(Este texto acelerado y pobre -pido disculpas por ello- se refiere al asunto de Fernando Paz y el Holocausto. Queda para otro momento el asunto de Vox y la homosexualidad y el asunto del actual canibalismo en las derechas -gentes en chaleco comiéndose vivas-, apasionantes cuestiones)
Cuando vi la imagen del vídeo de Fernando Paz dando una conferencia en la sede de Falange me recordó a esos vídeos que circulan ahora de acrobacias en lo alto de rascacielos. Imposible no matarse, piensas. Hablar sobre los juicios de Nuremberg bajo la bandera de la Falange se parecía mucho a hacer cabriolas sobre la rueda delantera de una bicicleta en lo alto de una torre de 100 plantas. Grabándolo para más inri.
De la conferencia, escenografía aparte (él es presentado como un escritor e historiador) solo se ha tenido por polémico el párrafo extractado que empieza por un “Yo sí creo en el Holocausto”. Después añade algunas cosas.
A partir de ahí, de ese párrafo, algunos periodistas han acusado a Paz de negacionismo, aunque el libro de Paz sobre los Juicios de Nuremberg lo publicó La Esfera de los Libros, una editorial razonable, y el mismo Paz escribió en El Mundo, sección Crónicas, al respecto. ¿Era ya entonces un negacionista? ¿Publicaba El Mundo a negacionistas?
Lo mejor quizás era ir al libro, “Nuremberg”, una obra que se dedica a los históricos juicios. La narración del proceso, los protagonistas, las posibles controversias, la actuación de acusación y defensa, la prisión, las penas… El objetivo del libro no es el Holocausto en sí mismo, pero evidentemente aparece, aunque se señala que la importancia de esta acusación fue evolucionando durante el proceso. Al principio, esto no interesaba demasiado a los soviéticos, siendo el Este de Europa donde había más evidencias.
Esta naturaleza del libro, la descripción de un juicio, de lo “justo” de un juicio y de lo que tuvo de expiación, de representación o simple imposición de los vencedores, le da un aspecto “contradictorio”. De oposición de puntos de vista. Este ánimo contradictorio aparece inevitablemente también al hablar del Holocausto, y quizás está en la base ideológica e intelectual de Paz, pero ¿es tan fuerte en Paz como para negarlo? ¿Es tan fuerte como para cuestionar los hechos probados?
Paz no niega los millones de muertos, no niega las cámaras de gas y no niega el ánimo racial ni la autoría nazi.
Lo que hace es introducir alguna matización, dentro del marco de una explicación de lo que se trató en el juicio y de lo que se sabía del asunto en ese momento.
Para empezar, las referencias al exterminio no escasean. Y Paz introduce matizaciones, nunca negaciones. La evolución del término “solución final” es una de ellas. Evolucionó. “En el tercer período fue la llamada Solución Final de la cuestión judía, es decir, el exterminio y destrucción planificados de la raza judía”.
“Años más tarde, Eichmann ratificaría que la expresión cambió de sentido hacia 1941 para significar ‘aniquilación’ y aunque no es seguro que la fecha sea enteramente correcta, lo significativo es que para 1940 hacía referencia a la expulsión y emigración”.
Empezó siendo expulsión, acabó siendo aniquilación.
Hay un párrafo que puede acercar al lector la naturaleza del libro y que trascribo:
“La conquista de los inmensos espacios de la URSS, y la no menos ingente cantidad de judíos que los poblaban, condujo a una situación que alteraba los propósitos iniciales. Los judíos y los eslavos pasaron a ser objetivo de la política étnica de los nazis; las increíbles victorias de 1941 y 1942 proporcionaron casi 6 millones de prisioneros a los alemanes, de los que unos tres millones murieron en sus campos de prisioneros a consecuencia de los tratos recibidos y de hambre. Además, fue incontable el número de los ejecutados por ser oficiales soviéticos durante los primeros meses de la campaña, de acuerdo a las directrices emanadas del Alto mando de l Wehrmacht, Partisanos, judíos y comunistas resultaban identificados como enemigos y, por tanto, destinados a la aniquilación.
En ese contexto se produjo la acción de los Einsatzgruppen en el frente ruso. Actuaron con particular dureza durante los primeros meses de la campaña en el Este y asesinaron a cerca de un millón de personas, judíos en su inmensa mayoría. La Unión Soviética fue un inmenso laboratorio en el que los comandos nazis de la SS comenzaron a experimentar diversos métodos de aniquilar a los judío; el asesinato en masa apenas había sido practicado en escasas ocasiones, por lo que Himmler…”. Pasará a contar aquí el salto a otro tipo de método de aniquilación.
Habla de “campos de prisioneros”, no de “exterminio”, y explica que hubo una evolución tanto en los planes para los judíos de esa zona como en su forma de ejecución, pero no niega las cámaras de gas. No niega el exterminio.
No empezaron con las cámaras de gas, pero llegaron a ella a partir de Himmler. A partir de un momento, era una forma de matar más eficiente. Las formas de matar evolucionaron.
