Hay frases aparentemente acertadas que adquieren un elevado grado de conocimiento entre una buena parte de los ciudadanos. Esto es lo que ocurre con la locución “homo homini lupus” (lobo es el hombre para el hombre) que fue escrita por el comediógrafo romano Plauto y que hizo famosa el filósofo inglés Thomas Hobbes en su obra Leviatán. Pero que una oración se constantemente repetida no significa que sea rigurosa y precisa.
Esta es la razón por la que, con todos mis respetos para tan ilustres personajes, y desde mi humilde punto de vista, me atrevo a afirmar que la considero desacertada. Y ello porque parece encarnar en el lobo la máxima crueldad, el mal en grado sumo, cuando bien miradas las cosas no hay nadie que puede ser peor que el propio hombre.
El lobo, como animal salvaje que es, sigue su instinto de conservación, lucha simplemente por vivir, aunque es verdad que, a diferencia de otros animales, mata más presas de las que necesita consumir. Pero no creo que sea cruel. Nunca fui lobo, ni ningún lobo me dijo –y creo que tampoco a nadie- que se deleitara haciendo sufrir a alguien o que simplemente se complaciera en los padecimientos ajenos. El deleite y la complacencia son placeres del alma y ésta es específica del ser humano.
Si, en vez de los hombres, los que escribieran la historia fueran los lobos nos habrían sacado en muchas ocasiones los colores dejando simplemente constancia del inmenso dolor que somos capaces de infligir voluntariamente y por puro capricho a los seres vivos -incluidos los propio animales- que nos rodean.
Sin ir más lejos, ¿qué podría decir un lobo de esos salvajes yihadistas que han enjaulado a un piloto sirio, lo han rociado con gasolina y le han hecho ver cómo corría imparablemente hacia él un reguero de fuego? ¿Alguien ha leído o escuchado alguna vez de un lobo que haya preparado un acto semejante contra algún otro ser vivo que cause tanto horror y espanto?
Por tanto, lejos de ser verdad, como escribió Plauto en su “Asinaria” que “Lobo es el hombre para el hombre”, me parece más cierto que “hombre es el hombre para el hombre”. Y es que no hay enemigo peor para el género humano y los demás seres vivos que el propio hombre. Y ello sin que deje de ser cierto al mismo tiempo, como dijo Séneca en sus Cartas a Lucilio, que “el hombre es cosa sagrada para el hombre”. Somos, como se dice repetidamente –pero ahora con acierto- capaces de lo mejor y de lo peor, incluso de echarle la culpa de nuestra suma crueldad al lobo.
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