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La conciencia europea

La conciencia europea
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Sorprende lo extendido que está entre nosotros el plural occidental. Hablar de la OTAN como un ‘nosotros’. Socios somos, formamos parte, pero la capacidad de decisión queda a juicio de cada cual, según su grado de candor. Es esto precisamente lo que sorprende: cuánta gente se cree realmente que España es un ‘aliado’ de Estados Unidos. Explicaba Brzezinski que el imperio norteamericano no tiene una forma vertical como el inglés, sino una forma de sistema. El imperio de EEUU es un sistema global integrado por organizaciones e instituciones de distinto tipo. Nosotros estamos ahí, y preferimos llamarnos socios o aliados a ser tributarios o protectorado. Estamos bañados en el líquido primordial de la propaganda imperial y otanera, que es masiva. Abrimos los ojos de bebés, recién nacidos, y esa apertura al mundo, ese salir a la luz ya es, sin quererlo nosotros, otanero, ya miramos otaneramente al mundo, y de ahí en adelante, cine mediante, ya todo va en esa dirección.
Pero hay que hacer notar que las instituciones del globalismo son, para empezar, parte de ese sistema ‘imperial’, lo que lleva a plantearse cómo es posible estar contra la ideología de la globalización y no cuestionar los manejos de la OTAN. La OTAN no solo extiende militarización y defensa (seguridad), también ideología. Digamos que la OTAN es militarmente defensiva e ideológicamente ofensiva. Penetra ideológicamete, provoca el sarpullido primaveral y reacciona militarmente.
La situación en España es tal que en la conversación pública se olvida que estamos ante un imperio y en un imperio. Que la republica imperial de Estados Unidos se proyecta como tal, cosa que ni es buena ni mala, solo es. Ese ‘somos’ nos integra en el imperio ¿en calidad de qué?
La conversación con estas personas, que son casi todas, se hace difícil. Personas que han decidido ignorar que obedecen a un Imperio que tiene aquí a sus dependientes y jefes de tienda. España, así, no sabe que no se posee, que no se tiene. Es una especie de alienación. No es que no se sepa o no se quiera saber que se está en un imperio, es que se niega tal cosa o se sustituye con la fantasía de que somos aliados-socios. Se va más allá: se hace nuestra y se institucionaliza la ideología imperial, como en otro tiempo el librecambismo inglés. Tenemos la ideología imperial ¡y nos peleamos por ella!
Este extraño no tenerse, esta rara inconsciencia, no conciencia de sí, se hace ahora, con la invasión de Ucrania, más evidente, más escandalosa, y se extiende a todo el continente. La observamos de lejos en Alemania, donde la política energética, autolesiva e incongruente, parece un correlato de algo ideológico más profundo. Alemania es dañada por su propia política. Sus decisiones van contra sus propios intereses, y esto sucede en todo el continente.
Tras la II Guerra Mundial, Estados Unidos no solo se instaló militarmente en Europa. El continente quedó ‘pseudodemocratizado’ en una forma de tutela institucional. Estados Unidos expide los certificados de democracia, como si fuera una franquicia de hamburgueserías, y Europa fue así ‘demoliberalizada’, pero solo hasta cierto punto, hasta el punto en que una élite domina liberamente el continente con un liberalismo tendente a lo totalitario que se reviste de democracia o democratismo. Lo ‘demo’ fue llevado de América a Europa para disfrazar el elitismo liberal oligárquico. Pero la democratización, la plena asunción popular de la soberanía, no se produjo.
Hay algo más. Junto a esto se ha establecido un marco ideológico que es fundamental y que en Alemania se percibe mejor que en ningún sitio. Alemania es la clave del continente. 1945 funciona como una tabla rasa, un tabú paralizante total, una culpa y una fractura histórica. Como un traumatismo que lleva a la amnesia y al miedo a uno mismo, al miedo a los propios actos. Una culpa paralizante. Alemania se desvincula de su pasado (cómo no hacerlo) y al hacerlo pierde la conciencia de sí. Alemania es ‘ocupada’ intelectualmente de un modo profundo: históricamente. Se desposee como sujeto histórico, se diluye en la historia fukuyama, huye de parte de su pasado; incapaz de reconectar con él, vive en cierto modo históricamente alienada. Si estuviera de moda o aun sonara lícito aquello del ‘destino histórico’, se diría que Alemania lo ha perdido.
Lo de Alemania es general y lo vemos también en España. 1939 es nuestro 1945. La Guerra Civil como principio de una historia sin sujeto, con tabú, secreto y desmemoria. Se vuelve a la historia pero no del todo, no plenamente. Ya nunca del todo, como si tuviéramos que tener una patria potestad sobre nosotros. Así es Europa: un conjunto de naciones a las que no se puede dejar solas, que han de ser vigiladas, que no podrán volver ya al estado de plena madurez histórica, condenadas a una cierta adolescencia; ellas mismas, como el violador que no quiere reincidir, decididas a recibir la cirugía extirpatoria: la autocastración química.
Pero la química es la ideología y las corrientes ideológicas son la primera energía de todas, ¡de ahí vienen las demás fuentes energéticas!

