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Blogs Bukubuku por Emilio de Miguel Calabia

El calibrador de estrellas

Emilio de Miguel Calabia el

Julio Ceballos, que ha sido consultor en China durante 20 años, ha referido en “El calibrador de estrellas” varias lecciones que podríamos extraer de China. Lo irónico es que varias de esas lecciones ya las conocía la España de los 50 y los 60, pero desde entonces nos hemos vuelto tontos y las hemos olvidado.

Un ejemplo es la importancia del esfuerzo y de tener ganas. Julio cuenta la historia de su abuelo Rafa, hijo de labradores y ganaderos, que terminó trabajando en una fábrica y fue capaz de sacar delante a una familia y comprarse una casa con jornadas que en ocasiones eran de doce horas. A muchos chinos de 2025 esta historia les resultará familiar. A los nietos de Rafa, criados en el bienestar y que aspiran a ser influencers, les sonará a una marcianada. ¿En qué momento perdimos de vista que conseguir las cosas cuesta esfuerzo? Tal vez cuando vimos en la primera edición de Gran Hermano que era posible hacerse famoso y conseguir jugosos contratos sin hacer otra cosa más que estar encerrado en una casa. Años después, todos tuvimos que estar encerrados en una casa y por más tiempo que los concursantes de Gran Hermano, pero no aprendimos la lección de que lo de los concursantes era un espejismo.

Otra lección es la importancia de la lectura. Como dice Julio en el epígrafe que inaugura el capítulo: “Cómo una población lectora es más feliz y está más preparada para sortear la incertidumbre, absorber nuevos conocimientos y tomar mejores decisiones.” Hubo un tiempo en que en España la ignorancia era algo vergonzante. Los que podían, tenían una Enciclopedia Espasa en casa. Los que no, se compraban la enciclopedia por fascículos de Salvat. Muchos, además, eran socios del Círculo de Lectores, que les proveía mensualmente de libros que leer. Ya nada es así en nuestro país. “Sálvame” y “La isla de las tentaciones” muestran donde está el verdadero nivel cultural de nuestro país, en el que leer parece algo vergonzante y en desuso.

Confucio dijo: “No importa lo ocupado que pienses que estás, debes encontrar tiempo para leer, o entregarte a una ignorancia autoelegida.” Los chinos dedican la mitad de su tiempo libre a la lectura y China es el tercer país del mundo que más lee per cápita. Los chinos leen algo más de ocho libros por año (poco me parece si dedican tantas horas a leer como nos dice Julio). La feria del libro de Pekín se ha convertido en una de las 15 mayores a nivel global. China tiene booktubers con cientos de miles e incluso millones de seguidores. Éstos recomiendan lecturas y comparten sinopsis de libros que han leído. Me pregunto cuántos seguidores tendría el equivalente español de estos booktubers.

Hay también esfuerzos públicos y privados para promover la lectura. En 2016 Pekin lanzó un ambicioso Plan de Fomento de la Lectura. El país tiene más de 3.300 bibliotecas públicas, así como algunas de las librerías más impresionantes del mundo. En las últimas décadas han proliferado los festivales literarios, las presentaciones de libros y los premios literarios.

Una lección más para aprender es la de la meritocracia. Julio comenta sorprendido que en España hacen falta más requisitos para ser celador de hospital o sepulturero que para ser político. Y esto es tanto más grave cuanto que la sociedad se ha vuelto mucho más compleja y la miriada de datos a procesar ya no está al alcance de una sola persona, y no hablemos si esa persona es un político piernas sin educación. Pero ese tipo de políticos piernas son los que conectan con el electorado, que es igual de piernas y que no alcanza a procesar la complejidad de los problemas a los que nos enfrentamos. No desesperemos del todo. Tenemos talento, pero ese talento termina en el sector privado. Nadie que valga quiere entrar en política.

