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Sentir que no tienes patria

Yousef Al Dubai (Yemen)

Sentir que no tienes patria
Ignacio Gil el

Nació en el sur de Yemen en el seno de una familia numerosa. “Tenía todo lo que tiene cualquier persona del mundo: mi familia, mi escuela, mis amigos y una vida plena. Mi padre trabajaba en el campo y mi madre llevaba la casa. Mi país es pobre, pero teníamos paz y vivíamos tranquilos. Nunca me hubiera marchado, ahí están mis raíces, mi todo”. Su voz suave y gestos elegantes transmiten una sensibilidad poética que contrasta con la brutalidad de su camino al exilio.

Con la llegada de la primavera árabe las cosas empezaron a complicarse mucho. “Yo entonces tenía 18 años. Queríamos un país mejor. Sin embargo, en realidad los partidos políticos nos utilizaron a los jóvenes para sus intereses y objetivos”.

Yousef es poeta y escritor. “Desde muy pequeño me gustaba escribir, soy narrador, he publicado muchos artículos y poemas en mi país, dónde soy conocido”. Empezó la guerra en el 2015 cuando aún le faltaba un año para terminar la carrera. “De la noche a la mañana todo cambió muchísimo. Las calles se llenaron de grupos armados. Yo quería mantenerme al margen, no me identificaba con ninguno de los bandos. Nos sentíamos utilizados. Quisieron reclutarme, pero me negué. Por eso tuve que huir en busca de refugio. No me podía quedar, escribir contra unos u otros y sabiendo que luego te los ibas a encontrar en la calle era poner tu vida en enorme peligro. Fui testigo de la crueldad de la guerra entre hermanos, familias divididas y rotas”. 

Recuerda como en Adén, antes de la guerra, se podía estar en la calle, de noche, con seguridad y tranquilidad, había paseos tranquilos, había turistas y en los mercados donde se vendía café y especias, ahora se vendían armas. “Destruyeron los museos. Las escuelas cerraron durante dos años y no había un gobierno, estábamos en manos de milicias”. Denuncia como terceros países estaban jugando a la guerra en su país, que realmente eran intereses externos los que mantenían el conflicto vivo. 

Primero viajó a Arabia Saudí donde la situación fue muy precaria. “Quería un lugar donde empezar de nuevo, pero donde se respetaran mis derechos. Allí intenté hablar con un montón de embajadas, pero no me reconocían la condición de refugiado. Estuve un año buscando la manera legal de salir, pero no me quedó otro remedio que salir por Mauritania poniéndome en manos de las mafias de tráfico de personas”.

Nació en el sur de Yemen en el seno de una familia numerosa. “Tenía todo lo que tiene cualquier persona del mundo: mi familia, mi escuela, mis amigos y una vida plena. Mi padre trabajaba en el campo y mi madre llevaba la casa. Mi país es pobre, pero teníamos paz y vivíamos tranquilos. Nunca me hubiera marchado, ahí están mis raíces, mi todo”. Su voz suave y gestos elegantes transmiten una sensibilidad poética que contrasta con la brutalidad de su camino al exilio.

Con la llegada de la primavera árabe las cosas empezaron a complicarse mucho. “Yo entonces tenía 18 años. Queríamos un país mejor. Sin embargo, en realidad los partidos políticos nos utilizaron a los jóvenes para sus intereses y objetivos”.

Yousef es poeta y escritor. “Desde muy pequeño me gustaba escribir, soy narrador, he publicado muchos artículos y poemas en mi país, dónde soy conocido”. Empezó la guerra en el 2015 cuando aún le faltaba un año para terminar la carrera. “De la noche a la mañana todo cambió muchísimo. Las calles se llenaron de grupos armados. Yo quería mantenerme al margen, no me identificaba con ninguno de los bandos. Nos sentíamos utilizados. Quisieron reclutarme, pero me negué. Por eso tuve que huir en busca de refugio. No me podía quedar, escribir contra unos u otros y sabiendo que luego te los ibas a encontrar en la calle era poner tu vida en enorme peligro. Fui testigo de la crueldad de la guerra entre hermanos, familias divididas y rotas”. 

Recuerda como en Adén, antes de la guerra, se podía estar en la calle, de noche, con seguridad y tranquilidad, había paseos tranquilos, había turistas y en los mercados donde se vendía café y especias, ahora se vendían armas. “Destruyeron los museos. Las escuelas cerraron durante dos años y no había un gobierno, estábamos en manos de milicias”. Denuncia como terceros países estaban jugando a la guerra en su país, que realmente eran intereses externos los que mantenían el conflicto vivo. 

Primero viajó a Arabia Saudí donde la situación fue muy precaria. “Quería un lugar donde empezar de nuevo, pero donde se respetaran mis derechos. Allí intenté hablar con un montón de embajadas, pero no me reconocían la condición de refugiado. Estuve un año buscando la manera legal de salir, pero no me quedó otro remedio que salir por Mauritania poniéndome en manos de las mafias de tráfico de personas”.

Desde ahí se sucedieron las fronteras, Mali, Níger, Nigeria, Argelia hasta llegar a Marruecos: seis meses, siete fronteras. “Es muy complicado cruzarlas sin documentación. Es una carrera de obstáculos para alguien si papeles”. Si no tienes dinero, no puedes seguir. “Se me quedó grabada una frase de un superviviente que había estado en Libia. Decía que quien quisiera morir, que pasara por Libia, el peor de los infiernos”. 

Recuerda el horror de la cárcel en Argelia. “Aquel campamento putrefacto no llegaba ni siquiera a la categoría de establo y no se respetaban ni mínimamente nuestros derechos. Dormíamos hacinados, sin baños, como bestias”. Sin embargo, lo peor fue la travesía del desierto. “Cuando te detienen no sabes lo que va a durar, pasas miedo, pero tienes que ser fuerte, todo el camino tienes que ser fuerte, aun enfermo tienes que tirar, no te puedes rendir. No puedes entregarte a tu debilidad porque entonces estás muerto”. 

Tras horas y días caminando bajo el sol, los demás fueron cayendo desplomados, uno a uno. “Solo seguí yo. No teníamos ni agua ni comida. Aguanté el último, pero también caí, finalmente me abandonaron las fuerzas”. Tuvo la fortuna de que le recogieron, le dieron agua y junto a algunos más, le llevaron hasta un pueblo cercano. “Ahí nos repusimos un poco”. Siente que las dificultades, te transforman. “Te hacen muy solidario, ves otras realidades, ves pobreza, ves esclavitud, descubres la cara más fea de la vida”.

Yousef explica la esencia del camino migratorio. “Vas enlazando el apoyo de unos y otros y vas pagando a los que te ayudan. Te vuelves experto en supervivencia, cada día es un reto que te despierta el ingenio. Recuerdo mis sueños, mis poemas y el aterrizaje en una realidad tan sórdida te parece imposible. Cambias, te conviertes en una persona diferente, la experiencia es mala, sí, pero, te obliga a ser la mejor versión de ti mismo”. 

Cómo recoge en el libro autobiográfico que publicará próximamente, “De Yemen a España: un periplo de arena y sal. Diario de un refugiado yemení”, su camino le ha demostrado que “la verdadera humanidad consiste en compartir las penas y las alegrías, que la fraternidad no es otra cosa que tender la mano a quien yace tendido en el suelo incapaz de levantarse por su propio impulso. Escuchar a quien padece y compartir sus pesares, eso nos convierte en hermanos para siempre”. Escribir es ahora su refugio.

Rocío Gayarre

 

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