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Fast TV

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En la entrevista que le hizo Risto Mejide el domingo, Jorge Javier definió Sálvame como fast tv. Como también habló de sus proezas amatorias, esos más de 300 (probablemente vestidos de romanos)me acordé del fast love de George Michael, una canción que cada vez encuentro más irresistible. Me parece una buena expresión. La comida rápida me encanta y además me parece que proporciona una satisfacción similar. Una satisfacción incontenible. (¿Por qué no usamos casi la palabra regocijo? Qué cursi es el regocijo, la verdad).

Hace poco entré en un Burger en Barcelona. Había una chica con el escote de Danuta pidiendo un combo para llevar. Qué gloria: ella y un montón de Nuggets. Subí al piso superior y me senté detrás de una chica con obesidad mórbida. Comía con mucha lentitud, como haciéndose compañía a sí misma. Al darle el primer bocado a mi hamburguesa sentí una oleada de satisfacción que recorrió todo mi sistema nervioso de un modo completo. Podría decir sin miedo a exagerar que “recorrió todo mi ser”. Me sentí en perfecta comunión con ella, la chica gordita. Parecíamos comulgar con algo. Me encanta la soledad de los Fast Food. Son sitios donde comer solo. Mejor: son sitios donde la soledad se recompone. Eso es tan civilizado…

 

Pues el Sálvame me parece algo así. Rápido, inmediato. Como si tu sistema nervioso se enchufara a un aparato de mantenimiento. A un respirador. Y no sólo el Sálvame, casi todos los realities.

 

Seguir considerando telebasura a esos programas es… tan zafio. Y absolutamente antidemocrático y antimoderno. No se puede vivir de espaldas a lo que le gusta a los demás. Lo leí hace poco en algún sitio: “Uno no puede odiar a su tiempo sin dañarse”.

 

La entrevista de Mejide estuvo bien. Me pone muy nervioso a veces, casi siempre, es un poco intensito (pero quién que intente algo real no lo es un poco…), pero sus entrevistas están bien. Consigue cosas. Sólo importa quien consigue un impacto en los demás. Jorge Javier dijo algo inteligentísimo: “Yo ya estoy perdiéndome muchas cosas. Los jóvenes me ven como un señor mayor”. Son tiempos duros, pero modernos. Hay un momento exacto en el que estamos en lo alto de una ola que es la última, en la espuma, pero pronto llega otra. Hay quien ha querido que su ola, su espuma, su medio metro de gloria al borde de la playa quedara esculpida en el tiempo. Pero la vida pasa a toda velocidad. Tan raro es eso como querer ser siempre moderno sucesiva y constantemente moderno. La inteligencia de este hombre es saberse, ya, viejo, pasado de moda, demodé, out, como se diga. Y es la garantía de su supervivencia.

 

No se puede ser liberal sin mirar a los demás. Sin entender la evolución de los demás.

 

Jorge Javier es la gran estrella de la televisión y por eso es fascinante y obligatorio. La televisión tiene algo monstruoso que llena de brillo. La telegenie. Aún más, la capacidad de ser divertido-de-ver. Refulgente, inane, complicado, sumario. Íntegro de un modo equivocado. Atractivo sin ser bello, contemplable. O simplemente entretenido. Los griegos tendrían una palabra para eso si hubieran tenido televisión.

 

Además volvió Évole, que es un individuo que parece que se compró mil camisas el mismo día y en el mismo sitio. Todas las camisas que iba a necesitar en su vida. Es como si aún se vistiese actualizando unos dictados maternos. Se llevó a Junqueras a Sevilla. Lo de este hombre es irrecuperable si al plantársele una morena de allí proclamando la unidad de España no sucumbe un poco. Me fijé en que en ningún momento matizó sus pretensiones, ni siquiera por cortesía. Si fuéramos invitados a comer a casa de un hogar independentista a los postres estariamos ya troceando el estado federal. Visto así, era una dura prueba.

 

Lo pasé muy mal cuando llegó y titubeaba y tenía que seguirle el rollo a la señora progre con Machado. Me pareció una bonita metáfora de la relación del autismo indepen con la izquierda española. Una señora estrafalaria, algo fuera de sitio ya, con sus fantasmas republicanos y su parnasillo queriendo congratularse inútilmente y el otro siguiéndole el rollo, loco por marcharse. Oriol se tapaba la boca mientras comía sin venir a cuento, un gesto que siempre me ha parecido embarazoso y tierno.

 

Junqueras puede proclamar la independencia y es un hombre que no sabe utilizar el sacacorchos, como demostró ayer. En eso tiene mi solidaridad y simpatía. Tras hundir el corcho en todas las botellas, a las citas comencé a llevar botellas con tapón de rosca. 

 

Pero yo le hubiera metido mano a las galletas a cambio de algo de soberanía.

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