Cuaresma o Ceniza. La contemplación o la rasgadura interior. La mirada a la belleza o la introspección y la mirada a lo que duele. Los atardeceres eternos o las noches del alma y del cuerpo. Se empieza el tiempo de espera con los versos de Pablo García Baena. «Y otra vez que cae la cruz sobre tu hombro desollado, y Tú aún perdonas». Poco puede sonar más a la espera de la Semana Santa aunque no hable de pasos, ensayos ni cultos. Agua transparente con la que refrescar el alma.
O bien se puede nadar en el agua turbulenta de las pasiones que tienen que sofocarse. «Pero has llegado Tú, y aunque es primavera he de cerrar los ojos. No podré recordar ni siquiera estos días tibios y embriagadores como un vino vertido de turbadoras ánforas». Y muchas curvas más para el que quiera entender: «Subirán a tu cielo como el perro que teme y confía y se arrastra delante de su amo, subirán a tu cielo suplicando que anegues en tu ceniza viva todo incendio que se levante en mí y que tu lava arrase mis mármoles paganos».
Vive el cofrade este tiempo entre ‘Cuaresma’ o ‘Ceniza’, entre los dos poemas y lo que cuentan: el disfrute de los días más bellos de todos los años y el aldabonazo a la conciencia de quien sabe que para la vida eterna en algún momento tiene que matar lo que vive de malo dentro de él. Se acerca la Semana Santa y habrá quinarios, besapiés, septenarios y vía crucis, pero en cada altar brillará una luz que recordará la oración, el ayuno y la penitencia; en cada mirada a la imagen que ha bajado volverá a llamar el Evangelio del Miércoles de Ceniza, y en cada estación el recuerdo de un golpe, una afrenta y una gota de sangre preciosa derramada. Mejor santa que feliz Cuaresma.
