José Manuel Otero Lastres el 01 feb, 2020 Según el Diccionario de la RAE, “asentamiento” significa “acción y efecto de asentar o asentarse”; la acepción 3 de “asentar” es “poner o colocar algo de modo que permanezca firme” y el significado 17 es “dicho de un líquido: posarse, depositarse en el fondo sus partículas sólidas”. Hablo de “asentamiento del poder político” en el sentido de que tras algo más de cuarenta años de democracia el poder político ha acabado por decantar un nueva esencia, que ha posado sólida y firmemente sobre los cimientos de nuestra convivencia democrática. Pues bien, los primeros posos que pueden verse en el poder asentado de nuestros días son autoritarios. Los ingredientes en el poder político que nacía a la democracia en 1978 eran mayoritariamente la libertad, la generosidad y los intereses generales. Apenas había alguna dosis del autoritarismo que había inundado el régimen anterior. Con el paso de las siguientes generaciones de políticos, nuestra savia democrática fue perdiendo los colores de la libertad, la generosidad y los intereses generales y se fue tiñendo de intransigencia, revanchismo, y autoritarismo. Lo llamativo es que esos ingredientes empiezan vivificando el flujo del poder en el interior de los partidos de izquierda y acaban extendiéndose al poder político general. Lo que antecede significa que en la actualidad los partidos de izquierda parecen haber abandonado el mandato del artículo 6 de la Constitución, de suerte que su estructura y su funcionamiento han pasado de democráticos a autoritarios. Y este decantación del poder en el ámbito interno de los partidos se ha extendido con posterioridad al poder general. Hoy se ejerce el poder –más fuerte que nunca- desde un preocupante aumento del autoritarismo, en el que se gobierna sin control parlamentario desde los tiránicos “ismos” (feminismo, igualitarismo, animalismo, “climaticismo”, etc), pero no para satisfacer los intereses generales de la ciudadanía, sino para atemorizarla. El gobierno ha roto su comunicación con la ciudadanía implantado una especie del “ley del silencio” en el que aparta de la imprescindible comunicación democrática a los periodistas que no agradan al poder. Y tampoco rinde cuentas de su acción de gobierno ante las Cortes Generales. Por eso, la falta de los controles democráticos por los medios de comunicación social y por las Cortes Generales están permitiendo un ejercicio compartido del poder con los enemigos de la Constitución y lleno de posos autoritarios en el que se maltrata a la verdad como viene sucediendo, por ejemplo, con el “Ábalos Gate”. Y claro en la grotesca imagen del espejo de ese poder autoritario cada vez son menos los demócratas de derechas o de izquierdas se reconocen. Política Comentarios José Manuel Otero Lastres el 01 feb, 2020