Suelo jactarme de mantener una buena relación con mis clientes. Aunque es difícil resumir la receta de una exitosa relación comercial en unas cuantas líneas (me pongo como límite en las entradas del blog las 400 palabras, para no resultar soporífera) voy a intentarlo: creo que el secreto está en los detalles.
El ingrediente base es la empatía. No busques caer bien a tus clientes, resultando pelota, artificial o empalagoso-a. Basta con ver lo bueno de cada uno, intenta que ellos te gusten a ti y entonces el buen rollo será mutuo.
Háblales con naturalidad, cuando les saludes estrecha su mano con firmeza y mirándoles a los ojos. Por cierto, si eres mujer evita los dos besitos siempre que puedas, resulta “girlish” y da una imagen poco profesional.
Sonríe, pero no en plan “jijiji”.
Escúchales e intenta comprender realmente sus necesidades, aunque traigas ya en tu cartera las soluciones que vendes. Toma tiempo para asimilar sus peticiones, no obres de forma atolondrada ni respondas a todo que sí: muchas veces no vas a resultar creíble, y la confianza es algo que debes ganarte.
Contesta a sus mails con prontitud: eso no significa que tengas la solución o la respuesta de forma inmediata, pero comunica que has recibido su petición y que trabajarás en ello. No escribas mails larguísimos que no se va a leer tu destinatario. No construyas una relación asíncrona basada en el mail. Sin ser intrusivo, coge el teléfono y llama con naturalidad, o pasa por su oficina aunque sea para una breve discusión de media hora.
Establece hitos claros para entregar y cúmplelos. Y si no puedes cumplirlos, comunícalo cuanto antes y aporta soluciones alternativas.
Estos son los detalles que me han ayudado a construir una relación óptima con mis clientes. Creo que también pueden ser aplicables a la relación con el jefe, aunque ésa es otra historia algo más compleja…
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