“LA Unión Soviética fue un inmenso laboratorio en el que los comandos nazis de la SS comenzaron a experimentar diversos métodos de aniquilar a los judíos”.
Eran ejecuciones que asquearon a Himmler, según cuenta el autor. Himmler comprobó que esas ejecuciones destrozaban los nervios de los verdugos, sus militares se alcoholizaban, y ese rasgo de “humanidad” le permitía hablar a Himmler de su decencia, en una de esas insoportables contradicciones del exterminio nazi. Como los fusilamientos no eran el método más adecuado, se llegó a probar la dinamita con perturbados mentales, pero el resultado fue tan penoso que no se volvió a intentar de nuevo. Transcribo:
“Y cuando las ejecuciones se ampliaron a las mujeres y os niños, las cosas se complicaron aún más […] Posteriormente se comenzaría a enviar al Este también a los judíos de Europa Occidental, alejados del prototipo del Ostjuden que cumplía mejor la imagen del infrahombre tal y como la expresaba la propaganda nazi, así que la labor de exterminio cada vez se volvía más penosa […] La consecuencia fue que se comenzase a experimentar con gas para matar a los judíos, por estimar que se trataba de un método más humano”.
A partir de aquí comienza a hablar de la evolución de ese método de gaseo. Acaba esa parte así: “Aunque más tarde se instalaron cámaras de gas con carácter permanente la mayor parte de los judíos no fueron asesinados de este modo, sino por medio de armas de fuego”. Aquí cita a Rhodes en “Amos de la Muerte. Los SS Einsatzgruppen y el origen del Holocausto”, publicado en Seix Barral.
El libro introduce el testimonio de Rudolf Höss sobre “la admisión franca del exterminio” y también los experimentos del doctor Mengele.
El libro no huye de los términos genocidio, solución final o exterminio. “La liquidación de los judíos se pudo abordar porque primero se los eliminó del campo visual de la población”, por ejemplo.
Se transcribe el informe del general de la SS Jürgen Stroop sobre el gueto de Varsovia en el que se basó la fiscalía.
Se aportan los documentos del fiscal Walsh “demostrando que las acciones contra los judíos no obedecían a una lógica militar sino a una razón ideológica”. Se relata la “utopía racial” nazi.
Sirvan de ejemplo algunas frases anotadas:
“La destrucción de los judíos europeos fue la primera parte de la pieza que siguió: la acusación de haber proyectado la germanización y expolio de los países ocupados por Alemania”.
“El nivel de conocimiento de los Aliados en lo referente al genocidio judío en 1945-1946 era bastante bajo”.
Eso no se le hurta al lector. La destrucción, el genocidio.
Pero junto a eso aparece la mención a otras formas del antisemitismo, y quizás es esto lo que asoma en las explicaciones de Paz al final de aquella conferencia donde la Falange.
El libro hace referencia también a la identificación del judío como comunista, como partisano, o al antisemitismo criminal en lugares del Este de Europa.
Otro ejemplo de cómo es el libro: Paz aporta el testimonio de Marie Claude Vaillant-Couturier sobre Auschwitz. Estremeció al público con el relato de las atrocidades cometidas sobre las mujeres y sobre los procedimientos de gaseamiento.
Paz quiere contar Auschwitz de la forma en que se tuvo que escuchar en el juicio, no según lo sabido después. Ofrece la opinión del comandante nazi y la víctima francesa. Pero no se priva de señalar que, desde el punto de vista de un juicio, “no cabía ignorar que era una militante comunista a la hora de valora sus testimonio”. Paz indica que el juez Biddle anotó en su diario “el escepticismo de algunas de las afirmaciones de Vaillant-Couturier le suscitaban”. Aquí cita un libro: “Nuremberg”, de David Irving, un conocido historiador con extendida reputación de negacionista.
Aquí llegamos a un punto más crítico. El deslizamiento de algún argumento o punto de vista que, sin ser hegemónico en su obra, sí la sazona.
Pero aquí podemos dar rienda suelta al histerismo o no. ¿David Irving? ¿El negacionista Irving entre la bibliografía?Y movidos por esta alarma podemos destrozar el libro por completo y a su autor hasta la muerte civil por mucho que su heterodoxia linde con. Más serenamente se puede poner todo en su lugar: Auschwitz no es puesto en duda, nos ha presentado el testimonio fundamental, y lo que hace es recoger una duda que el juez pudo anotar en su diario, según ese ánimo de “contradicción” que inspira el libro.
Poco después hace algo parecido. Hablando de la inconsistencia “judicial” de ciertos testimonios, se refiere a las autopsias en Dachau. Refiere la supuesta importancia del tifus para explicar una gran proporción de muertes. Cita aquí a un doctor Larson, forense americano que habló de un 90% de fallecidos del total de víctimas, “para acabar concluyendo que la mayoría de los millones de judíos muertos a manos de los nazis lo fueron no por crímenes directos sino más bien debido a las condiciones en las que se encontraban”. Razón por la cual, el fiscal ruso remarcó la posible infección intencionada del tifus.
