A continuación reproducimos la carta del director del Instituto de Historia y Cultura Naval, el almirante en situación de reserva Juan Rodríguez Garat, quien responde al escritor Arturo Pérez-Reverte sobre la decisión de quitar el cuadro “El último combate del Glorioso” del Museo Naval. Un lienzo del pintor Augusto Ferrer-Dalmau que finalmente se exhibirá en el museo naval de San Fernando (Cádiz).
Asimismo, tras esta carta inicial del director del Museo Naval, el escritor y académico de la Real Academia Española respondió al almirante:
LA CARTA DEL ALMIRANTE JUAN RODRÍGUEZ GARAT
UNA PATALETA
“Tengo cinco hijos, y sé reconocer las pataletas en cuanto las veo.
El Museo Naval, cumpliendo con su obligación institucional de contar la historia de la Armada de forma equilibrada, no incluyó en la exposición permanente recientemente inaugurada un cuadro que representa el momento final de la carrera del navío “Glorioso”. Un cuadro pintado por Ferrer-Dalmau, artista de prestigio y buen amigo del novelista Pérez-Reverte.
Las razones de la decisión, por si a alguien le importaran a estas alturas, son claras. Entre 1739 y 1783, España sostuvo tres guerras con la Gran Bretaña. De esas tres guerras, solo se perdió la segunda, la Guerra de los Siete Años, a la que España llegó tarde y mal. A la primera, la del Asiento, corresponde la derrota británica en Cartagena de Indias. En la tercera, la Guerra de Independencia de los EE.UU., la Armada capturó dos grandes convoyes militares británicos, contribuyendo significativamente a la derrota de Gran Bretaña, que tuvo que devolvernos Menorca y La Florida. De esas décadas de enfrentamiento, con éxitos y fracasos –aunque sea justo reconocer que la marina británica fue, casi siempre en ese siglo, clara dominadora de los mares– el Museo Naval solo posee cuadros que inmortalizan derrotas honrosas: las capturas de los navíos “Princesa” y “Glorioso” y la pérdida del Castillo del Morro de la Habana.
Estimando que tal saturación de derrotas honrosas podría provocar el síndrome que patentaron Les Luthiers con su “luchamos como nunca y perdimos como siempre” –lo que en absoluto hace justicia a lo que fue la historia de esas décadas– decidí trasladar dos de ellos. El primero, pintado con maestría por Cortellini, representaba la captura del navío “Princesa” tras batirse heroicamente con tres navíos británicos. El segundo, el excelente cuadro de Ferrer-Dalmau, recogía los últimos momentos del “Glorioso”. En este caso, influyó en la decisión el que el Museo disponga de otro cuadro de Cortellini que inmortaliza la gesta de este buque en un momento menos doloroso –el hundimiento de un navío británico– mostrando así que no solo era rendirse sin mengua de honra lo que sabían hacer nuestros marinos.
Con el tiempo, esperamos hacer justicia a este intenso período con obras que, sin ocultar las derrotas del siglo, unas honrosas y otras no tanto, nos hagan recordar también los éxitos de Blas de Lezo, el Marqués de la Victoria o Luis de Córdova.
Pérez-Reverte no ha visitado el Museo Naval desde su reapertura. Pero eso no le impide defender al amigo que cree atacado con las armas que tiene: su tribuna en algunos periódicos y sus cuentas en las redes sociales. Su superioridad de medios es abrumadora. Sin embargo, tendrá que hacer más de lo que hace para que nos rindamos.
En la guerra que unilateralmente ha decidido declararnos, distingo cuatro campañas. La primera de ellas, la única acertada, es la de la descalificación personal. Es cierto que, al lado de algunos de los almirantes que me precedieron en la dirección del Instituto, como Guillén Tato y González-Aller, soy hombre mediocre. Un marino gris de barcos grises, lo confieso sin avergonzarme. Mi mujer, alguno de mis hijos y muchos de los que jugaron al fútbol conmigo en mi juventud, creen que, llamándome torpe, Pérez-Reverte aún me sobrevalora. Mini-punto pues para el novelista.