Hubo un tiempo en el que sí que entendíamos el valor de la meritocracia. ¿Qué nos ha pasado? Por un lado está el final de la cultura del esfuerzo. Hacer méritos implica un trabajo que muchos ya no quieren hacer. Pero más importante es un criterio equivocado de igualdad. “Élite” es una palabra a evitar. Resulta preferible igualar a toda la gente por abajo. Un ejemplo lo tenemos en Francia donde el presidente Macron, salido él mismo de la prestigiosa Escuela Nacional de Administración, que era un semillero de altos funcionarios, se la cargó en aras de un antielitismo mal entendido.

El politólogo canadiense Daniel A. Bell publicó un libro muy influyente, “El modelo chino”, en el que describe en términos elogiosos cómo funciona la meritocracia china. Julio Ceballos explora la misma senda en términos muy parecidos. Para empezar, China tiene una tradición meritocrática. Desde la dinastía Han, hace más de 2000 años, los candidatos a funcionario imperial debían superar un examen muy exigente. 

En la China actual, quienes acceden a los principales puestos de gobierno, tienen ya una experiencia de como poco treinta años en la gestión de grandes ciudades o regiones y pueden haber manejado presupuestos de tamaño cuasi estatal. Por poner un ejemplo, Chengdú tiene un peso económico equivalente al PIB de Noruega. En ausencia del principio de la separación de poderes, el sistema tiene sus propios sistemas de autocorrección (comités de disciplina internos, inspecciones anti-corrupción…). Estos mecanismos no siempre funcionan y las redes de patronazgo pueden ser más fuertes, pero lo importante es que están ahí y que un funcionario corrupto no tiene una certeza absoluta de que saldrá indemne. Otra característica es el reciclaje continuo del funcionario y la asunción regular de nuevos puestos en los que tiene que desarrollar nuevas habilidades. Un proceso de selección tan exigente implica que haya cierto reconocimiento por sus pares de los que han llegado a la cima: han demostrado compromiso con el Estado y competencia.

Ir repasando las lecciones que podemos extraer de China una por una puede resultar un poco cansado y además para eso está el libro. Me detendré, sin embargo, en el capítulo 18, ineludible para cualquiera que quiera hacer negocios con China. Julio demuestra aquí que ha sudado sangre negociando en el Imperio del Centro.

Algunas ideas generales para empezar. Has de demostrar consistencia, que vas a seguir estando, que no das una batalla por perdida con facilidad; y también has de demostrar paciencia. Has de saber que los chinos nos conocen a nosotros mucho mejor de lo que nosotros los conocemos a ellos; peor todavía, ellos juegan en casa y saben que el occidental no domina las reglas. Los chinos manejan muy bien los tiempos. No revelarán sus cartas anticipadamente, tal vez no quieran decir cuál es su precio porque quieren saber primero cuál es el del rival. Aquí llevan ventaja porque a los occidentales nos incomodan los silencios y por evitarlos acabamos revelando más información de la que debiéramos. Ello lleva también a la impresión de que son opacos, que tal vez sea sólo otra manera de decir que los occidentales no sabemos leerlos si no salimos de nuestros parámetros mentales.

En las negociaciones con los chinos, nuestro software occidental (Aristóteles, Descartes, Santo Tomás…) nos coloca en desventaja. Los occidentales pensamos linealmente, en términos de causa-efecto. Ello nos lleva a la toma de decisiones claras y racionales, basadas en principios y reglas concretas. A cambio, gestionamos mal el caos y la incertidumbre. Los chinos, en cambio, son más intuitivos y flexibles y utilizan aproximaciones menos estructuradas.

¿Qué hacer entonces? Aceptar lo inevitable: hay que encontrar un socio chino y para encontrarlo es preciso hacerle ver cómo puede ganar dinero con nosotros. No sólo eso. La aproximación ideal, que requiere tiempo, esfuerzo y comprensión del panorama intercultural en el que uno se mueve, es la de invertir tiempo en construir una relación personal. Ello implica conversar, almorzar juntos, estar presente en el cumpleaños de sus hijos y en las enfermedades de los padres, ser generoso, no buscar sortear ni trampear las reglas implícitas; en fin, construir la confianza.

Julio deja muy claro que lo que busca ofreciendo todas estas fórmulas, no es que nos convirtamos en chinos, sino que nos ayuden a parchear nuestro sistema, que está en crisis y tanto lo necesita.

 

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