Escribo esta entrada desde mi retiro del pirineo, donde paso unos dÃas respirando el aire puro que falta en Madrid e intentando recargar pilas para el nuevo año. En la aldea donde me alojo habitan permanentemente solo cinco familias de agricultores y ganaderos que se enfrentan cada invierno a los rigores del clima (estamos a 1.300 metros de altitud) ajenos al bullicio de la estación de esquà relativamente próxima.
Isabel, la vaquera, tiene dos hijas de la edad de las mÃas. Ella es algo más joven que yo, aunque la vida le ha marcado más arrugas en su cara pecosa. Hace un par de años su marido sufrió un absurdo accidente en bicicleta que le dejó varias semanas en coma, y ya no volvió a ser el mismo. No puede conducir el tractor, ni siquiera cortar la leña para la chimenea. Sólo se ocupa despacito de tareas sencillas, si se las explican muy bien.
Desde entonces Isabel trabaja sin descanso para sacar adelante a su familia. La saludo bajo la llovizna cuando camina por el barranco conduciendo su rebaño de enormes vacas grises hacia los pastos, con el pelo empapado y las botas de agua cubiertas de una espesa capa de barro.
Estos dÃas la acompaña su hija mayor, que estudia veterinaria en Zaragoza gracias a una beca. La hija pequeña se ocupa cada dÃa de atender a su padre cuando vuelve del instituto en el pueblo grande del valle, a catorce kilómetros de la aldea. A sus trece años sabe que no podrá ir a la universidad como su hermana, porque ya no hay dinero para pagar más estudios. Ya no crÃan pavos para vender en navidad, ni pueden obtener ingresos extra con los trabajos que su padre realizaba para los vecinos del valle.
Isabel no lee mi blog, no sabe que escribo en abc.es sobre la mujer y el trabajo. Ni siquiera me ha preguntado a qué me dedico profesionalmente y tampoco se me ha ocurrido decÃrselo. No creo interesante contarle nada sobre mi pequeño ambiente burgués de oficina.
Verla bajo la lluvia, que al caer la tarde empieza a convertirse en nieve, me hace olvidar por un momento mis reivindicaciones laborales para el género femenino. Como muchos hombres y mujeres, Isabel se enfrenta cada dÃa a condiciones durÃsimas. Aunque no se plantea otra vida. Ella habla muy poco pero sonrÃe siempre.
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