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Blogs La capilla de San Álvaro por Luis Miranda

Azahar cuando debe

A nadie se le ha ocurrido importar flores australes para perfumar alguna procesión extraordinaria con muchos pasos en otoño

Azahar cuando debe
Luis Miranda el

Como todas las flores, llega cuando debe. Es como el Miércoles de Ceniza, como los nazarenos, como los oficios de la Semana Santa, como el crecimiento de las tardes. Un día están las ramas cuajadas de naranjas, al siguiente empiezan a quitarse las frutas y poco después un frío glacial y húmedo ayuda a no pensar más de la cuenta. Todavía falta tiempo. El que vive preso en los afanes de todos los días hasta se olvida de mirar hacia arriba y encontrar botones blancos, todavía precoces, a los que faltan algunos días. Tienen que zarandearlo, llamarle la atención, golpearle con una bofetada blanca de olor al torcer de una esquina. Está ahí el azahar.
El alma se pregunta entonces si este año no habrá madrugado demasiado, si no le pasará como a la vendimia, que cada vez es antes dicen que por el aumento de las temperaturas. Aún falta para Semana Santa, pero cae entonces el corazón en la cuenta de que el azahar es de tardes dulces de procesiones, pero también de esperas, de paseos por la ciudad en busca de los pasos que han crecido, de capirotes de nazarenos rezagados que apuran hasta última hora. De tardes que no se quieren terminar y que prefiguran, presienten, erizan la piel pensando en lo que llega.
En este tiempo en que se pueden comer melones en diciembre, naranjas en cualquier época del año y uvas en primavera a ningún emprendedor de las cofradías se le ha ocurrido, gracias a Dios, importar azahar austral para perfumar alguna procesión extraordinaria con muchos pasos en otoño. Los cofrades que merecen tal nombre escogieron como favorita una flor frágil y quebradiza, toda belleza intocable, todo olor que si se toma en las manos se desencuaderna como un pájaro enfermo.
Este año ha empezado a asaltar en los árboles mediada la Cuaresma, porque la Semana Santa es tardía, y muchos se temen que cuando toquen las campanas de la Catedral llamando al Domingo de Ramos ya apenas quede un recuerdo, una memoria olfativa, unas hojas que se han caído al pie de un árbol y que nadie tiene que barrer. Insobornable, el azahar llega al calor de un crepúsculo largo y de unas mañanas radiantes y dice que podrán inventarse motivos para grandes cosas extraordinarias, pero que no habrá palabras capaces de reproducir su emoción.
Los habrá preocupados por construir castillos suntuosos que de puro efímeros se quemarán como unas fallas, pero sólo tiene sentido el rito preciso que llega en el momento en que la flor del naranjo está diciendo en las calles que podrá haber pasos moviéndose, marchas fúnebres y candelarías temblando, pero sólo una vez al año es Semana Santa, y huele a azahar.

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