Salvador Sostres el 09 sep, 2020 Podríamos morir esta noche y no sería descabellado. Los padres de mis amigos más jóvenes empiezan a preocuparse, los míos también se preocupaban cuando yo tenía su edad. La alta vida que yo había descubierto junto a mis ídolos no guardaba proporción con mis ingresos, y yo administraba mi jeta y mi idea del poder siempre al límite, y la luz de la vela nunca se apagaba. Mis padres se preocupaban. Mi madre un poco más, porque las madres siempre son un poco melodramáticas. El marido de mi madre se preocupaba bastante menos. Y no porque no me quisiera tanto sino porque entendía mejor lo que yo intentaba hacer, aunque de vez en cuando quedaba asombrado, y me lo hacía saber, de hasta dónde podía llegar mi nervio para conseguir lo que quería y, sobre todo, por no hacer nunca nada de lo que no quería hacer. La única diferencia, y no es menor, entre mis amigos más jóvenes y yo, es que yo escribía, y escribir era la principal ocupación de cada uno de mis días incluso en las largas épocas en que no publicaba. Ellos no hacen absolutamente nada. Viven conmigo lo que yo entonces viví pero trabajar les parece tan extravagante que su modo de decirlo es casi un estilo en sí mismo. Subrayan la emoción de cada instante y luego el instante pasa. A veces lo recuerdan y hacen inventario. Pero nada sustancial se consolida a su alrededor y nada permanece como no sea el morro que le echan. Yo lo tuve más fácil para empatar con el mundo, porque hacía el ejercicio y lo hacía cada día, y nunca he dejado de vivir como una emergencia el deber de ganarme la vida. Me criticaron pero sabían que más temprano que tarde ganaría y durante muchos años he creído que esto era lo importante, lo significativo, y continúo pensando que me ha ido bien así, porque se parece mucho a lo que soy; y lo que he hecho no podría haberlo hecho de ninguna otra manera. Pero aunque estos chicos no escriban, sus padres no tendrían que preocuparse. Primero porque podríamos morir mañana y no es una metáfora. Y luego porque si dejamos a un lado los aspectos contables, lo que importa, lo que pesa es la actitud, la artesanía de la vida, cada día ganado. Lo que importa es el provecho que a cada ráfaga le sacas. La honda satisfacción pero también la lección, el discurso profundo, lo que sabes aunque no lo formules. Escribir no sería para mí ningún mérito sino fuera mi manera de vivir: de amar, de pelear, de estar, de sufrir en mi agonía de avanzar en mis noches más oscuras. Lo que importa es la vida y no la obra. Lo que cuenta es la clase de día que hemos vivido, el día de hoy que podría ser el último y algunos llorarían pero a nadie le extrañaría. Son padres sólo un poco más viejos que yo. A veces menos de diez años y yo les entiendo. Pero es mejor preocuparse de la carencia que del exceso, el exceso en que todo se comprende, y todo asusta y fascina, y todo se vuelve, como por arte de magia, inteligible. El exceso que luego calma el tiempo como a mí me ha calmado. El exceso que da un sentido como a mí me lo dio y yo siempre he sido lo que he escrito, pero si en lugar de escribirlo me lo hubiera comido, o bebido, sería también el don de Dios rebanado, exprimido, celebrado como cualquier gloria merece. En España no habría corrupción si para gobernar fuera imprescindible haber sido dos años mi amigo. Yo sé ir hasta el fondo para mostrar el vacío, porque sólo desde la abundancia se claman las urgencias, el hambre atrasada, y es así como se evita el ridículo de quedar como un ladrón por lo que a los veinte años habrías aborrecido, de tanto tenerlo, si hubieras sido mi amigo. Tomé la decisión de comprarle a mi hija todos los peluches que me pidiera y aunque es cierto que su colección es innúmera, con el tiempo ha ido aprendiendo el exacto valor de las cosas, y ahora casi nunca me pide nada; y la noche de Reyes le hace ilusión por los Reyes, y no por los regalos, que igualmente deberían de llegar. Los padres de mis amigos más jóvenes se preocupan, también mis padres se preocuparon. Pero no hay drama ni peligro, ni ningún propósito más razonable -si hablamos un poco en serio- que coronar cada día como el primer macho tendido sobre la primera hembra, tendido sobre el amor, tendido sobre la maravilla, tendido sobre la vida. A mí escribir me alejó de todo, a mis amigos más jóvenes, no tener ninguna ocupación les acerca con más tensión, con más deslumbramiento a lo que viven. Lo que importa es cuando traen la cuenta, cada madrugada. Si gastamos más de lo que temimos, estamos salvados. Podríamos morir al final de esta línea y los días puestos uno al lado del otro, en fila, son nuestro auténtico y único cometido y es así como le doy las buenas noches a mi hija. ¿Mereció la pena, María? Fue mejor que quedarnos dormidos. Otros temas Comentarios Salvador Sostres el 09 sep, 2020