La segunda campaña, que él mismo sabe injusta, es la que ataca al Museo Naval. Dice Pérez-Reverte, que tanto ha pateado nuestras salas en el pasado, que ocultamos las derrotas. Mejor que aceptar su palabra o discutir los hechos en Twitter, vengan al Museo y cuéntenlas. Y luego, por favor, díganselo a los demás. Porque esto no es una de sus novelas, aquí hay una realidad detrás y solo puede engañarse a quien no quiera conocernos. Pérez-Reverte ha conseguido, eso sí, que el Times se haga eco de su falsa acusación para publicar un titular que nos ridiculiza “el Museo Naval prohíbe las derrotas”. Busquen en google el epitafio del almirante Vernon, derrotado en Cartagena de Indias, y decidan ustedes mismos si los británicos pueden darnos lecciones. Ese epitafio, estoy seguro, lo conoce Pérez-Reverte, pero no le importa porque no coincide con el guion de su historia. Es triste comprobar cómo se hace leyenda negra desde España, con la colaboración de los medios que le dan cobijo y no publican –están en su derecho– las explicaciones que se les han ofrecido.
En su tercera campaña, Pérez-Reverte se presenta como el defensor de la honra de los marinos. Sea. La Armada se lo agradece. Pero no es el único. La Armada, como mandan las Reales Ordenanzas, no cede a nadie el paso en esta tarea. Visiten el Panteón de Marinos Ilustres, que este año celebra su 150 aniversario. Si les queda lejos, recuerden las palabras de nuestro himno: “que nos enseña la historia en Lepanto la victoria y la muerte en Trafalgar”. ¿Les suena algo parecido en el rule britannia? Contra lo que asegura Pérez-Reverte, la Armada honra al capitán de navío Messia de la Cerda y a su dotación. Tanto que en el libro de historia de la Armada, recientemente publicado y que puede descargarse gratuitamente en la WEB del Museo, es el “Glorioso” el que hemos escogido para la cubierta.
Pero no solo es la Armada. España también recuerda a sus marinos vencidos. Es posible admirar grandes cuadros de Trafalgar no solo en el Museo Naval, sino también en el Prado. Galdós, uno de nuestros mejores novelistas, ha hecho de Trafalgar uno de sus episodios nacionales. Y, por si Galdós les parece ya antiguo, sepan que el mismo día que se reabría el Museo Naval se inauguraba en Madrid una exposición sobre nuestra derrota. Por cierto, ¿saben ustedes que en Madrid hay una calle llamada Trafalgar?
Y llegamos a la cuarta campaña, la más inofensiva pero también la más ridícula. En el Museo Naval tenemos monedas acuñadas en Gran Bretaña que representan a Blas de Lezo de rodillas entregando su espada. Pero no se confundan, las mostramos orgullosos porque sabemos que son falsas. Si fueran auténticas, si Blas de Lezo hubiera tenido que rendirse a una fuerza abrumadora, esas monedas se enseñarían en el Museo Británico, y nosotros habríamos preferido otros momentos de su brillante carrera para honrar la figura del heroico marino. Pérez-Reverte, sin embargo, asegura que a Messia de la Cerda le habría gustado ser recordado en el momento de su honrosa derrota. Puede que ese sea el caso del propio novelista, que, quizá porque es más fácil destruir que construir, vende a su público una España triste e irremediablemente fracasada. Pero no seré yo quien le contradiga. Dejaré que lo haga Churruca, quien quizá haya conocido el alma de los marinos mejor que el propio Pérez-Reverte, y que antes de salir a la mar para combatir en Trafalgar dejó escrito: “si oyes decir que mi navío ha sido apresado, di que he muerto”.
Cálmese, pues, Pérez-Reverte, que no está en edad de pataletas. Duele ver que uno no es todopoderoso, pero es parte del proceso que lleva a la madurez. Y los demás, vengan a ver nuestro Museo. Aunque el Times diga lo contrario –o quizá, en parte, porque el Times dice lo contrario– créanme que merece la pena. Y, si echan de menos el cuadro de Ferrer-Dalmau, siempre pueden admirarlo en el Museo Naval de San Fernando. Como me recordó hace días el almirante Jefe de Estado Mayor de la Armada, hay algo de justicia poética en que al final, siquiera sea solo a través de los pinceles de un gran artista, el “Glorioso” haya conseguido volver a su base.
Juan Rodríguez Garat
Almirante en situación de reserva
Director del Instituto de Historia y Cultura Naval”
Aquí la respuesta del escritor y académico Arturo Pérez-Reverte, posterior al artículo publicado por el almirante:
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