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Blogs French 75 por Salvador Sostres

Estado de shock

Salvador Sostres el

El director de un digital catalán ha sido acusado de agresión sexual por una de sus jóvenes periodistas. Lo que según la denunciante habría sucedido es que tras la cena de Navidad de la empresa, compartieron taxi camino de la discoteca y tuvieron una conversación agradable; y que ya en la barra pidiendo una copa, el director, creyendo que tenía el camino franco, la tomó por la cintura para besarla y haciéndolo le tocó el culo. La escena duró no más de cinco segundos. La chica dijo que entró en estado de shock, que se puso a llorar, que tuvo un ataque de ansiedad que a la mañana siguiente necesitó ir a urgencias para que se lo trataran y que luego acudió a los Mossos para interponer una denuncia.

La ministra de Igualdad y el gobierno de la Generalitat han expresado su apoyo a la víctima, criminalizando por lo tanto al director, a quien no conocen y cuya versión no ha sido explicada, a la espera de que los Mossos analicen las imágenes de las cámaras de vigilancia de la sala y puedan hacerse una idea más o menos aproximada de lo que en realidad sucedió. Yo conozco a este director. No somos amigos del día a día pero nos respetamos y sentimos, me parece, un mutuo afecto. No he hablado con él acerca de lo acontecido. Pero he leído atentamente las acusaciones de la becaria -es decir, me he puesto en el peor de los casos- y no me las creo en absoluto.

Yo no me creo que en 2022 una chica de 23 años pueda entrar en estado de shock porque a las 3 de la madrugada, en la Sala Apolo de Barcelona, su director intenta besarla, aunque sea de un modo patoso y hasta puede que grosero porque todos habían bebido y el director tal vez un poco más. Entiendo que le dé asco, entiendo que no le guste la situación, entiendo que le pegue una bofetada y entiendo que le grite y le exija una disculpa inmediata. Pero lo del estado de shock me parece francamente exagerado. Si por este a lo sumo incidente o malentendido entró “en estado de shock” el problema lo tiene ella. Que se ponga a llorar tampoco lo entiendo demasiado, porque conozco al tipo, y hombre, no es Brad Pitt, pero tampoco es que haya que romper a llorar si se te acerca. Yo no lloraría, y soy yo, que lloro hasta en las películas románticas.

Pero lo que desde luego arruina cualquier credibilidad es lo del ataque de ansiedad y la visita a urgencias del día siguiente. ¿Un ataque de ansiedad por lo que se soluciona haciendo una de las tantas cobras que nos han hecho a lo largo de tantos y tantos años de querer y no saber cómo decirte? ¿Tener que ir al médico porque tu director te ha intentado besar, ni que sea tocándote el culo en la maniobra de acercamiento?

Todo esto me suena a comedia. A afectación y a comedia. Supongo que si la ministra de Igualdad y el gobierno de la Generalitat pueden saltarse la presunción de inocencia del director, yo puedo saltarme la presunción de credibilidad de la muchacha. No me parece serio su relato, no me parecen justificadas sus reacciones, no me parece ni medio normal que se haya hecho pública esta historia, que lesiona gravemente la honorabilidad del afectado, sin que se haya comprobado su veracidad, ni haya ninguna conclusión judicial. No duden de que en los próximos días aparecerán más chicas relatando casos similares, y serán venganzas de efecto retardado y ganas de protagonismo en el circo. ¡Nuevas acusaciones! ¡Yo no me atreví a denunciarlo pero esta chica tan valiente me ha inspirado! Siempre igual. Es siempre el mismo mecanismo de destrucción. Luego todo queda en nada.

Hemos llegado demasiado lejos. La empresa no tiene ninguna política que prohíba los encuentros furtivos entre trabajadores; el director pudo estar desacertado, borracho, impertinente e incluso equivocado acudiendo a rematar la fiesta a la sala Apolo. Y si su intento fue mal pues seguramente lo mejor es una disculpa, aunque claro, la verdad es que si fuéramos culpables por cada vez que, con nuestro voluntarismo entre épico y absurdo, hemos tomado como una invitación lo que no resultó serlo, tendríamos que penar el resto de nuestra vidas en la más sombría y turca cárcel, porque a cambio de los pequeños éxitos -pequeños en número, claro- que hemos tenido, hemos acumulado una inacabable lista de humillantes derrotas.

Los estados de shock y las crisis de ansiedad hay que reservarlos para las grandes ocasiones, no sea que nos ocurra lo que al paciente que va al médico y le dice que tiene un desgarro en el tobillo. El doctor le pide que se desnude, que se incline, se la mete hasta el fondo y le diagnostica: “Esto es un desgarro, ¡hombre! Lo que usted tiene en el tobillo es un esguince”.

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