La España reciente, para ser ‘socia’, para sentirse alegre ‘aliada’ ha debido olvidar un cierto modo de pensar y acostumbrarse a no ser.
Europa no tiene la plena conciencia de si, y lo curioso es que la Unión Europea tiene o parece tener como función principal el evitar que la tenga. La Unión Europea funciona como el capataz, el encargado que deja Estados Unidos en el continente para, como un policía, evitar ‘malos pensamientos’ y toda efusión o despertar o proclamación de soberanismo. La UE es la señorita Rotenmeyer, la señorita Von der Leyen encargada de que los díscolos no vuelvan a pensar cosas pecaminosas, a tener deseos oscuros, libidinosos, húmedos… Pero así es una Europea sin eros ¿y dónde se va sin eso? El enemigo institucional es el pasado, repetir el pasado, el nacionalismo, la erección nacional, la afirmación del propio interés y del propio ‘ser’ sobre el Proyecto Europeo (que es como una emulsión burocrática). Pero ¿puede haber soberanía, democratización o afirmación democrática nacional sin un momento de cierto nacionalismo? La Unión Europea es la higienización, la emasculación, el encantamiento narcótico del continente, del yo continental, que no puede tomar plena conciencia de sí precisamente por ella, por esa institución, institución que tiene como función principal que no suceda. Es un gobierno hacia el olvido de sí. El europeísmo es, en realidad, un antieuropeísmo radical. La UE es la intervención psiquiátrica y freudiana de Europa.
Dirán, con ideología de documental de Canal Historia, que es para evitar el infierno del nacionalismo, los años 30, nuevas guerras, el fascismo y el hitlerismo, para evitar que esto se repita; y puede que así sea, pero ¿la defensa del interés de la población conduce a Hitler? ¿La autonomía para decidir con quién contratar el gas nos llenaría de Mussolinis? ¿Guerrearían necesariamente esos hipotéticos mussolinis?
A veces se menciona la existencia de un cimbreo revolucionario en Europa, un cierto ruido de fondo que toma la forma de hastío popular. Pero cualquier reacción política, cualquier espasmo revolucionario se quedaría en eso, en espasmo, sin algo más profundo. Europa está 1) ‘ocupada’ militarmente por EEUU o, dicho de otro modo, aligerada, liberada, extrañada de su propia defensa por EEUU, 2) pseudodemocratizada en un fortín institucional de élites doctrinariamente liberales y 3)está, digamos, ‘filosóficamente’ ocupada, encerrada en la Guerra Fría, en los esquemas, miedos y marcos de la posguerra y años siguientes, donde los neocones establecen su explicación operante del mundo. La estructura de miedos es neocon, el esquema ‘guerra fría’ (bueno-malo, capitalismo-comunismo, libertad-autoritarismo… con la ventaja neocona de que deja a Europa tuerta, pues no mira a Rusia. Este esquema le quita a Europa su realidad bifronte) enriquecido con antiterrotismo, democratismo primaveral (polinizador) y un humanitarismo que es aún más potente porque es humanitarismo woke (esa es la utilidad otanera de lo woke: hacer más preciso, quirúrgico, expansivo, atractivo el humanitarismo; igual que se refinan los cohetes y se moderniza la balística, se sofistica la oferta de derechos con artefactos ideológicos de nueva generación).
Por eso, cualquier política americana contra el status quo (Trump) trata de superar el esquema de la Guerra Fría y por eso cualquier movimiento europeo que trate de reaccionar ha de pasar, necesariamente, por superar ese marco histórico y revisarlo (la palabra revisar está cargada de sentidos muy negativos, terribles), pero es imposible una reaccion política sin una revolución plena del marco histórico reciente. EL Marco del enfrentamiento bipolar OTAN-Sovietismo encuadrado en el marco más amplio de la posguerra (donde se inscriben las culpas nacionales europeas) es donde se desarrolla la conversación. La sensación es que para decidir en su propio provecho, Europa ha de tomar conciencia de sí y que para ello es necesario superar el marco de la Guerra Fría que la aturde, que la paraliza en el infantilismo o incluso en algo peor, en el no-ser, en el no querer ser, en el miedo a ser.
Es decir, cualquier, digamos, revolución política exige una previa revolución intelectual que pase por superar los marcos que paralizan la conciencia europea. La objeción la puedo escuchar: “eso sería volver a lo peor de Europa, ¿acaso quieres eso, recalcitrante plumilla faccioso?”. Contestación que nos encierra automáticamente, como un reflejo, de nuevo en el mismo estado.
La cosa, y ya acabo, perdone el lector la efusión, exigiría dos cosas; la cosa, para ser plenamente tranquilizadora, exigiría dos subcosas:
1. La articulación democrática de lo nacional en cada país. La desproblematización democrática de lo nacional como máxima garantía. No nación hacia la concentración unitaria en el Estado, sino nación hacia la democracia.
2. La articulación de esas naciones democratizadas o redemocratizadas en una Europa nueva (y antigua). La integración autónoma, viva, colaborativa y armoniosa en una Europa no comisarial.
Es decir, la tranquilidad continental deberia llegar de la articulación de lo nacional, no de su negación-desaparición, si no ¡vaya un negocio!

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