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Luis Enrique y la realidad-cachopo

Luis Enrique y la realidad-cachopo
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Corre la actualidad y pasa ya la nubecilla de Luis Enrique, pero antes de acabar del todo con ello, me apetece reparar un instante en algo. Mi alejamiento de la suspicacia anti-Luis Enrique se produjo por la mera observación atenta de su trabajo, pero hubo un elemento o mejor dos que me predispusieron en su favor o, más bien, contra la corriente general.
El primero, por supuesto, fue la propia corriente, faltona, macarra y acéfala.
El segundo, la escasa simpatía del personaje. Su falta de gestos, su nula voluntad de gustar me resultaban atractivos.
Pero hubo algo más, algo que se reveló después, y que permanecía oculto en los pliegues de lo inexpresado.
Luis Enrique, lo contó después, odia el queso. Es un asturiano que odia el queso, inhabilitado por ejemplo ya para el cachopo. El anticachopismo de Luis Enrique, ¿no era en sí mismo un gesto, un manifiesto, una declaración de intenciones? Más aún: ¿no estaba ya en todo lo suyo como explicación?
El queso, delicia de la mayoría, le produce al míster, ya exseleccionador, una repugnancia instintiva ante la que solo hay un camino: la negativa, rehusar, plantarse frente a eso…
Luis Enrique tiene el carácter para ello. En su gesto, en su ceño, en su prognatismo de ¡esto no me lo como! está inscrito ya ese desagrado que se convierte en desagrado ante casi todo, pues casi todo está entreverado de queso, todo es, en cierto sentido, cachopo: la realidad es cachopística y no se puede prescindir del queso so pena de recibir la mirada inquisitiva y llena de sorpresa (y cierta indignación) de los queseros, que además de legión son mayoría…
-Ah, pero ¿no te gusta?
Y lo dicen con una sonrisilla final como ante lo imperfecto, lo ligeramente monstruoso, lo no del todo terminado; como si estuvieran ante una tara.
Ante esa presión, en la sociedad en la que todo es admitido, la persona que no soporta el queso ha de disculparse, ha de explicarse a sí mismo como excepción, ha de, una ve problematizado, ensayar una excusa convincente ante algo que está en lo más hondo de su ser… en su pituitaria, que es el intelecto de la sensualidad…
El queso, sustancia repulsiva, putrefacción conseguida, refinamiento vicioso del gusto, es admitido por la mayoría con sumo placer y la mayoría impone la norma. Sí, vivimos en un mundo quesonormativo, y los no queseros estamos en un armario de oscuridad y mutismo y nos vemos obligados a soportar el queso de cabra en las ensaladas compartidas.
¡Cómo callamos nuestra repulsa!
¡Con qué mezcla de pereza, hastío y con cuánto desvalimiento llevamos esa carga que nos hace tender a la insociabilidad!
Ante esta situación, son pocos los que se reafirman y pocas personas en la esfera pública dan el paso adelante necesario, no solo para dar visibilidad al colectivo, sino para expresar con naturalidad su gusto que en realidad es un no-gusto.
Esas personas sometidas al mundo quesonormativo habían encontrado en Luis Enrique un posible referente y quizás esa sensibiliad ya estaba ahí antes de manifestarlo. Era ya, por fin, el seleccionador de todos, también de los que no gustan del queso, de esa minoría silenciosa y sojuzgada.
En Luis Enrique había un estandarte, un portavoz de la sensibilidad delicada, realmente delicada, en lo profundo, ante la putrefacción real de casi todo.
Luis Enrique era, ya antes de manifestar su disidencia láctea, el raro, el aguafiestas, el de comer aparte, la excepción, el de “a mí me trae otra cosa”, el que tiene, ante la delicia de los demás el estremecimiento del asco. El que mira suplicante al camarero solicitando una alternativa, ¡al menos una! Por eso tendíamos a la simpatía, por la sospecha de que ahí había un ‘distinto’.
Pero cómo no iba a ser terco Luis Enrique, si vive negando el queso, que es como negar la cucharada del potito obligatorio día tras día…
Hemos perdido no solo a un entrenador para la presión y la posesión (la fracasada popresión, síntesis de lo nuestro y lo de ellos, síntesis del tiquitaca y su antítesis genenpresionante alemana), hemos perdido a un estandarte de la otra sensibilidad, el estremecido disidente ante la realidad-cachopo, pues todo es cachopo en España, España es cachopa, preñada de queso toda ella, con esa laminita chorreante inevitable que es condena de tantos al silencio.

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