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Un año más en el purgatorio

Maria C. Orellana el

 

Aprovecho estos días en Madrid para visitar en su residencia de las afueras a mi vieja amiga Amalia y felicitarle las fiestas. Hace tres años que empezó a confundir fechas y nombres, y sus piernas se hicieron más torpes, así que su marido y sus hijas decidieron enviarla allí contra su voluntad y sin que mediara inhabilitación judicial. Porque necesitaba especial atención y meter una cuidadora en casa “era un lío”.

Las primeras semanas le hacían sesiones de rehabilitación y actividades grupales para mantener la mente despierta, pero después la ataron a una silla de ruedas y la colocaron en la gran sala donde el resto de mayores, igualmente atados, pasan el día, sin intimidad, sin libertad, sin dignidad.

Allí me recibe y cuando le pregunto qué tal está, responde con amargura “¿Cómo voy a estar? Tengo cuatro hijos, nueve nietos y un hermano, y aquí estoy atada.” Y tiene razón. Amalia combina el estado de cabreo con el de desesperación, porque le mintieron diciéndole que ya no tiene casa donde volver, sin siquiera explicarle dónde están sus recuerdos, sus fotos o las dos joyitas que le dejó su madre.

Ya no hace crucigramas como solía, ya no ve las noticias de la tele, ya no le da el sol que tanto ama. Cada día un cuidador diferente la lava y le ayuda en sus necesidades, y nadie la cree cuando cuenta que los del turno de noche sacan a los ancianos de la cama cuando todavía no ha amanecido ni hay calefacción, para ir avanzando y colocándolos en la gran sala a esperar el desayuno que ofrecerá el turno de día.

La comida es buena, las instalaciones están aceptablemente limpias y se aseguran de que todos los residentes tomen sus medicinas a diario, sobre todo las que les adormecen y les mantienen tranquilos colocados en fila en la gran sala, atados en sus sillas donde permanecen durante horas con la mirada perdida. Deseando lo mejor para el nuevo año que empieza: que quizá sea el último.

 

Nota: En 2017 en España había 5.378 centros residenciales para la tercera edad, con un total de 366.633 plazas, cifras que no dejan de crecer. La población envejece y es un triste hecho que cada vez nos ocupamos menos de nuestros mayores.

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