El discurso de Meritxell Batet en el día de la Constitución (‘La que entre todos…’) ha empezado con la siguiente expresión: “Comunidad de afectos”. Eso somos según la presidenta del Congreso. He resistido el discurso entero con la curiosidad de saber si en algún momento se diría el término ‘nación’. No se ha mencionado.
Yo no soy Constitucionalista, pero por ‘nación’ me viene, en uno de sus primeros artículos, el fundamento de la Constitución.
‘Comunidad de afectos’ me recuerda a aquello que se decía en el protoplasma fundacional de Ciudadanos, la famosa ‘trama de afectos’, quizás una expresión eufemística con la que evitar nación.
Pero en este contexto, evolucionado, ‘comunidad de afectos’ es otra cosa. Se define a España como comunidad. Como ‘Commonweatlh’, la mancomunidad de naciones. Distintas naciones unidas por una lejana corona común. ¿Nos suena?
Que en el día de la Constitución, a las puertas del Congreso, no se diga nación y se considere a España una simple comunidad (de afectos; destruidos, por cierto, sistemáticamente en el sistema educativo) nos habla a las claras del plan en el que están embarcados los partidos políticos: la destrucción nacional de España, después del hurto a la nación, sisada año tras año durante décadas.
Pues la idea de Comunidad es antinacional, calla lo que niega y se aproxima al Estado Compuesto, ya deslizado aunque no con deslices por el PP, idea que considera España como la suma de, una composición, el resultado de una federalización callada, paulatina, no solemnizada y por la puerta de atrás.
Este acto alumbra las intenciones socialistas: la pluralidad nacional, y España como suma de ellas bajo el jarrón decorativo de la monarquía, que acataría por supervivencia. Si el Estado de las Autonomías fue el precio a pagar para que siguiera el padre, no puede extrañar que se pagara este otro.
El discurso ha sido atroz, pero estaba casi todo ya en la primera frase. El pastel federalizante está en el horno, es la única forma de supervivencia del colosal tinglado de la así llamada ‘izquierda española’ que no puede ser si no es con Otegui. El PSOE asume la plurinacionalidad y Feijóo el Estado Compuesto, que es la fórmula para ir colando de rondón el trágala mientras anestesia a su parroquia con más moderación.
Cómico resulta que esto se deslice celebrando la Constitución, una Constitución que aplaude quien la incumple y critica quien corre a defenderla. Un artefacto para la confusión, útil a quienes niegan la nación española y por tanto, en la medida en que es ‘dinámica’ (camina hacia la ‘democracia avanzada’ incansablemente) quizás ya, a estas alturas, un instrumento antinacional.