Este testimonio de Larson que habla del tifus lo extrae de una cita de J. D. McCallum, “Doctor Crime”, Washington, 1978. Las alusiones a los descubrimientos forenses del doctor Charles Larson ocupan páginas de revisionismo reconocido en internet.
¿Esto lo sostiene Paz en el libro como tesis? NO, ciertamente. Pero le da cabida. Lo hace dentro de un marco circunscrito al juicio y de una voluntad no negada de anotar las debilidades y posibles incongruencias de las posiciones de entonces.
En ese punto, al finalizar la parte del juicio dedicada a los campos, Paz advierte: “Hay que tener en cuenta que dicho tema resultaba entonces novedoso y que es natural que fuese presentado de modo un tanto inconsecuente. Incluso hoy hay muchos aspectos que distan de haberse aclarado y que afectan a cuestiones fundamentales. Aun así, no deja de ser llamativo que el Holocausto ocupase muy poco espacio en el proceso, si se compara con el que se dedicó a cuestiones relativamente menores, como la del fusilamiento de cincuenta aviadores británicos huidos de un campo de internamiento militar. Pues si bien desde un punto de vista moral podía ser el crimen más atroz de todos los imputados a los alemanes, en ese momento y-pese al impacto que tuvo en la prensa y el público- parecía que había cuestiones más perentorias”. Y sigue, a partir de ahí, con la parte del juicio dedicada a los crímenes, ya no contra la humanidad, sino de guerra.
Este es quizás el quid del asunto. Paz no niega el Holocausto, ni eleva una visión alternativa o claramente revisionista del mismo, pero sí da entrada a algún argumento de ese tipo en el contexto del juicio con el ánimo de reflejar la “inconsecuencia”.
¿Qué lleva a alguien a sentirse obligado a recordarnos que el testimonio por el que conocimos Auschwitz por primera vez era en alguna medida -en un medida quizás puramente judicial- cuestionable?
En la España actual, el matiz de un argumento potencialmente revisionista siquiera en el contexto de los contrargumentos de los juicios de Nuremberg resultará intolerable, y cada vez más intolerable, pero debería llegarse hasta ese punto de esfuerzo antes de despachar a alguien como negacionista.
Me considero incapaz, pues no soy historiador, de juzgar el trabajo de Paz. Pero sí creo que el apelativo de “negacionista” es sin embargo demasiado grueso como para no indagar. Deberían ser los historiadores, quizás, los que lo evaluaran, cuando no el juez a falta de otra instancia (Paz afirma que llevará la cuestión a los juzgados y será interesante si lo hace).
¿Cuándo un argumento se acerca a ser tan inadecuado como para condenar a la persona que lo emite y cuándo le asiste la libertad de expresión?
Esto me recuerda a la cita de Twain: En EEUJ tenemos libertad de prensa y de conciencia, y el buen criterio de no hacer uso de ellas (algo así).
Defender la libertad de expresión de quien está completamente de acuerdo contigo tiene escaso mérito. Es interesante cuando el señor cuyos márgenes expresivos ves limitados no tiene nada que ver contigo. Es más, cuando el territorio de su libertad no lo explorarás jamás. ¡Ahí les quiero ver yo a los abajofirmantes!
El lector tiene aquí (modestamente) algún elemento más de juicio. Esa era la intención. Los epítetos vociferantes de un señor, por liberal que diga ser, no pueden ser suficientes. NI la chisporroteante barbacoa electoral.
Hay en España además un tipo de periodista y político que se recubre con el manto de las víctimas de ETA y de las víctimas judías. El efecto es como ver a seres con una capa de kryptonita. Van imponiendo una especie de territorialidad macarra. En esa España, y en la actual España, Fernando Paz era un triple salto mortal: heterodoxia muy heterodoxa con lo homosexual+ heterodoxias con Nuremberg+fotos bajo bandera de Falange y AN.
Fernando Paz era como un Alberto Tomba cuesta abajo por el pronunciado monte de la corrección política. Es como si a un famoso de Hollywood le pillaran con crack, con una prostituta “barely legal” y con una declaración de apoyo solemne a Weinstein. ¿Podría ese ser humano volver a hacer películas?
¡Fernando Paz quería hacer el Triplete de la incorrección!
Era imposible. Esto ha marcado definitivamente también el contorno futuro de Vox. Un poco más cerca ya del Espacio Habitable.
Cuando uno va por la calle y ve que una muchedumbre apaliza a alguien, como mínimo se acerca un poco. Salvarle no puede (en el caso remoto de querer hacerlo) y quizás lo segundo que se le ocurra sea pensar: algo habrá hecho. Pero la curiosidad ante el “linchamiento” es un escrúpulo que no deja dormir.
Hemos de pedirle ya al legislador (es decir, a los políticos) un índice de libros prohibidos y de opiniones insostenibles que no se pueden ni merodear para que el acceso a la vida pública esté definitivamente claro.
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