Cuando era pequeña mi padre, licenciado en ciencias químicas por la Universidad Complutense, “cooperó” en la tesis doctoral de su jefe, un hombre más joven que él y que ha llegado a ser muy conocido en el mundo de las finanzas. Supe entonces de este episodio (que contemplé con naturalidad) porque en agradecimiento, el jefe regaló un carísimo equipo fotográfico a mi padre y un elegante reloj Cartier a mi madre.
Siempre he dicho que en España pasar exámenes u obtener títulos de forma fraudulenta nunca ha estado mal visto, quizá hasta ahora. En los exámenes de la Universidad Politécnica de Madrid en la que estudié, copiaban en menor o mayor medida una parte significativa de alumnos que, en una época sin teléfonos móviles, se valían de chuletas en papel o bolis bic grabados a punzón (algo que siempre pensé que debía dar más trabajo que estudiar el contenido), compartían respuestas en equipo, o daban increíbles “cambiazos”. En un examen de sexto curso, un compañero sufrió una parálisis provocada por el estrés de llevar el pecho forrado de un buen taco de hojas con membrete oficial de la Escuela que contenían el temario teórico completo. Entre tres profesores pudieron sacarlo de la sala, más tieso que una vela y llorando como un niño.
¿Y quién no conoce a patrones de barco que obtuvieron el necesario y difícil título PER sin abrir más cuaderno que su chequera? O centros médicos que hoy dan como aptos para la conducción a octogenarios a los que no han realizado el mínimo reconocimiento, por el pago de un suplemento ridículo.
Obviamente, los primeros culpables son los centros que ofrecen y expiden los títulos fraudulentos. Al nombramiento de mi mejor amiga como Directora General tras una brillante y esforzada carrera como funcionaria del Estado, el representante de una universidad privada se presentó en su despacho para ofrecerle con gran insistencia un apetecible máster presencial que podía conseguir solo pagando la matrícula, sin que su apretada agenda personal y profesional se viera afectada. Por supuesto que ella rechazó tan generoso regalo, como siempre ha rechazado otros que tentadoramente le han puesto delante de sus cargos.
Centrándonos en los títulos académicos de quienes nos gobiernan, el tema que eclipsa todos los importantísimos asuntos políticos, sociales y económicos del país: nos quejábamos antes de la exigüidad de los curricula de nuestros políticos y por acción-reacción, empezaron a comprar títulos dudosos. Y es que alguien brillante, con su grado o doble grado, máster y dos idiomas adicionales a su lengua materna ¿por qué querría dedicarse a la política en un país donde los partidos mandan y las listas son cerradas?
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