era chica, bien pequeña, empecé a luchar para alcanzar mi sueño. Fue fundamental el apoyo de nuestra madre, para que, a pesar de los obstáculos, mi hermana y yo lográsemos estudiar y hacer deporte”.

Su nombre significa “deseo”. Y precisamente, su vida ha estado marcada por sus deseos. “Lo conseguí a pesar de todas las dificultades impuestas por la sociedad y por mi propia familia. No todas pueden decir lo mismo. En la universidad, por ejemplo, sólo éramos tres chicas en clase”. La incomprensión y el machismo están totalmente instaurados en la sociedad. “Es difícil cambiarlo. El machismo va unido normalmente a la incultura, pero, incluso en la universidad nos topamos siempre con esas actitudes, por parte de nuestros propios compañeros de clase”.

Habla con firmeza y rapidez, tiene las ideas claras y racionalizada la situación de injusticia y acoso. Se rebela, no se rinde, pero le han flaqueado las fuerzas también. “Cuando acabé mis estudios fui a buscar trabajo en los organismos públicos. A las mujeres nos miraban mal, como objetos sexuales, no nos tomaban en serio, incluso hubo violaciones a mujeres. No estaba bien visto ni aceptado que las mujeres entrásemos en al mundo laboral en puestos de responsabilidad”.

Finalmente encontró trabajo en un organismo internacional. “Ahí, por fin, fui aceptada desde la igualdad y con respeto. Una de las labores que realizaba era ir a las zonas rurales para trabajar con las mujeres, informándoles sobre sus derechos, sus opciones de vida y de desarrollo profesional y personal”. A partir de entonces, comenzó a sufrir amenazas hasta el punto en el que fue inviable seguir viviendo allí. Hace más de un año que viajó a España dónde ha solicitado asilo. “Tu cabeza te dice que tienes que marcharte, pero te rompe por dentro dejarlo todo, renunciar a todo lo que has logrado en la vida y tener que empezar de cero. Ser mujer es un honor para mí, pero en Afganistán es un delito. Mi padre sirvió a su país, creía en su país, pero a causa de mi persecución, mis padres también han sufrido amenazas y han tenido que huir”.

Es impensable regresar a su país. “Mientras sigan los talibanes, nuestra vida corre peligro. Pero si hubiera más seguridad y libertad en mi país, claro que me gustaría volver. Soy patriota, la tierra donde has nacido siempre es tu tierra y ahí siempre está tu corazón”. Le duele su gente, le duelen las mujeres de Afganistán.

Arozo pudo estudiar y lograr una independencia y autonomía que ya no tienen sus compatriotas. “En la actualidad no pueden estudiar, ni siquiera pueden salir a hacer la compra solas, ni tan siquiera puede oírse su voz. No pueden usar tacones, para que sus pisadas no se escuchen. Están silenciadas”. Aquí agradece el apoyo de trabajadores sociales, psicólogos y todo el equipo de de ong Rescate, “me están ayudando a salir, pero ellas están solas. Así no pueden tener voz. Su soledad y su abandono me resultan desoladores”.

Ha hecho huelga de hambre, ha vivido su propia pesadilla no ha sido nada fácil su camino de refugio. La soledad, el miedo por sus familiares todos lejos y dispersos, y la complejidad y lentitud de los trámites administrativos, han tenido un coste enorme.

“Efectivamente llevo aquí 14 meses, estoy sufriendo, esperando al resultado de la solicitud de asilo, mientras mi marido está en Pakistán, enfermo, amenazado y en peligro. Temo por su vida, pero aquí hay una burocracia que lastra nuestra esperanza y nuestra paz interior. Hay que acelerar los procesos, porque están en juego nuestra integridad física e incluso nuestras vidas. Solo pienso en cómo poder ayudar a mi marido y la incertidumbre es frustrante”.

A veces siente que se le agotan la paciencia y la fortaleza para seguir esperando. “Estoy acostumbrada a luchar por todo, pero en el proceso del exilio, reconozco que me he sentido sola y angustiada”. Sin embargo, saca fuerza de flaqueza, porque sabe que tiene una responsabilidad, seguir luchando por ellas, por las mujeres silenciadas que sobreviven el régimen del terror talibán.

Rocío Gayarre

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