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Blogs La capilla de San Álvaro por Luis Miranda

Volver al capirotero

Es el tiempo de regresar al nazareno anónimo que no falta nunca, al devoto al que se conoce de vista y que no necesita un cartel para saber que llega la hora

Volver al capirotero
Nazareno de luz de la hermandad del Calvario. FOTO: ÁLVARO CARMONA
Luis Miranda el

Tal vez sea el tiempo de regresar al capirotero y al que sólo aparece una vez al año por la casa de hermandad. Al nazareno anónimo o al devoto al que se conoce de vista, pero al que todos los candidatos a hermano mayor dicen que quieren abrir las puertas de la cofradía. A aquel que es más hermano que cofrade, que cuando acude a rezar con la túnica puesta y con los costaleros fajándose no se fija en las flores ni pregunta por ellas. Al que no necesita que su cofradía haga un cartel ni mucho menos que se le pague a ningún pincel de postín para saber que llega el momento en que tiene que sacar la papeleta de sitio. Al que no se sabe el nombre del capataz igual que él no necesita que los demás se sepan el suyo. Al que no importa el tramo porque no se vuelve, pero que se emociona al sentir cerca la música, porque sabe que su titular está cerca. Al que no aspira más que a encontrar la iglesia abierta cualquier martes de mayo, un viernes de agosto, un mediodía de diciembre, para pasar algo de tiempo con sus imágenes.
Al que todavía lee el boletín en busca de algo que saber de su hermandad. A quien sí conoce a otros como él, los saluda por su nombre y a veces hasta pregunta, con algo de cautela lejana, por quienes están llevando ahora a la hermandad. Al que mira resignado y con pena al celador que como un guardia de tráfico hace gestos para mantener una simetría imposible. Al que al ver venir entre la fila a un grupo de costaleros que bien podrían ir por la acera y que deberían dejar el cigarro para otro lugar suspira con fuerza y piensa que más sufrió el Señor camino del Calvario. Al que no necesita que un hermano mayor le agradezca el esfuerzo como a los que van debajo del paso. Al que no tiene que cobrar como una banda para ser importante ni para que lo saquen en los tuits. Al que repite todos los años aunque sepa que en Córdoba no hay fidelidad a la túnica. Al que redondea hacia arriba el precio de la papeleta de sitio. Al que se sienta en la última fila de los cultos.
Al que reza el rosario en casa pensando en su Virgen sin necesidad de ir por la calle luciendo chaqueta entallada. Al que cuando va cubierto no reparte estampas, pero el resto del año habla a los demás de su Cristo y de su Virgen, y hasta se desprende de las que lleva si ve que su interlocutor tiene interés. Al que no piensa que unos cuantos militares por compromiso tengan más suerte que él por ir más cerca, porque él tiene la devoción, la cercanía y sobre todo el saber con certeza lo que hace y por qué lo hace. Al que va cubierto y por el camino más corto.
Al que al paso de las imágenes no levanta el teléfono, sino el corazón. Al que se cansa de extraordinarias y no falta a las citas que llegan en el momento preciso de cada año. Al que se sentiría molesto si supiera que alguien quiere decir su nombre y sacarlo de la penumbra igual que rechaza las varas para seguir con su cirio o con su cruz. Al que espera que alrededor de sus imágenes se despejen los abrazos sudorosos para una última oración ínitima. Al que con los demás que son como él forma una mayoría de silencio y oración. Al que escuchó el Evangelio del Miércoles de Ceniza y supo que el Padre, que ve en lo escondido del cubrerrostro, le recompensará.

Liturgia de los días

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